Mundos Plurales. Revista Latinoamericana de Políticas y
Acción Pública Vol.11 N.° 1, mayo 2024, pp. 11-29
ISSN 13909193/e-ISSN 26619075
DOI:10.17141/mundosplurales.1.2024.6241
El camino de muchos retornos. Bases rurales de la economía urbana informal en Ecuador
The Road of Many Returns. Rural Bases of the Informal Urban Economy in Ecuador
William F. Waters. † (1952-2024). Profesor emérito, Universidad San Francisco de Quito, Ecuador.
Traducido por Carlos Andrés Gallegos-Riofrío. Profesor investigador, Agriculture, Landscape & Environment, Institute for Agroecology, y Gund Institute for the Environment, University of Vermont, Vermont, EE. UU.; c.a.gallegos@uvm.edu
Betty Espinosa. Profesora investigadora, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO Ecuador);
Recibido[i]: 01/04/2024 - Aceptado: 15/04/2024
Resumen
El crecimiento de la economía informal fue una de las tendencias más notables en el Ecuador de las últimas décadas del siglo XX. En este artículo se analizan las interrelaciones entre las zonas rurales y las ciudades que configuraron este tipo de economía a partir de complejos patrones de reforma agraria y reestructuración agrícola, así como de las transformaciones en el comercio internacional. Se observan las múltiples estrategias de sobrevivencia de las poblaciones rurales que recurren al trabajo temporal o permanente en las ciudades y se examina este fenómeno en la ciudad de Quito y en las zonas rurales circundantes.
Palabras clave: economía informal; Ecuador; estrategias campesinas de supervivencia; relaciones rural-urbanas.
Abstract
The growth of the informal economy was one of the most notable trends in Ecuador in the last decades of the twentieth century. This article analyzes the interrelationships between rural areas and cities that shaped this type of economy as a result of complex patterns of agrarian reform and agricultural restructuring, as well as transformations in international trade. The multiple subsistence strategies of rural populations to work temporarily or permanently in the cities are observed. This phenomenon is examined for Quito and the rural areas that surround it.
Keywords: informal economy; Ecuador; peasant subsistence strategies; rural-urban linkages.
1. Introducción
El espectacular crecimiento de la economía informal es una de las tendencias más notables en Ecuador y en gran parte de América Latina. Si bien el sector informal se encuentra también en los países industrializados (Portes, Castells y Benton 1989), es un componente particularmente importante del desarrollo dependiente, en gran medida porque proporciona la reproducción de una fuerza de trabajo barata y altamente flexible. En general, se considera un fenómeno esencialmente urbano y su análisis con frecuencia evoca imágenes de mercados en expansión, calles de la ciudad obstruidas por quioscos en las aceras y vendedores ambulantes que ofrecen miles de bienes y servicios diversos. Alternativamente, se dice que el sector informal se nutre de innumerables migrantes rurales que han perdido o abandonado sus tierras y que se convierten en miembros permanentes de la sociedad urbana (Alarcón 1987).
Sin embargo, estas dos conceptualizaciones son limitadas porque no tienen en cuenta el gran número de personas que siguen residiendo y trabajando en las zonas rurales, pero que también participan en la economía urbana. Los complejos patrones de reestructuración agrícola, los cambios en el comercio internacional, la propiedad de la tierra y la evolución de las estructuras de clase han obligado a los hogares rurales a desarrollar complejas estrategias de supervivencia que a menudo los ponen en estrecho contacto con los centros urbanos. El crecimiento urbano en Ecuador, al igual que en otros lugares de América Latina, se ha visto impulsado por la migración permanente del campo a la ciudad, pero la migración temporal también articula las poblaciones rurales con los mercados laborales urbanos.
El objetivo de este artículo es analizar la naturaleza de esa articulación y, en particular, explorar la participación de la población rural en la economía urbana informal. La hipotética vinculación entre los sectores rural y urbano se relaciona con dos factores contextuales: el acceso restringido a la tierra, las necesidades reproductivas de los hogares rurales y el desarrollo de estrategias de subsistencia que combinan una producción agrícola limitada con una participación irregular en la economía urbana; y altas tasas de desempleo y subempleo urbano que dejan pocas oportunidades para la participación en el sector formal.
Este fenómeno se examina en Quito y en las zonas rurales que rodean la capital ecuatoriana. Las altas tasas de desempleo y subempleo urbano en Ecuador no han frenado el flujo migratorio permanente del campo a la ciudad (Farrell, Pachano y Carrasco 1989). Sin embargo, Quito también atrae migraciones de otros dos tipos: la migración temporal o cíclica desde zonas rurales relativamente distantes, con una duración de una semana o más (Waters y Buttel 1987); y la migración o circulación diaria desde las comunidades rurales cercanas. En este artículo se aborda el segundo fenómeno. A partir de los datos de encuestas realizadas en 39 parroquias cercanas a Quito,[ii] se argumenta que la migración diaria contribuye mucho más al sector urbano informal de lo que se pensaba anteriormente. Luego de comparar dos teorías alternativas del sector informal, en el artículo se presenta evidencia que sustenta una interpretación estructural de la participación de los hogares rurales en la economía urbana informal como base de la migración diaria.
