Mundos Plurales. Revista Latinoamericana de Políticas y
Acción Pública Vol.11 N.° 1, mayo 2024, pp. 31-47
ISSN 13909193/e-ISSN 26619075
DOI: 10.17141/mundosplurales.1.2024.6048
Ontologías políticas plurales en los procesos de transición sostenible
Plural political ontologies in sustainable transition processes
Cristina Zurbriggen. Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, Uruguay/ South American Institute for Resilience and Sustainability Studies (SARAS), Uruguay. criszurbriggen@gmail.com
Laura Gioscia. Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, Uruguay.
Recibido: 29/08/2023 - Aceptado: 11/11/2023
Resumen
A pesar de las advertencias científicas sobre las problemáticas ambientales, hasta la fecha se han identificado pocos avances orientados hacia una transición sostenible. En este escenario, el objetivo de este trabajo es reflexionar sobre la relevancia de abordar la dimensión política y los conflictos ontológicos en el estudio de las transiciones hacia la sostenibilidad. Considerar las ontologías políticas permite una mayor apertura y comprensión de perspectivas diversas. Esto implica reconocer que hay diferentes realidades y maneras de ver el mundo, y que no existe una única solución para todos los problemas ambientales. Al hacerlo, se abre la posibilidad de avanzar hacia ontologías múltiples y promover una transición sostenible más inclusiva, equitativa y adaptada a la diversidad de realidades y perspectivas presentes en nuestro mundo. Con el fin de aportar a estos debates, en el presente artículo se propone una reflexión crítica sobre la importancia de considerar las ontologías políticas en el abordaje de problemas socioambientales complejos. Para ello, examinamos las ontologías políticas y el creciente interés académico por incorporar la dimensión ontológica en los estudios ambientales y los aportes relevantes realizados desde América Latina. A continuación, reflexionamos sobre la relevancia de valorar el disenso en las transiciones sostenibles, incorporando el pluralismo ambiental en procesos de cambio.
Palabras clave: ontologías políticas; pluralismo ambiental; transición sostenible.
Abstract
Despite scientific warnings about environmental issues, few advances have been identified to date oriented toward a sustainable transition. In this scenario, this paper aims to reflect on the relevance of addressing the political dimension and ontological conflicts in the study of transitions toward sustainability. Considering political ontologies allows for greater openness and understanding of diverse perspectives, recognizing that there are different realities and ways of seeing the world and that there is no single solution to all environmental problems. In doing so, it opens the possibility of moving towards multiple ontologies and promoting a sustainable transition that is more inclusive, fair, and adapted to our world's diversity of realities and perspectives. In order to contribute to these debates, this article proposes a critical reflection on the importance of considering political ontologies in addressing complex socio-environmental problems to move towards pluralistic governance. To this end, we examine political ontologies and the growing academic interest in incorporating the ontological dimension in environmental studies and the relevant contributions made by Latin America. Finally, we reflect on the relevance of valuing dissent in sustainable transitions and incorporating environmental pluralism in change processes.
Keywords: Environmental pluralism; political ontologies; sustainable transition.
Introducción
Las sociedades contemporáneas están viviendo una gran transformación que se refiere a los profundos cambios y desafíos, los cuales están marcados por una serie de tendencias interrelacionadas: la globalización, el aumento de las desigualdades sociales (Piketty 2013), la rápida transformación tecnológica y la acelerada explotación de los recursos naturales (Rockström et al. 2009; IPCC 2023; Rockström et al. 2023). Al mismo tiempo, estos procesos están arraigados en injusticias históricas, inequidades presentes, instituciones inadecuadas y en abusos de poder (McKinnon 2022).
Estos cambios han generado no solo una crisis ambiental y social, sino también una profunda crisis de confianza en los gobiernos, en la política y en la ciencia (Huntjens y Kemp 2022). En este escenario, urge llegar a los fundamentos ontológicos y cosmológicos de nuestros sistemas de pensamiento, considerando perspectivas diversas para abordar estos desafíos de manera más equitativa y sostenible (González-Márquez y Toledo 2020). Esto implica una ruptura de la visión del mundo que sustenta el consenso sobre el desarrollo sostenible, centrado en el desarrollo tecnológico y la defensa de una economía expansiva, basada en valores de un crecimiento sin restricciones (Gomez-Baggethun y Naredo 2015). En este sentido, Jeremy Lent (2018) plantea estudiar críticamente nuestros propios modelos mentales, dado que el ideal de desarrollo sostenible, recogido en la mayoría de las conceptualizaciones actuales sumergen sus raíces en una narrativa más antigua del progreso en tanto “conquista de la naturaleza”.
