teóricos y metodológicos provenientes de la economía ecológica (Infante-Amate et al. 2021;
Martínez-Alier 2015; Martínez-Alier y Walter 2015, Vega 2006).
Por último, una línea de análisis que hunde sus raíces en la teoría de la dependencia y
que ha sido en particular fructífera para los análisis sobre el extractivismo es la reflexión en
torno a la “dependencia histórico-estructural” y su vínculo con la “colonialidad del poder”,
iniciada por Quijano (2014). La propuesta conceptual de Quijano converge con la crítica al
concepto de desarrollo, que en la versión deconstructiva y genealógica de Arturo Escobar ha
resultado influyente de manera creciente. Desde esta perspectiva, en torno a la noción de
desarrollo se construye un “régimen de discurso y práctica”, en el que el crecimiento, la
acumulación de capital y la industrialización –en suma, “la reproducción en los países pobres
de las condiciones que caracterizaban a los países avanzados”– constituyen el único camino
para la superación de la pobreza, lo que justifica la marginación y, a la postre, la erradicación
de otras formas de organización social (Escobar 2007, 83)
Esta perspectiva de crítica a la modernidad y al concepto de desarrollo propició la
identificación del régimen discursivo que justifica y legitima la realización de actividades
extractivas, mediante la apelación a la potencial contribución de estas actividades al crecimiento
económico del país en donde se llevan a cabo, directamente o mediante la eventual conversión
de las rentas generadas hacia sectores secundarios o terciarios. Al mismo tiempo, mostró cómo
este mismo régimen discursivo legitima la designación de “áreas de sacrificio” en las que deben
realizarse las actividades extractivistas (Svampa 2008, 9; 2011, 203; Chávez 2019, 266),
habitadas casi siempre por poblaciones racializadas, cuyas prácticas de producción y
reproducción social son consideradas como premodernas y, por lo tanto, rezagos de un pasado
a ser superado.
De manera más amplia, la crítica a la modernidad capitalista, colonial y eurocentrada
ha permitido la caracterización de la dimensión “civilizatoria” del extractivismo, vinculándolo
con elementos característicos de aquella, entre los que se destacan el privilegio de la
racionalidad instrumental por sobre otras formas de racionalidad, el racismo y el
antropocentrismo (Lander 2013; Lang, Machado y Rodríguez 2019; Leff 2005; Galafassi 2012).
Esta aproximación teórica ha hecho evidente el choque entre proyectos civilizatorios que se
presenta en los conflictos en torno al extractivismo e invita a la búsqueda de alternativas al
desarrollo en estos otros paradigmas civilizatorios, el sumak kawsay y el sumak qamaña
(Hidalgo-Capitán y Cubillo-Guevara 2014).
Finalmente, y en la misma línea, las contribuciones desde el ecofeminismo han
visibilizado cómo la imposición de la modernidad-colonial implicó la instauración de