2. Vínculos entre el campo y la ciudad y el sector informal
Los análisis tradicionales describen la relación entre las ciudades y sus zonas rurales como polos opuestos de un espectro socioeconómico, cultural y político. Trabajos más recientes han demostrado que las interrelaciones son mucho más complejas y dinámicas. El debate sobre el caso ecuatoriano ha sido particularmente intenso. Incluye discusiones sobre el papel del cambio rural en la transformación social en sentido general (Commander y Peek 1986), la persistencia de la economía campesina (Llovet, Oppenheim y Pérez 1986; Waters y Buttel 1987), las estrategias de supervivencia de los hogares campesinos (Martínez 1990), el rol de la mujer en la producción y reproducción doméstica (Phillips 1987; Weismantel 1988), las formas de movilización y resistencia campesina (Selverston 1994; Zamosc 1994) y los roles del campesinado y del Estado en la reestructuración global de los sistemas agroalimentarios (Martínez y Urriola 1994). También han destacado los análisis de la migración del campo a la ciudad, particularmente con respecto al efecto de la migración permanente en las comunidades rurales (Peek 1982), la capacidad de los lugares rurales para retener a sus habitantes (Rudel y Richards 1990) y el impacto de las características individuales y comunitarias en la emigración (Bilsborrow et al. 1987). Los estudios sobre la migración temporal se han ocupado principalmente de las estrategias de los hogares rurales (Carrasco 1990; Mauro 1986), pero no han analizado sistemáticamente el papel de los residentes rurales en la economía urbana.
La naturaleza del sector informal también ha sido objeto de una amplia gama de interpretaciones (Portes y Schauffler 1993; Rakowski 1994). Las definiciones de informalidad varían, pero existe un acuerdo general en que incluye una amplia variedad de actividades no reguladas y a menudo temporales o esporádicas, llevadas a cabo por personas que trabajan por cuenta propia, familiares no remunerados y, en algunos casos, empleados. Por lo general, estas actividades no están protegidas por la legislación laboral, la seguridad social u otros beneficios (Portes, Castells y Benton 1989).
La mayoría de los análisis del sector informal adoptan una de las dos grandes perspectivas teóricas. La perspectiva legalista se centra en las barreras regulatorias y jurídicas que obstaculizan la creación y operación de pequeñas empresas en el sector formal. Esta perspectiva evolucionó originalmente como una alternativa a la noción de que el sector informal es producto de la incapacidad del sector formal para absorber una creciente mano de obra urbana (Portes y Schauffler 1993). De acuerdo con la interpretación legalista, las burocracias estatales sobrecargadas limitan la creatividad empresarial individual mediante una regulación excesiva, por lo que los pequeños empresarios se ven obligados a recurrir a mecanismos extralegales para poner en marcha sus empresas y administrarlas. Desde este punto de vista, el sector informal está formado por aspirantes a capitalistas cuyas principales motivaciones son la inversión, el ahorro, las ganancias y el crecimiento.
El estudio empírico más conocido basado en este enfoque es El otro camino de Hernando de Soto, que interpreta el desarrollo y la operación ilegal de pequeñas empresas en Lima, Perú, como una respuesta a los obstáculos burocráticos para la creación y operación de negocios. Dado que conseguir y mantener un estatus legal es demasiado costoso y requiere mucho tiempo, los pequeños empresarios simplemente operan de forma extralegal para subirse al tren del ahorro, la inversión, las ganancias y el crecimiento. Según De Soto, el crecimiento del sector informal muestra lo que puede hacer el capitalismo descentralizado y sin restricciones. Una de las implicaciones políticas de este argumento es que las microempresas informales deberían incorporarse al sector formal proporcionándoles créditos y asistencia técnica (Rakowski 1994).
Por el contrario, la perspectiva estructural considera la participación en el sector informal como un elemento de las complejas estrategias de reproducción de los hogares (Portes, Castells y Benton 1989; Rakowski 1994). Los defensores de esta interpretación critican la perspectiva legalista en cuatro aspectos. En primer lugar, las comparaciones entre países muestran que no existe una relación demostrable entre el tiempo y los costos que implica la creación de empresas formales y el tamaño relativo del sector informal (Lagos 1995). En segundo lugar, el subempleo aparentemente no es una respuesta al desempleo declarado, ya que los dos fenómenos tienden a expandirse o contraerse conjuntamente. De hecho, la entrada en el sector informal puede originarse en el sector formal (Portes 1989). Recientemente, tanto el desempleo como el subempleo han aumentado drásticamente en Ecuador y en toda América Latina (CONADE 1990; Portes, Itzigsohn y Dore-Cabral 1994).
En tercer lugar, se observa que la frontera entre los sectores formal e informal es mucho menos nítida de lo que De Soto da a entender. Los hogares e incluso los individuos, participan simultáneamente en ambos sectores (Pérez Sáinz 1988) en lo que puede considerarse como empresas multi-ocupacionales (Smith 1989). Además, muchas actividades informales aparentemente independientes tienen vínculos hacia atrás o hacia adelante con las empresas formales (Portes, Castells y Benton 1989).
En cuarto lugar, los estructuralistas critican la perspectiva legalista dado que no demuestra por qué los hogares entran en el sector informal (Babb 1989). Por el contrario, las interpretaciones estructuralistas se basan en el análisis de las relaciones de clase y, en particular, llaman la atención sobre el predominio de las relaciones laborales no salariales y familiares (Smith 1989; Urriola 1988). Además, se ha demostrado que la economía informal también incluye el trabajo asalariado no regulado y desprotegido que puede operar en pequeñas unidades de producción centralizadas (“maquiladoras”) o a través de variaciones en el sistema de expulsión (Portes, Castells y Benton 1989). Desde este punto de vista, la situación jurídica formal de determinadas empresas es prácticamente irrelevante para comprender el sector informal, ya que no explica cómo viven y trabajan los hogares.