Ello implica ir más allá de la evidencia científica y explorar ontologías y otras formas de entender el mundo, que pueden informar y guiar nuestras prácticas y políticas públicas de modo más respetuoso con la naturaleza. La evidencia científica nos ha permitido mejorar continuamente sistemas de información y modelos climáticos para comprender mejor los fenómenos ambientales y prever posibles escenarios futuros relacionados con el cambio y otros aspectos climáticos (IPCC 2023; McKay et al. 2022). Estos trabajos han proporcionado una base sólida para comprender la magnitud y la urgencia de los desafíos ambientales que enfrentamos (Rockström et al. 2023; Rockström et al. 2017). Al mismo tiempo, se han establecido acuerdos internacionales para abordar tales desafíos; un ejemplo es el de París sobre el cambio climático, adoptado en diciembre de 2015 durante la 21 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático celebrada en París, Francia.
A su vez, la comunidad científica internacional ha consolidado la ciencia de la sostenibilidad en cuanto campo de investigación que busca entender las dinámicas complejas que surgen de las interacciones entre los sistemas humanos y los ambientales (Fang et al. 2018; Kates et al. 2001). Desde este enfoque se señala que la producción de conocimiento debe estar orientada a soluciones del mundo real, a trascender los límites disciplinarios y a involucrar a los actores no científicos en el abordaje de los retos que enfrenta la humanidad (Kates et al. 2001). En este marco, se han desarrollado influyentes enfoques: la teoría de la resiliencia de los sistemas socioecológicos (Gunderson y Holling 2002; Folke 2006, 2016; Folke et al. 2005); el de las transiciones sociotécnicas (Geels 2002; Turnheim, Asquith y Geels 2020; Markard, Geels y Raven 2020; Köhler et al. 2019); y los transdisciplinarios (Bammer et al. 2020; Chambers et al. 2021; Norström et al. 2020; Pohl et al. 2021; Scoones et al. 2020).
Sin embargo, a pesar de los aportes académicos y de las advertencias científicas sobre el cambio climático, en las problemáticas ambientales y en sus impactos, al igual que en los llamados a la acción por parte de gobiernos, organizaciones internacionales, sociedad civil y otros actores, se identifican pocos avances orientados hacia una transición sostenible. En este escenario, el objetivo de este trabajo es reflexionar sobre la relevancia de abordar las ontologías políticas en el estudio de las transiciones sostenibles.
Dentro de este campo han surgido una multiplicidad de estudios en los denominados Norte global y Sur global (Schlaile y Urmetzer 2021; Scoones et al. 2020; Escobar 2015). Entre los aportes del Norte global podemos mencionar la escuela de la transición sociotécnica (Geels 2002), la escuela de la transición socioecológica (Gunderson y Holling 2002), la socioinstitucional (Loorbach, Frantzeskaki y Avelino 2017) o de la transición socioeconómica (Kemp et al. 2022), también de las vías de transición (Ely 2021).[i] Arturo Escobar (2015), por su parte, propone iniciar una conversación entre los marcos de decrecimiento[ii] (Norte global) y posdesarrollo (Sur global) con el fin no sólo de enriquecer estos movimientos, sino de alcanzar una política de transformación eficaz. Como parte de la diversidad de enfoques desde América Latina, encontramos los estudios de posdesarrollo con el aporte del Buen Vivir y los derechos de la naturaleza, las lógicas comunitarias y las transiciones posextractivistas (Gudynas 2011; Gudynas y Acosta 2011; Idrobo-Velasco y Orrego-Echeverría 2021).
Por esto se torna clave considerar los conflictos ontológicos, o sea, aquellos que involucran diferentes supuestos sobre lo que existe. Incorporar las ontologías políticas en el estudio de las transiciones sostenibles es crucial, ya que permite avanzar hacia la comprensión de ontologías múltiples. Es decir, reconocer que existen diversas formas de concebir y de relacionarse con el mundo, y que estas perspectivas pueden entrar en conflicto entre sí. Estos conflictos ontológicos son constitutivos de procesos de cambio, pues diferentes actores y grupos sociales pueden tener visiones y objetivos divergentes sobre cómo abordar los desafíos socioambientales (Tengö et al. 2014).
