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contraponen China a Occidente, y ofrecen consejos sobre cómo relacionarse con “ellos”. De
ese modo, perpetúan la noción del otro como diferente, inmanente, y culturalmente distante.
Las ideas y representaciones actuales de China a nivel mundial están subrayadas por la
idea del ascenso de ese país en las últimas cuatro décadas, factor que altera los equilibrios de
poder a nivel mundial (Shifrinson 2018. Ello implica que la mayoría de los países se encuentran
divididos entre Washington y Pekín (Bisley 2018), o a favor o en contra de China (Lee 2017).
De hecho, el progreso de China ha reconfigurado el orden mundial y el rol de los países dentro
de este (Paltiel 2018), además de repercutir en las naciones y sus habitantes a nivel local
(DeHart 2021). Ien Ang (2020, 1388) muestra que el adelanto del país asiático implica “la
inserción de ‘China’ en la experiencia local, moldeando y dirigiendo intereses, aspiraciones y
ansiedades. En este sentido, China ya no puede mantenerse a raya como un ‘otro’ distante”.
En este contexto, la otredad se convierte en un elemento central de la relación entre
China y la mayor parte del mundo, debido a los discursos orientalistas vinculados con el
colonialismo y las perspectivas racistas sobre ese país que pueden, en su mayoría, remontarse
al siglo XIX, e influyen en sus representaciones a escala global. Por ejemplo, en la literatura,
el cine y la televisión de Occidente, las representaciones de este país y sus nacionales están
vinculadas con el colonialismo histórico en Asia, donde la potencia dominante es Occidente.
Los estereotipos de lo chino en Estados Unidos incluyen nociones de inteligentes y
trabajadores, tímidos, con mal inglés o no asimilados, agradables y simpáticos. También
abarcan las ideas de olvidadizos o molestos, o discursos que muestran a un Occidente superior
y moderno, frente a una China atrasada (Ruble y Zhang 2013; Yan y Meinhof 2018). Estos
tropos están unidos a la idea del “otro”. Por tanto, la alteridad arroja luz sobre los elementos
presentes en la relación con China.
En el caso de América Latina, aunque también se pueden encontrar representaciones
más complejas, muchas de ellas consideran al país como hegemónico y unitario. Por ejemplo,
un análisis bibliométrico dirigido por Gil-Barragan, Aguilera-Castillo y Suárez Galeano (2020)
mostró que la mayoría de los estudios sobre las relaciones económicas y políticas chino-
latinoamericanas se centró, inicialmente, en las relaciones económicas bilaterales.
Posteriormente, el foco estuvo en un potencial efecto negativo de la relación económica,
incluyendo una reprimarización de la economía latinoamericana, la pérdida de cuota de
mercado en China y las crecientes presiones competitivas en el sector manufacturero. Una
tercera etapa estuvo marcada por la inclusión de otras dimensiones: las consecuencias de la
relación entre China y América Latina en el orden mundial y la inversión de China en América
Latina como herramienta política (Gil-Barragan, Aguilera-Castillo y Suárez Galeano 2020).