Las estimaciones del tamaño del sector informal en Ecuador y en otras partes de América Latina varían mucho debido a las diferencias en las definiciones y técnicas de medición. No obstante, existe un consenso general sobre que el sector es muy grande y que está creciendo. Utilizando el criterio del número de trabajadores familiares no remunerados, empleados domésticos, trabajadores por cuenta propia (excepto los profesionales) y trabajadores rurales tradicionales, Portes y Schauffler (1993, 53) informaban que en 1980 los niveles de empleo informal oscilaban entre el 25,7 % en Argentina y el 74,1 % en Bolivia. Utilizando la misma definición, calcularon que el empleo informal en América Latina representaba el 42,2 % de la población económicamente activa en 1980. Pero por impresionantes que sean estas cifras, en realidad representan una estimación conservadora de la prevalencia del fenómeno. Si el sector informal se define en términos de trabajadores no cubiertos por la seguridad social, el empleo informal oscilaba entre el 30,9 % en Argentina y el 80,9 % en la República Dominicana. La cifra correspondiente para toda América Latina se elevaba entonces al 56,3 % (Portes y Schauffler 1993).
También se ha constatado la prevalencia del sector informal en Ecuador, aunque, una vez más, las estimaciones de su tamaño varían según la definición. Portes y Schauffler (1993, 53) reportaban que el 63,3 % de la población económicamente activa estaba desempleada y que el 78,7 % carecía de cobertura de seguridad social. Las estimaciones oficiales sobre el tamaño del sector informal variaban entre el 41 % (INEM 1993) y el 50 % de la población urbana económicamente activa (CONADE 1990).
2.1. Migración del campo a la ciudad
En América Latina, las imágenes de florecientes megaciudades engrosadas por innumerables migrantes rurales empobrecidos son, hasta cierto punto, consistentes con las tendencias seculares de la migración del campo a la ciudad. Casi diez millones de habitantes rurales de la región emigraron permanentemente a las ciudades en el período de alto crecimiento entre 1950 y 1970 (De Janvry 1981, 121). En Ecuador, un millón de personas se establecieron en las ciudades entre 1962 y 1982 (Whitaker y Colyer 1990). Como resultado, mientras que la población creció a una tasa de 2,9 %, 3,3 %, 2,5 % y 2,1 % en los períodos intercensales 1950-1962, 1962-1974, 1974-1982 y 1982-1990, respectivamente, las tasas de crecimiento urbano fueron de 4,7 %, 4,5 %, 4,5 % y 3,7 % en los períodos señalados. En consecuencia, la población urbana pasó de representar aproximadamente una cuarta parte del total en 1950 al 55 % en 1990 (CEPAR 1993; INEC 1991).
La migración permanente del campo a la ciudad es claramente un fenómeno importante en Ecuador. Se encuentra relacionada con una distribución inadecuada de los recursos productivos (especialmente de la tierra), con el deterioro de las condiciones de vida, con la escasez de oportunidades de empleo rural y términos de intercambio desventajosos con respecto a los mercados urbanos (Zevallos 1989). Sin embargo, solo la mitad del crecimiento urbano puede atribuirse a la migración permanente en el período 1974-1982 y solo un tercio de ella entre 1962 y 1974 (Whitaker y Colyer 1990). Además, si bien la migración permanente ha contribuido claramente al crecimiento de Quito, el flujo de migrantes no se ha acelerado sustancialmente en la última década [década de los ochenta] y, de hecho, solo alrededor de un tercio de este crecimiento es producto de la migración (Urbana Consultores 1990).
Asimismo, la migración permanente reciente es modesta en comparación con la que se produjo hace más de una década. La migración sustancial comenzó en la década de los cincuenta, cuando Ecuador entró en un período de transformación dramática que incluyó el crecimiento urbano impulsado por la industrialización, la expansión de la clase media y de la educación superior y, en la década de los sesenta, la reforma agraria. Este proceso se vio enormemente acelerado por el auge petrolero que comenzó en 1972 (Commander y Peek 1986; Conaghan 1988; Zevallos 1989). Una encuesta de hogares realizada por el Gobierno municipal en 1987 (Dureau 1989) confirmaba que la migración del campo a la ciudad no era un fenómeno nuevo. Se evidenciaba que el 63,2 % de los habitantes de Quito eran nativos, mientras que el 36,8 % procedían de otros lugares (es decir, migrantes). Pero también se mostraba que el 39 % de los migrantes permanentes en Quito habían vivido en la ciudad entre 10 y 25 años, y el 20 % durante más de 25 años. En contraste, solo una quinta parte llegó durante los cinco años anteriores a la encuesta.
La misma encuesta reveló también que la migración urbana rara vez se producía desde los pueblos directamente a las ciudades más grandes: el 8,5 % de los migrantes de Quito provenían de pueblos de menos de 5000 habitantes, el 19 % de centros parroquiales y solo el 4,4 % directamente de comunidades rurales (Dureau 1989). Cuando se produce una migración permanente del campo a la ciudad, los destinos habituales son los centros regionales más pequeños que crecen a un ritmo más rápido que las ciudades más grandes de Ecuador. De estos datos se puede inferir que solo alrededor de 30 000 residentes actuales de Quito migraron directamente de las comunidades rurales durante los cinco años anteriores a la encuesta. Por lo tanto, la imagen popular de la afluencia masiva, permanente y reciente de campesinos empobrecidos es claramente una explicación inadecuada del crecimiento de Quito. Además, parece que la migración rural permanente no puede explicar por sí sola la participación de la población rural en la economía urbana de Quito.