Con el fin de aportar a estos debates, en primer lugar, en el presente artículo se propone una reflexión crítica sobre las ontologías políticas. En segundo lugar, analizamos el creciente interés académico de incorporar la dimensión ontológica en los estudios ambientales y los trascendentes aportes hechos desde América Latina. Por último, reflexionamos sobre la relevancia de valorar el disenso en las transiciones sostenibles, incorporando el pluralismo ambiental en procesos de cambio.
Ontologías políticas
La ontología política aporta una lente conceptual valiosa para abordar los problemas ambientales al cuestionar nuestras suposiciones fundamentales sobre la relación entre la sociedad y el entorno natural. Ayuda a considerar cómo las visiones del mundo, las estructuras políticas y las concepciones éticas influyen en la manera en que enfrentamos y resolvemos los desafíos ambientales.
La ontología refiere al ser, a lo que es, a lo que existe, a lo que constituye la realidad, y, por extensión, refiere al ser político, a lo que es políticamente, a lo que existe políticamente, a lo que comprende la realidad política (Hay 2006). Así, desde una perspectiva ontológica se pregunta en qué consiste la naturaleza de la realidad social y política al ser investigada. Cada teoría política que proponga cómo nos constituimos (polity) y la forma en la que debemos ser gobernados, implica un racconto de las relaciones y la estructura en la que en tanto individuos y comunidad se constituye una nación o un Estado, y esto presupone una ontología política (Pettit 2005).
Stephen White (2000) sugiere que la ontología, que tradicionalmente ha sido un tema filosófico, ha pasado a ser relevante en las ciencias sociales y la ciencia política, en el contexto específico de las teorías sociales científicas o en las tradiciones de investigación. Este cambio en el uso de la ontología en el discurso científico se relaciona con las discusiones metodológicas que tuvieron lugar a finales de los años setenta y ochenta. La ontología, en este contexto, se refiere a la comprensión subyacente de la naturaleza de la realidad, la existencia y las estructuras que conforman el mundo social y político.
Según White (2000, 4) vivimos en una “modernidad tardía” que en parte se caracteriza por cuestionar nuestros modos habituales de ver y hacer en el mundo. A modo de ejemplo, interrogar nuestra concepción occidental naturalizada de sujeto humano. El enfoque que busca caracterizar en pensadores contemporáneos es el de “ontología débil” en contraposición a las “ontologías fuertes” que se asocian con autores premodernos y modernos para mostrar y activar la posibilidad de su contestabilidad (White 2000, 8).
Entre los pensadores se destaca el norteamericano William Connolly (1995), para quien la falta de atención prestada a la ontología ha limitado nuestro entendimiento de las dinámicas políticas y sociales, y propone la necesidad de reintegrar las preguntas ontológicas, entre otras, en el estudio de la política. Considera que las presuposiciones ontológicas influyen en nuestras concepciones del mundo y en nuestras prácticas, y que examinar críticamente estas presuposiciones puede llevar a nuevas formas de comprender y abordar los desafíos contemporáneos (Biset 2020). Emmanuel Biset (2020, 326) recuerda que no se trata solo de que la filosofía moderna cuestiona la teleología aristotélica y las doctrinas de la creación cristiana y agregamos, que el Sujeto cartesiano en clave heideggeriana siente el peso de la realidad sobre sí mismo, sino que se extiende la posición de John Rawls (1971), para quien no es necesario reflexionar sobre presupuestos ontológicos en las discusiones políticas. Ya en 1993, Connolly argumentaba que el discurso político no es neutral ni objetivo, sino que está cargado de dinámicas de poder y de sesgos ideológicos. Examinaba cómo ciertos términos y conceptos se vuelven dominantes en los debates políticos y cómo pueden limitar o dar forma a la gama de posibles opciones políticas, desafiando la noción de que los términos políticos tienen significados fijos o que representan conceptos aceptados universalmente.