2.2. Migración diaria y sector informal
La migración temporal del campo a la ciudad adopta muchas formas. Incluye movimientos masivos de campesinos centroamericanos sin tierra o casi sin tierra que rotan de un cultivo de exportación a otro (Hamilton y Chinchilla 1991), la residencia a largo plazo en áreas urbanas (Smith 1989) y la migración cíclica de los miembros de los hogares campesinos (Waters y Buttel 1987). En Ecuador, esta última forma de migración suele llevarse a cabo durante una semana o más, tiende a ser bastante regular e implica una clara división del trabajo por edad y sexo. Las mujeres (asistidas por niños y ancianos) son responsables de la producción de cultivos de subsistencia y de mercado, del cuidado de los animales domésticos, de las actividades artesanales, del trabajo doméstico y, a veces, del trabajo asalariado en las haciendas vecinas (Phillips 1987). Al mismo tiempo, los hombres y los jóvenes pueden dedicarse al trabajo asalariado, generalmente en el sector urbano, y realizar tareas agrícolas domésticas cuando los ciclos de cultivo exigen mayores insumos de mano de obra (Waters y Buttel 1987). Sus niveles de educación formal y capacitación laboral urbana suelen ser relativamente limitados y, dado que su disponibilidad es incierta, suelen desempeñarse como trabajadores no calificados sin contratos formales ni beneficios establecidos por la ley. Otra posibilidad es que trabajen por cuenta propia en servicios o en el comercio a pequeña escala.[iii]
La reproducción del hogar rural se logra a través de complejas combinaciones de producción agrícola (para el consumo doméstico y para el mercado), empleo rural y mano de obra urbana. En este sentido, la migración temporal del campo a la ciudad no refleja la disolución del hogar rural. Es, más bien, un mecanismo que en realidad puede permitir el mantenimiento del hogar. Es decir, los miembros del hogar migran a los centros urbanos de manera temporal no para asumir un rol totalmente nuevo en la sociedad, sino más bien para mantener su condición rural y, en el caso de los pequeños productores agrícolas, para “seguir siendo campesinos” (Farrell, Pachano y Carrasco 1989, 11).
Varios factores explican la participación simultánea de los hogares que mantienen su estatus rural, tanto en el sector rural como en el urbano. En primer lugar, dados los altos niveles de desempleo y subempleo urbanos, la migración permanente puede no representar una solución viable a la crisis de reproducción. En segundo lugar, debido a que los campesinos suelen ocupar parcelas pequeñas y relativamente improductivas que no son adecuadas para la agricultura intensiva en capital, no se enfrentan a la expulsión de la tierra. En tercer lugar, los campesinos desempeñan un papel clave en la sociedad contemporánea porque producen la mayor parte de los cultivos alimentarios destinados al consumo interno. Por último, los factores culturales relacionados con el valor de la comunidad y la familia siguen generando ataduras de la gente a la tierra.
Sin embargo, la capacidad de los hogares para garantizar su reproducción en su totalidad en el sector rural se encuentra restringida debido al acceso limitado a la tierra, a la escasez de oportunidades de empleo rural, a los patrones inestables de tenencia, a los bajos niveles de productividad, a los bajos ingresos y a la falta de créditos y asistencia técnica. Además, las condiciones agroecológicas desfavorables (suelos pobres, topografía irregular y ausencia de riego) se ven frecuentemente agravadas por las presiones para aumentar la producción agrícola a pequeña escala mediante la sobreexplotación de recursos naturales cada vez más agotados.
3. Resultados del estudio
Una encuesta por muestreo aleatorio realizada en 1985 recogió datos de 699 hogares de la provincia de Pichincha, capital de Quito.[iv] Esta zona se ha caracterizado tradicionalmente por la producción agrícola tanto en grandes haciendas como en minifundios campesinos repartidos en pequeñas ciudades y pueblos. La encuesta fue diseñada para investigar las relaciones entre la migración temporal a Quito y los factores relacionados con el lugar de residencia, la ocupación y la propiedad de la tierra. Tanto la distancia como la disponibilidad y el estado de las carreteras afectan los patrones de migración en Ecuador (Rudel y Richards 1990). El diseño de la investigación permitió también la comparación entre los habitantes de las parroquias con mayor o menor acceso a Quito, en función de la distancia y del estado de las carreteras y autopistas (denominadas aquí “periferia” e “interior”, respectivamente).
Se esperaban varias relaciones: en primer lugar, la migración diaria se vería afectada por la limitada propiedad de la tierra y la producción agrícola. En segundo lugar, el estatus ocupacional reflejaría la importancia relativa de la agricultura a pequeña escala y la actividad del sector informal. En tercer lugar, otros indicadores ocupacionales confirmarían aún más el grado en que los participantes en la encuesta trabajaban en el sector informal.
La encuesta reveló que el 55 % de los hogares eran propietarios de tierras agrícolas. A primera vista, esta cifra parecería sugerir que la agricultura es una actividad simplemente complementaria en la zona. De hecho, el acceso a la tierra en esta zona es muy limitado, pues la explotación media era algo inferior a una hectárea y media. Sin embargo, estas parcelas no eran meros lotes rurales en desuso; el 91 % se cultivaba realmente.
Además, los datos sobre la ocupación revelan hasta qué punto la producción agrícola seguía representando un componente importante de las estrategias familiares de muchos hogares rurales, aunque pueda ser insuficiente por sí sola para garantizar la reproducción completa del hogar. En la tabla 1 se muestra, en primer lugar, que la agricultura era la ocupación principal del 17 % de los encuestados. Esta cifra es particularmente interesante porque representaba aproximadamente la mitad del promedio nacional. Asimismo, casi una cuarta parte de los encuestados afirmó que su ocupación principal era la artesanía o la fabricación a pequeña escala. Una proporción similar trabajaba principalmente en el sector de servicios y transporte, y casi un 10 % eran trabajadores no calificados o jornaleros. No es sorprendente que, al comparar la periferia con el interior, se observe que la agricultura era mucho más frecuente en este último que en el primero.
Sin embargo, los datos sobre la ocupación principal no reflejaron adecuadamente las estrategias de reproducción del hogar, ya que muchos ecuatorianos pobres tienen una segunda ocupación. Además, la distinción entre la primera y la segunda ocupación suele ser opaca porque estas estrategias cambian constantemente. En la tabla 1 se indica que el 46 % de la muestra (y más de la mitad de los encuestados del interior) declaran que la agricultura es la ocupación secundaria. Así, mientras que el pequeño comercio, los servicios y el trabajo asalariado rural ofrecen oportunidades de empleo limitadas, la agricultura a pequeña escala sigue siendo importante, especialmente en las comunidades más alejadas del interior.
Tabla 1. Ocupaciones de migrantes en Quito (en porcentajes)
|
|
Periferia |
Interior |
Total |
Ocupación principal |
|
|
|
|
|
Profesional, técnico y administrativo |
9,1 |
9,0 |
9,0 |
|
Trabajo de oficina |
8,9 |
6,8 |
7,9 |
|
Comercio, ventas |
10,9 |
4,8 |
8,1 |
|
Fabricación artesanal a pequeña escala |
23,7 |
22,1 |
22,8 |
|
Otras manufacturas |
2,7 |
1,8 |
2,4 |
|
Servicios y transporte |
21,1 |
24,5 |
22,8 |
|
Mano de obra no calificada |
10,8 |
8,5 |
9,8 |
|
Agricultura |
12,9 |
22,3 |
17,2 |
Ocupación secundaria |
|
|
|
|
|
Profesional, técnico y administrativo |
6,7 |
2,5 |
3,5 |
|
Trabajo de oficina |
0,9 |
0,6 |
0,7 |
|
Comercio, ventas |
14,5 |
5,2 |
9,6 |
|
Fabricación artesanal a pequeña escala |
6,7 |
6,6 |
6,7 |
|
Otras manufacturas |
3,0 |
1,7 |
2,3 |
|
Servicios y transporte |
32,9 |
27,1 |
29,9 |
|
Mano de obra no calificada |
1,5 |
1,1 |
1,3 |
|
Agricultura |
33,8 |
58,8 |
45,5 |
Fuente: Waters y Almeida (1985).
Sin embargo, como la propiedad de la tierra suele ser tan limitada, menos de uno de cada cinco encuestados vende la mitad de su producción agrícola total. Las oportunidades de satisfacer las necesidades de subsistencia a través de la agricultura a pequeña escala son igualmente limitadas. En consecuencia, los hogares rurales afrontan su crisis de reproducción combinando diversas actividades remuneradas y no remuneradas realizadas por todos los miembros del hogar. La encuesta confirmó que, en la zona estudiada, la migración temporal de algunos miembros del hogar era una de las opciones disponibles. Muestra que el 30,2 % de las personas incluidas en la muestra viajaban a Quito diariamente (aunque no necesariamente todos los días). De ellos, el 36,1 % se dedica al trabajo asalariado y otro 4,8 % al comercio. La importancia de estas cifras radica en que, a partir de datos ampliados, se estima que 31 855 personas migraban diariamente a Quito desde las 39 parroquias seleccionadas para el estudio. Esta cifra significa que más del 10 % de la población económicamente activa de Quito no vivía en la ciudad, sino que migraba allí todos los días.
Otros estudios (por ejemplo, Waters y Buttel 1987) muestran que la mayoría de los migrantes semanales o quincenales procedentes de zonas más distantes son hombres. Además, el 67,6 % de los migrantes diarios que realizaban trabajos asalariados eran hombres. Como se discutió anteriormente, este hallazgo refleja las estrategias particulares de reproducción que se adoptan en el hogar, basadas en la división del trabajo por edad y sexo.
Las características ocupacionales de los migrantes diarios sugieren que una alta proporción de sus actividades se enmarcan en el sector informal. En primer lugar, más de la mitad de los encuestados trabajan principalmente en los sectores artesanal, manufacturero a pequeña escala o pequeños comercios, o como trabajadores no calificados. Además, el 42 % labora por cuenta propia o con miembros de la familia, generalmente sin remuneración. Estas categorías están ampliamente asociadas con el empleo en el sector informal. En segundo lugar, la mayoría de los migrantes se desempeña en condiciones de considerable inestabilidad laboral, otro indicador del empleo informal. Solo el 25 % de la muestra tiene contratos anuales o indefinidos; en contraste, el 28 % es contratado para tareas específicas y un 27 % trabaja semanal o mensualmente.