Desde hace décadas académicos han trabajado sobre la idea de que lo que cuenta en la política no son solo las actividades de la política formal o las instituciones legales de una comunidad determinada, sino que también importan las comunidades locales y las relaciones entre humanos y su medio ambiente, de forma general y contextual (Frost 2016). Aquí resultan pertinentes dos preguntas de ontología política: ¿en qué consiste el medio ambiente? y ¿qué o quiénes integran una comunidad política? (Gabrielson et al. 2019, 11).
Aquí encontramos diversas perspectivas que rompen con el dualismo humano-medioambiente. Para Bruno Latour, Jane Bennett, Andrew Pickering y Karen Barad, entre otros, las capacidades agenciales no se reducen a lo humano, sino que la agencia es colectiva e incluye una diversidad de participantes, animales no humanos, plantas y cosas (Gabrielson et al. 2019). A menudo, estos pensadores se inspiran en filósofos y teóricos entre los que se encuentran Baruch Spinoza, Henri Bergson, Martin Heidegger, Maurice Merleau-Ponty, Giorgio Agamben y Gilles Deleuze, quienes también han contribuido a una comprensión más amplia y relacional del mundo, entre otras en su materialidad, pues aunque la desarrollan con diferentes inflexiones, consideran a la agencia no un atributo del sujeto, sino una expresión colectiva “amplia y temporalmente emergente” (Gabrielson et al. 2019, 407).
Estas perspectivas desafían la visión tradicional antropocéntrica y proponen una concepción más relacional y ecocéntrica del mundo. La materialidad del mundo y las interacciones complejas y dinámicas entre múltiples participantes, humanos y no humanos son temas centrales en sus enfoques. Al hacerlo, proporcionan una base filosófica para abordar temas ambientales, reconociendo la interconexión y la interdependencia de todos los seres y elementos en el entorno.
Estos debates sobre ontología política han sido valorizados por varios intelectuales y activistas sociales latinoamericanos (Escobar 2017; De la Cadena 2015; Biset 2020; Viveiros de Castro 2004), que transitan ineludiblemente por y con el territorio (Idrobo-Velasco y Orrego-Echeverría 2021), que analizaremos a continuación.
Ontologías políticas plurales. Los aportes latinoamericanos
En el marco de las críticas a la modernidad occidental, en los últimos años ha crecido el interés académico por incorporar la dimensión ontológica en los estudios ambientales, con relevantes aportes desde América Latina. Esto ha dado lugar a una interacción de campos disciplinarios entre los que destacan la filosofía, los estudios de ciencia y tecnología, la geografía, la antropología, la ecología política, entre otros (Viveiros de Castro 2004; Blaser 2009; Latour 2013; De la Cadena 2015). También han posibilitado la aparición de varias corrientes de pensamiento: el poshumanismo (Barad 2003), el ecofeminismo (Haraway 1995; Barad 2003), la geografía más que humana (Whatmore 2006), los nuevos materialismos (Frost 2016) y la etnografía multiespecie (Kirksey y Helmreich 2010), que buscan romper los dualismos modernos ya sea naturaleza-cultura, humano-no humano o vivo-no vivo. Estos enfoques critican la idea de una realidad objetiva y estable, y en su lugar, enfatizan la constitución de los actores humanos y no humanos y las relaciones articuladas entre ellos.
Se cuestiona la concepción antropocéntrica, monológica, instrumental y dualista que ha dominado el pensamiento occidental, abriendo nuevas posibilidades para comprender la complejidad y la interconexión de los sistemas socioecológicos. Estos abordajes han conducido a repensar las dicotomías naturaleza-cultura y mente-cuerpo[iii] y las categorías hegemónicas sobre naturaleza, cultura, sociedad e individuo, cuestionando generalizaciones en aras de perspectivas más relacionales y contextualizadas en el marco de las dinámicas de poder. En los debates sobre ontología política, muchos académicos han enfatizado que la colonialidad permanece actualmente en el conocimiento y en las relaciones estructurales de poder, permeando los discursos, las prácticas y la ontología dominantes en general y sobre el medio ambiente, en particular (Hunt 2014; Risling Baldy 2017; Sullivan 2017).