Por último, los datos sobre los niveles de ingresos corroboran la hipótesis de que los migrantes diarios trabajan principalmente en el sector informal. Como se mencionó anteriormente, el empleo informal no necesariamente es un indicador de pobreza (Rakowski 1994). No obstante, el empleo en el sector informal no está protegido por la legislación sobre el salario mínimo. En consecuencia, se ha comprobado que el ingreso promedio en el sector informal representa solo alrededor de dos tercios del ingreso del sector formal en las ciudades de Quito, Guayaquil y Cuenca (INEM 1988). La encuesta revela que un 25 % de los trabajadores migrantes ganaba menos de la mitad de un salario mínimo, mientras que un 51 % adicional percibía entre la mitad y un salario mínimo.
4. Discusión
La migración permanente del campo a la ciudad contribuye de manera dramática al rápido crecimiento de muchas ciudades latinoamericanas. Se encuentra relacionada con el limitado acceso a la tierra y a otros recursos productivos, a las malas condiciones de vida, a los inadecuados canales de comunicación y comercialización y a la virtual ausencia de créditos y asistencia técnica para los pequeños productores agrícolas. No obstante, un número importante de habitantes de zonas rurales obtiene empleo urbano sin exponerse a los considerables riesgos que implica la migración permanente de familias enteras. Las diferentes formas de migración temporal y cotidiana permiten a los hogares campesinos “crear sus propias condiciones de trabajo” (Carrasco 1990, 171), complementando la reproducción de base rural con ingresos urbanos. Al mismo tiempo, sin embargo, las limitaciones estructurales al empleo urbano, a salarios y a la propiedad de la tierra rural limitan claramente las opciones disponibles para los migrantes temporales y diarios, para los cuales el empleo informal es el principal punto de inserción en la economía urbana.
Discusiones recientes sobre el sector urbano informal llaman la atención sobre su heterogeneidad (Portes, Castells y Benton 1989; Rakowski 1994). Hay pruebas considerables, por ejemplo, de que incluye a los subempleados, a los trabajadores independientes y al trabajo familiar no remunerado cuyos ingresos se esperaría que fueran iguales o inferiores a los niveles del salario mínimo. Sin embargo, los miembros del hogar también pueden ser empleados en el sector formal (Alarcón 1987; Pérez Sáinz 1988; Urriola 1988). Además, las empresas del sector formal suelen mantener vínculos hacia adelante o hacia atrás con el sector informal a través de acuerdos de subcontratación extralegales y el incumplimiento de la legislación relativa a los salarios, las condiciones de trabajo y la seguridad social. Por otra parte, las microempresas (como las de ventas ambulantes) reflejan el trabajo por cuenta propia y el trabajo familiar no remunerado.
Los resultados aquí presentados sugieren que los migrantes temporales y cotidianos encajan en este esquema. También proporcionan un perfil de los migrantes cotidianos de la zona rural que rodea a Quito. Es probable que estos migrantes sean hombres, que se dediquen a la agricultura como ocupación principal o secundaria en su lugar de residencia y que trabajen por cuenta propia o de forma no remunerada para familiares en el sector urbano. Trabajan predominantemente como obreros o en servicios, en el sector manufacturero y artesanal a pequeña escala, en la construcción o en el pequeño comercio. Sin embargo, gozan de poca estabilidad laboral y la mayoría se emplea por tareas, semanal o mensualmente. Es poco probable que los ingresos urbanos sean suficientes para la reproducción de la unidad familiar: un 25 % de estos migrantes gana menos de la mitad del salario mínimo (que se ha mantenido prácticamente constante en menos de 100 dólares mensuales desde principios de la década de los ochenta), mientras que un 50 % gana entre la mitad y un salario mínimo. De esta manera, los ingresos urbanos complementan las actividades remuneradas y no remuneradas que realizan otros miembros del hogar, en particular las mujeres, en las comunidades aledañas a Quito. El empleo urbano informal no se basa, sin embargo, en la evasión de la regulación estatal del sector privado, como argumenta De Soto. Los hogares insertados en el sector informal ni siquiera tienen necesariamente microempresas, por lo que el tamaño del sector y la importancia del empleo informal solo pueden explicarse en términos del desarrollo de estrategias multifacéticas de reproducción de los hogares rurales y urbanos.
5. Conclusiones
Dada la trayectoria actual de la propiedad de la tierra rural y los patrones de empleo urbano, dos factores pueden entrar en juego en un futuro previsible, pero no alterarán significativamente el panorama aquí descrito. En primer lugar, la expansión urbana seguirá reclamando nuevos territorios en zonas inmediatamente adyacentes a ciudades como Quito, y el desarrollo suburbano producirá nuevas viviendas y servicios de élite. En segundo lugar, los sistemas agroalimentarios mundiales están evolucionando hacia complejas redes de producción, comercialización, transporte y consumo que vinculan a las naciones industrializadas y subdesarrolladas y producen nuevas relaciones de clase (McMichael 1994). En muchas partes del mundo, los productores campesinos se han incorporado a esta red global mediante una variedad de formas de trabajo asalariado y subcontratación. Además, los empresarios rurales han desarrollado sistemas sofisticados y costosos para producir productos agrícolas no tradicionales de exportación. En Ecuador, una variedad de productos especializados, entre los que destacan las flores cortadas, las frutas tropicales y las hortalizas de zonas templadas están disfrutando de un auge exportador. No obstante, este desarrollo no ha modificado significativamente los patrones de propiedad de la tierra. Por ejemplo, la producción de flores, la actividad agrícola no tradicional más importante orientada a la exportación, abarca en total menos de 500 hectáreas. Del mismo modo, los cambios en los patrones laborales han sido relativamente modestos. La incorporación de los habitantes de las zonas rurales a este sistema global en evolución se enfrenta a continuas limitaciones estructurales y es probable que se rija por las mismas reglas básicas de flexibilidad que el empleo en el sector informal (Thrupp, Bergeron y Waters 1995; Waters 1993).
A pesar de la confluencia de factores que en otros lugares ha empujado a los residentes rurales hacia los centros urbanos, Quito no ha experimentado flujos masivos de migración permanente del campo a la ciudad. Más bien, una variedad de movimientos poblacionales temporales, cíclicos y cotidianos vincula a los sectores rurales y urbanos. Este caso es claramente diferente de otros, en los que las poblaciones urbanas se han visto engrosadas por importantes flujos de población rural. Sin embargo, la experiencia de Quito no es única. Un enfoque comparativo de esta cuestión se centraría en dos conjuntos de factores para explicar las diferencias. En primer lugar, las recientes movilizaciones relacionadas con la propiedad de la tierra en la sierra ecuatoriana sugieren que la población rural sigue valorando su condición de campesinos, a pesar de que dicha condición es -y siempre ha sido- muy variable y muy frágil (Selverston, 1994; Zamosc, 1994). Esto es así a pesar de la clara evidencia de que las estrategias de supervivencia basadas en el medio rural pueden no proporcionar por sí solas la reproducción del hogar.
En segundo lugar, no hay indicios de que el sector urbano pueda proporcionar empleo formal a un número dramáticamente mayor de personas. Por esa misma razón, los hogares urbanos siguen sometidos a continuas crisis de reproducción, que afrontan mediante la elaboración de complejas estrategias de supervivencia que incluyen la participación en el sector informal. Por la misma razón, la migración temporal y diaria ligada al empleo informal sigue vinculando a la población rural con el sector urbano.
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Nota de los traductores
Han pasado cerca de tres décadas desde la publicación de “The Road of Many Returns Rural Bases of the Informal Urban Economy in Ecuador”[1], de William F. Waters[2]. La economía informal sigue siendo un fenómeno de importancia en Ecuador, y que se amplió aún más durante la pandemia de Covid-19 a partir de 2020. Pasa lo mismo en el resto de América Latina y el Caribe. Para comprender este fenómeno, central en las dinámicas entre lo urbano y lo rural, no hay una sola forma de hacerlo ni es tan simple, como bien apunta William Waters en su artículo. De hecho, no se trata, como se suele suponerse en el imaginario popular, de un fenómeno urbano alimentado por migrantes rurales que ocupan el espacio con ferias, vendedoras y vendedores ambulantes y quioscos en las populosas calles. Las interrelaciones que configuran la economía informal siguen siendo complejas y tienen que ver con fenómenos del pasado que persisten (por ejemplo, la reestructuración agrícola, los cambios en el comercio internacional, la propiedad de la tierra y la evolución de las estructuras de clase), a los que se suman nuevas formas de ruralidad, expansión de las ciudades, gentrificación, realidades virtuales, cambio climático y una economía global cada vez más compleja. Estos temas fueron abordados en los más de cincuenta años de investigación científica de William Waters.
Tres años luego de la publicación del artículo de Waters, en el 2000, Ecuador adoptó el dólar como moneda oficial. Este hito, de profundas consecuencias sociales y económicas, unido a la quiebra de la mayor parte de bancos en 1999, desencadenó el cierre de empresas y negocios, despidos a gran escala, el engrosamiento de la economía informal y una fuerte ola migratoria de ecuatorianos a diferentes partes del mundo. Al 2007, en términos demográficos, New York y Madrid eran consideradas, respectivamente, la cuarta y la quinta ciudad con mayor número de personas con nacionalidad ecuatoriana. Esto propició otro fenómeno interrelacionado: la economía de remesas del exterior. Sin embargo, las relaciones de poder, los intercambios desiguales y las brechas de pobreza entre el campo y la ciudad se mantienen. Manuel Chiriboga y Brian Wallis (2010), en su “Diagnóstico de la pobreza rural en Ecuador y respuestas de política pública”, apuntan que la pobreza tiene mayor incidencia en el mundo rural, en donde la mitad de sus pobladores, a esa fecha, estaban bajo la línea de pobreza y un cuarto en condiciones de indigencia. Igualmente, los datos de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de 2012 (ENSANUT-ECU) muestran que la población más afectada por la malnutrición infantil son niñas y niños indígenas.
Es indudable que los hogares rurales siguen aplicando una serie de complejas estrategias de supervivencia y que se mantiene la multi-ocupación, donde el trabajo agrícola se combina y complementa con otras actividades como servicios, transporte y comercio de multiplicidad de objetos, lo que implica transitar entre el campo y la ciudad, y diversos arreglos de migración temporal y diaria. Con el COVID-19, se observó temporalmente el fenómeno inverso, la migración de la ciudad al campo.