Mario Blaser (2009), uno de los académicos radicados en Canadá, se ha centrado en la importancia de las ontologías indígenas y en cómo estas ofrecen alternativas a las concepciones dominantes de la realidad y la política. Argumenta que la colonialidad y el imperialismo han jugado un papel fundamental en esta priorización de unos mundos sobre otros, perpetuando desigualdades y relaciones de poder asimétricas. Según Blaser, la ontología consta de tres niveles, se refiere a las premisas que los distintos grupos sociales constituyen para establecer su relación con el mundo existente, las ontologías actúan, es decir, se traducen en prácticas concretas, y las ontologías se narran, se expresan en historias. Para el autor, entender la ontología política implica prestar atención a la diferencia, a la historia, a la ética y a la justicia. Se trata de reconocer y abordar las desigualdades y las injusticias arraigadas en la colonialidad y el imperialismo, y trabajar hacia una mayor equidad y emancipación de lo hegemónico. Ha señalado que las ontologías indígenas desafían las divisiones ontológicas y epistémicas que subyacen en el pensamiento occidental moderno.
El saber indígena ha quedado invisibilizado por lo que Aníbal Quijano (1992) llama “la colonialidad del saber” que borra su carácter epistémico por no adecuarse al saber racional occidental. En América Latina, los antropólogos brasileros Tania Stolze Lima (1996) y Eduardo Viveiros de Castro (1998) han hecho aportes relevantes a la comprensión de las ontologías indígenas, sus prácticas cotidianas, relaciones sociales y las concepciones de poder en estas comunidades. Viveiros de Castro acuña el concepto políticas ontológicas para entender la realidad y la política no sólo como un campo de acción humana, sino dentro del conjunto de relaciones entre diferentes entidades ontológicas, humanas y no humanas. Por ejemplo, según el autor para las sociedades indígenas amazónicas la política no es un dominio exclusivo de los seres humanos. También reconocen a otros seres (los espíritus de la naturaleza y los animales) en tanto actores políticos con los que se debe negociar y establecer alianzas. Estas ontologías indígenas desafían la concepción occidental de la política, entendida desde un ámbito exclusivo de acción humana, y sugieren que existen múltiples formas de política basadas en diferentes ontologías.
Estos aportes pioneros han dado lugar a una amplia proliferación de investigaciones en la región y a contribuciones destacadas entre las que sobresalen las de Marisol de la Cadena (2015), antropóloga peruana que ha explorado las ontologías indígenas y su relación con la política y la justicia. También es importante recalcar los aportes de Arturo Escobar, antropólogo colombiano, quien, desde un enfoque crítico a la cultura occidental, propone una comprensión más plural y situada de las ontologías en relación con la naturaleza y con los sistemas socioecológicos.
Escobar (2005) ha promovido el pensamiento posdesarrollista como alternativa a las concepciones tradicionales de desarrollo. Plantea la necesidad de considerar las múltiples formas de conocimiento y cosmovisiones locales, y cómo estas pueden enriquecer nuestras comprensiones de sostenibilidad y bienestar humano. Escobar utiliza el concepto ontologías del desarrollo, que refiere a las visiones del mundo y las formas de vida que han sido marginalizadas o ignoradas por los discursos y las prácticas del desarrollo dominantes. Este autor argumenta que es necesario reconocer y valorar las múltiples ontologías políticas y cosmovisiones presentes en América Latina, especialmente las de los pueblos indígenas y las comunidades locales, para construir alternativas de desarrollo más justas y sostenibles.
Escobar entiende por ontología política al estudio de las relaciones de poder, que incluye negociaciones, conflictos, discursos, en fin, procesos que estructuran los mundos. Este campo estudia las luchas y conflictos que se establecen al interior de un mundo específico, entre grupo y entre los diferentes mundos. Pero también enfatiza que para que exista el estudio de la ontología política es clave la dimensión política ontológica: “queremos resaltar tanto la dimensión política de la ontología como la dimensión ontológica de la política. Por un lado, toda ontología o visión de mundo crea una forma particular de ver y hacer la política; por el otro, muchos conflictos políticos nos refieren a premisas ontológicas, ya sean intramundos o intermundos” (Escobar 2005, 98).
En el libro Territorios de diferencia: lugar, movimientos, vida, redes, Escobar (2010) examina la manera en la que las luchas por el territorio y los recursos naturales están estrechamente vinculadas con las ontologías políticas y los sistemas de conocimiento de las comunidades locales. Su trabajo ha destacado la importancia de las luchas ambientales y de los movimientos sociales en la defensa de los territorios y la protección del medio ambiente. Entre ellos ha estudiado el movimiento zapatista en México (Ejército Zapatista de Liberación Nacional), movimiento indígena y campesino que surgió en Chiapas, México, en 1994; el Movimiento de Resistencia en Cajamarca, Colombia, donde las comunidades locales han liderado una lucha contra la expansión de proyectos mineros a gran escala que amenazan sus territorios y el medio ambiente; el Movimiento Sin Tierra en Brasil, ejemplo de lucha por la reforma agraria y la justicia social, o las protestas lideradas por la tribu sioux Standing Rock en Dakota del Norte, EE. UU., contra la construcción del oleoducto de Dakota.
De la Cadena (2015) ha aportado contribuciones relevantes sobre la política indígena, que va más allá de una concepción tradicional de la política y propone un análisis más amplio y profundo, el cual considera las ontologías indígenas y las formas de organización social y políticas específicas de los pueblos indígenas. De la Cadena (2015) desafía la noción occidental de la política entendida desde un campo separado y distinto de otras esferas de la vida social. Sostiene que la política indígena debe ser comprendida dentro de sus propios marcos conceptuales y culturales, que incluyen relaciones con la tierra, los antepasados, los espíritus y otros seres no humanos. Destaca cómo la política indígena está arraigada en la reciprocidad, la responsabilidad colectiva y la toma de decisiones consensuados. Estas formas de gobierno y de organización comunitaria se basan en las ontologías indígenas, que reconocen la interconexión y la interdependencia entre los seres humanos y la naturaleza. La autora argumenta que entender la política indígena implica considerar no solo las instituciones y los procesos formales de toma de decisiones, sino también las prácticas cotidianas, los sistemas de conocimiento y las cosmovisiones de los pueblos indígenas.
De la Cadena (2015) ha estudiado particularmente las comunidades indígenas de Perú, entre ellas, la comunidad ashaninka de la región amazónica de Perú y Brasil, ahondando en sus conocimientos tradicionales sobre la selva, la relación con la naturaleza y su resistencia frente a la explotación de recursos naturales y la expansión de actividades extractivas en la región. Sobre la comunidad quechua de Andes Peruanos y de otros países de América Latina ha indagado en sus prácticas agrícolas, la relación con el paisaje montañoso y cómo enfrentan los desafíos del cambio climático y la modernización. También, en la comunidad aymara (Perú, Bolivia y Chile) ha investigado su relación con el lago Titicaca y su conocimiento sobre la biodiversidad y los recursos naturales de la región. De los shipibo-conibo (de la selva amazónica de Perú) ha explorado su cosmovisión y sus conocimientos tradicionales sobre las plantas medicinales y la espiritualidad vinculada a la naturaleza.
Estos aportes son relevantes dado que la complejidad y la multidimensionalidad de los desafíos ambientales requieren respuestas diversas. Estos abordajes latinoamericanos, en constante desarrollo y evolución, han hecho aportes relevantes a la comprensión de la realidad política y social plural en la región, a la descolonización del pensamiento, al reconocimiento de la diversidad cultural, étnica, lingüística y territorial, fomentando el respeto a los derechos de los pueblos indígenas, afrodescendientes y otras comunidades marginadas y la valoración de los conocimientos y prácticas ancestrales. Asimismo, estos estudios han abogado por la autonomía y la autodeterminación de los pueblos latinoamericanos, desafiando el modelo neoliberal dominante en la región y denunciando sus consecuencias socioeconómicas, como la desigualdad, la exclusión y la precarización, planteando la necesidad de avanzar hacia alternativas plurales. Sin embargo, al considerar las múltiples ontologías, en los procesos de cambio se dan tensiones y conflictos que requiere negociar y encontrar puntos en común entre diferentes perspectivas. En el apartado siguiente, abordaremos los aportes de la filosofía política y ciencia política sobre cómo abordar las tensiones y conflictos y no despolitizar los procesos de cambio.