El artículo de William Waters se centra en la ciudad de Quito y sus alrededores, lo que permite deducir que se trata del actual Distrito Metropolitano de Quito (DMQ). Para el Instituto Nacional Ecuatoriano de Estadísticas y Censos (INEC), al 2022, en el DMQ el 26.8% de su población reside en zonas rurales. De hecho, en el DMQ la población rural ha aumentado desde la década de 1990 a una tasa del 3.16%, lo que contrasta con la tasa de crecimiento del 2.8% para zona urbana de Quito. La razón de este importante crecimiento poblacional ha sido, por una parte, la migración debido a la mayor demanda de mano de obra de la agroindustria que prospera en la zona, particularmente las fincas de rosas que demandan mano de obra femenina, y el nuevo mercado de servicios relacionado con la relocalización del aeropuerto de Quito en Tababela. Se pudo realizar estas constataciones durante un trabajo de investigación (con William Waters y Carlos Andres Gallegos Riofrio) en 2018, en Yaruquí, una de las 33 parroquias rurales del DMQ, a 32 km del perímetro urbano. De acuerdo con las sesenta entrevistas y encuestas realizadas a parejas jóvenes, se mantiene de manera prevalente la multi-ocupación como estrategia de supervivencia, así como la migración temporal y diaria de comunidades rurales. Por otra parte, diversos estudios recientes muestran el proceso de gentrificación observado en Quito y sus alrededores en las últimas dos décadas, que agrega elementos de complejización de las relaciones entre el campo y la ciudad. Durante este período, que incluyó una bonanza económica entre 2007 y 2013, clases medias de Quito se han desplazado masivamente a las parroquias rurales de Cumbayá, Tumbaco, Puembo y Nayón.
Finalmente, se observa en Quito y sus alrededores rurales una clara transición demográfica, marcada por el envejecimiento de la población. Según datos del INEC, la población entre 45 y 64 años pasó de representar el 11.1% en 1990 al 20.6% en 2022, y que los mayores de 65 años pasaron del 4.4% al 9.8% en ese mismo período.
En este contexto, el “El camino de muchos retornos: Bases Rurales de la Economía Urbana Informal en Ecuador” de William F. Waters constituye un punto de referencia esencial y vigente para entender las dinámicas de la transformación de Quito y sus parroquias rurales en las últimas décadas. También sirve para apreciar y poner en contexto la persistencia de las dinámicas sociodemográficas entre campo y ciudad en el Ecuador. Este artículo vuelve a refrescarse en la memoria colectiva, a beneficio de la academia ecuatoriana e hispanohablante, gracias a la apertura y generosidad de Ronald H. Chilcote, director editorial de Latin American Perspectives, que dio su autorización para traducir y publicar este artículo en español en este número de la Revista Mundos Plurales que rinde homenaje a William Waters.
Notas
[1] Título en inglés en la publicación original de 1997.
[2] (1952-2024) Co-editor de la Revista Mundos Plurales; profesor de la Universidad San Francisco de Quito; colega y muy apreciado amigo.
[i] Artículo publicado originalmente en inglés: Waters, William F. 1997. “The Road of Many Returns. Rural Bases of the Informal Urban Economy in Ecuador”. Latin American Perspectives 24 (3): 50-64. Se reproduce con autorización de Latin American Perspectives. Una versión anterior de este artículo fue presentada en el simposio “Sociedad rural y transición agraria en América Latina”, 47.º Congreso Internacional de Americanistas en Nueva Orleans en 1991. El autor agradeció a los miembros del panel, así como a Robert Dash, Marco Gandasegui, William Avilés y Susan Eckstein por sus comentarios a los borradores anteriores.
Al final del artículo se encuentra la nota de los de los traductores.
[ii] La parroquia es la unidad administrativa más pequeña del Ecuador. El Gobierno parroquial generalmente se encuentra en la comunidad más grande que se conoce como el centro parroquial.
[iii] Las estrategias concretas que adoptan los hogares rurales y los roles desempeñados por sus miembros varían marcadamente de acuerdo con sus necesidades cambiantes y sus dinámicas internas. Por ejemplo, la migración permanente de mujeres a las zonas urbanas está muy extendida en gran parte de América Latina y ha creado, en algunos casos, un sector informal urbano en el comercio a pequeña escala (Babb 1989). Por ejemplo, el 70 % de las microempresas de Quito son operadas por mujeres. Sin embargo, las microempresarias de Quito en su mayoría no son migrantes temporales o recientes: el 56 % nació en Quito y el 79 % ha vivido en la ciudad por más de 15 años (INCAIM 1991). Claramente, la participación femenina en el sector informal urbano representa solo una de las formas de conseguir mano de obra relativamente barata (Moser 1993; Redclift 1985). La migración temporal parece obedecer a una lógica diferente.
[iv] Una muestra aleatoria estratificada y polietápica proporcionó información sobre 699 hogares de 39 parroquias de la parte occidental alta de la provincia Pichincha. Se recogieron datos de todos los miembros del hogar. En la primera etapa se determinaron las ponderaciones proporcionales de cada parroquia y en la segunda se determinaron las proporciones de hogares que debían encuestarse en las zonas rurales dispersas y en los pueblos o cabeceras de cada parroquia. En la tercera etapa se identificaron conglomerados de áreas a partir de mapas censales corregidos. Dentro de cada conglomerado, los hogares fueron seleccionados aleatoriamente para su inclusión en la encuesta. Se aplicó un cuestionario cerrado estándar al jefe de familia u otro miembro adulto del hogar. La tasa de rechazo fue inferior al 5 % (Waters y Almeida 1985).