Reflexiones finales
Los debates en torno a las ontologías políticas plantean la relevancia de politizar y valorar el disenso, que estos pueden ser elementos esenciales para la transición sostenible. En lugar de pensar que puede significar una amenaza, resulta mejor pensarlo como una oportunidad para enriquecer el debate político y encontrar otro tipo de soluciones (Turnbull 2006). Al poner énfasis en las controversias y en los conflictos y también en la inclusión de los conocimientos marginados, las ontologías políticas buscan trascender las visiones simplistas y reduccionistas de la realidad social en tanto elementos fundamentales para comprender y abordar los procesos de cambio.
El conocimiento y la comprensión de cómo se articulan, despliegan y se enfrentan las ontologías políticas en América Latina resulta de gran relevancia, dado que América Latina es una región extremadamente diversa en términos de culturas, ecosistemas y realidades socioeconómicas. Las ontologías locales y culturas son variadas, lo que significa que las soluciones sostenibles deben ser contextualizadas y respetuosas con estas diferencias. Comprender las ontologías locales y cómo las personas se relacionan con su entorno es esencial para involucrar a las comunidades en la toma de decisiones y la búsqueda de medidas sostenibles.
Para De la Cadena (2015), la pluralización ontológica refiere la idea de que diferentes comunidades y culturas pueden tener ontologías diversas, es decir, visiones y cosmovisiones que dan forma a la manera en que entienden el mundo y su relación con el entorno natural. Estas ontologías diversas no deben considerarse incompatibles o jerárquicas, sino que deben ser respetadas y consideradas en la gestión de los recursos naturales y la conservación del medio ambiente.
A la vez, las controversias ontológicas pueden complicar los procesos de toma de decisiones, ya que generan desacuerdos fundamentales sobre los principios y valores subyacentes de los diferentes actores de la comunidad. La comprensión y la mediación de estos conflictos y tensiones se vuelven cruciales. Las mediaciones pueden ser entendidas como las prácticas y procesos que permiten el encuentro, la traducción y el hecho de aceptar que no siempre es posible llegar a consensos sobre determinados problemas que afectan a la transición sostenible.
En este sentido, el pluralismo ambiental busca construir una base política amplia, en la que existan múltiples perspectivas y valores en relación con la naturaleza y el ambiente. En lugar de buscar una única solución o un consenso absoluto se busca el reconocimiento y la valoración de la diversidad de puntos de vista, y “compromiso con el desacuerdo que necesariamente acompaña a la diversidad ideológica” (Brush 2020, 161).
Pero cabe preguntarse ¿cómo lidiar con ontologías de diferentes colectivos situados (productores rurales, grandes empresas, movimientos ambientales, tomadores de decisión, políticos) y ponerlas en diálogo en torno a problemáticas específicas, como la gestión del agua, o la preservación de bosques, en realidades políticas tan diferentes? De acuerdo con Idrobo-Velasco Orrego-Echeverría (2021), las disputas políticas por el territorio en América Latina en torno a los conflictos ecológicos son a la vez ontológicas y políticas porque refieren a los disensos sobre la manera en la que valoramos y nos relacionamos con el mundo. Se trata de una lucha entre mundos y sus modos de concreción.
Entre los temas relevantes a incluir en futuras investigaciones está el problema de cómo flexibilizar nuestras visiones del mundo fuertemente arraigadas ante la persistencia de inequidades y sobreexplotación de los recursos naturales, para evitar reproducir el estado actual de las cosas.
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Notas
[i] Otros ejemplos de comunidades de investigación son la Red de Investigación sobre Transiciones hacia la Sostenibilidad (STRN) y los investigadores asociados a Future Earth y al programa de investigación Transformaciones hacia la Sostenibilidad, puesto en marcha por el Foro Belmont, NORFACE y el Consejo Internacional de Ciencias Sociales (ISSC).
[ii] El aporte más relevante del enfoque de decrecimiento proviene del Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals, Universitat Autònoma de Barcelona (ICTA) (Demaria et al. 2013) y de una multiplicidad de iniciativas que se vinculan con los trabajos de los bienes comunes (Bollier 2014) y movimientos, entre los que sobresalen el Grupo de Trabajo Permanente sobre Alternativas al Desarrollo, con sede en Quito y auspiciado por la Fundación Rosa Luxemburgo y la plataforma Transiciones: alternativas al desarrollo.
[iii] Existen otras dicotomías (razón-pasión o público-privado) pero no constituyen el objetivo del presente artículo.