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doi.org/10.17141/letrasverdes.33.2023.5605
Crónica de la zona de desastre metabólico en Nauru, desde la ecología
política de Marx
Metabolic disaster zone on Nauru: A chronicle from Marx's political ecology
Philippe Schaffhauser, Colegio de Michoacán, México, schaffhauser@colmich.edu.mx,
orcid.org/0000-0002-3798-2736
Recibido: 8 de agosto de 2022
Aceptado: 5 de diciembre de 2022
Publicado: 31 de marzo de 2023
Resumen
La pequeña república de Nauru (Atolón de 21 km2 situado en Micronesia) está atravesando
una profunda crisis económica y social, además de graves problemas ambientales desde
finales de los años 90, a raíz del agotamiento de las minas de fosfato. El objetivo del
artículo consiste en describir y analizar este desastre para comprender qué sucedió en
Nauru. Se recurre a comentarios de Karl Marx (2007, 2009) que definen su ecología
política, la cual ha sido puesta de manifiesto por varios autores: Alfred Schmidt (1976),
Manuel Sacristán Luzón (1984), John Bellamy Foster (2000, 2013), Jason Moore (2016,
2020), Kohei Saito (2017), entre otros. La bisagra conceptual utilizada para el análisis de
esta doble crisis, económica y ambiental, gira en torno al paradigma de “metabolismo”, una
noción presente en la obra de Marx (2007, 2009) desde textos tempranos hasta El Capital, e
implementada por John Bellamy Foster (2000, 2013) (“fractura y brecha metabólica”),
Jason Moore (2016, 2020) (“transformación metabólica”) y Víctor Toledo (2013)
(“metabolismo social”). Las conclusiones contribuyen a la reflexión crítica sobre la relación
antinómica entre capital y naturaleza, la cual se ha producido a costa del hombre en general
y, en este caso, del insular nauruano.
Palabras clave: capital; naturaleza; fosfato; metabolismo; Nauru; trama metabólica
Abstract
2
Since the late 90s, the small republic of Nauru (an atoll of twenty-one km2 located in
Micronesia) is going through a deep economic and social crisis, in addition to serious
environmental problems due to the depletion of phosphate mines. The objective of the
article is to describe and analyze this situation to understand what happened in Nauru. To
do this, comments by Karl Marx are considered, to define his political ecology, which has
been emphasized by several authors: Alfred Schmidt, Manuel Sacristán Luzón, John-
Bellamy Foster, Jason Moore, Kohei Saito, among others. The key concept used for the
analysis of this double crisis, economic and environmental, revolves around the paradigm
of "metabolism", a notion present in Marx's work, from early texts to Capital, and
implemented by John-Bellamy Foster ("metabolic fracture and gap"), Jason Moore
("metabolic transformation") and Victor Toledo ("social metabolism"). The conclusions
contribute to the critical reflection on the antinomic relationship between capital and nature,
which has been occurring at the expense of man in general and, in this case, the Nauruan
islander.
Keywords: capital, metabolism, metabolic web, nature, Nauru, phosphate
3
Introducción
El problema de Nauru presenta una
paradoja. El contraste sorprendente
es entre un estado de cosas
superficialmente feliz y un futuro
incierto y, de hecho, alarmante... Pero
esta imagen de paz, bienestar y
seguridad es engañosa. De hecho, es
un falso paraíso (United Nations
1962, 10).
Cuando el ciudadano lego se pone a pensar en las islas del Pacífico Sur (Micronesia,
Melanesia y Polinesia), imagina de pronto islas paradisiacas, lugares de esparcimiento en
playas arenales, aguas cristalinas, palmeras frondosas y brisa ligera para suavizar cuerpos y
mentes en busca de goce inmediato y de experiencias exóticas. Podría imaginar también
dicho incauto una isla desierta, encontrando aa un Robinson Crusoe en pos de recuperar
su humanidad, en la rutina de su destierro y en espera de la llegada de Viernes. Podría
finalmente pensar en un espacio de meditación alejado de la civilización, para entablar,
de nueva cuenta, una relación armónica con la naturaleza y la peculiaridad de un
ecosistema insular, es decir, endémico a menudo.
La isla de Nauru, situada en el Pacífico Sur (Micronesia), pudo haber sido la
concreción insular y tropical de ese imaginario. Pero la realidad de este atolón de 21
kilómetros cuadrados ya no es tal; todo lo contrario. A su vez, cuando el científico lego se
pone a pensar en dichas islas del mayor océano del globo, aparecen historias trágicas y
derroteros nefandos de sociedades polinesias, entre las cuales destaca la terrible suerte que
corrió la isla de Pascua (Rapa Nui), víctima del ecocidio provocado por sus pobladores,
como lo afirma Jared Diamond (2006, 70-101), el pensador pionero de la colapsología.
Posteriormente, la isla fue presa del capitalismo agrícola chileno, inducido por intereses
británicos
1
, a través de la ganadería de ovinos. El pastoreo estuvo a punto de acabar con el
endémico y frágil ecosistema pasqueño
2
y provocó el hacinamiento de los nativos en una
diminuta franja costera. La destrucción del ecosistema Rapa Nui no fue expresión del
11
Concretamente la empresa lanera escocesa Williamson y Balfour con sede en Valparaíso, Chile, que
obtiene una concesión para introducir ovejas en la isla, a partir de 1903.
2
He ahí el caso del toromiro, un arbusto endémico de la isla.
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Antropoceno (Schaffhauser 2020, 139-153), como lo afirma la tesis de Diamond (2006, 70-
101), sino, tal vez, la manifestación del surgimiento del Capitaloceno (Moore 2016).
Mediante este, un determinado modo de producción histórico empezaba a hacerse del
control de los recursos naturales del planeta, tanto en vastos espacios continentales como en
remotas islas del Pacífico. Así sucedió en la Isla de Pascua.
En este sentido, la isla de Nauru es un ejemplo contemporáneo y tal vez con mayor
impacto de lo acontecido en Rapa Nui. El oro de Nauru fue el guano. Hoy, este recurso está
prácticamente agotado. La isla se convirtió en un laboratorio más para la experimentación
del capitalismo extractivista, cuyo método consistió en convertir a nativos polinesios en
opulentos consumidores, para luego dejarlos en el borde de la ruina económica. Nauru es
también una micro sociedad moldeada por el capital que involucró a sus integrantes,
hombres y mujeres, en la lógica de extracción y acumulación. Gracias a esto, fueron nuevos
ricos, a veces consumidores compulsivos, y hoy se convirtieron en unos desclasificados y
supernumerarios más. Ahora, las autoridades de la isla buscan con desespero fuentes de
ingresos variadas, para subsanar la situación socioeconómica en el territorio (McDaniel y
Gowdy 2000).
Para describir y analizar lo sucedido en Nauru, echaremos mano de la ecología de
Marx (2007, 2009) que constituirá el eje analítico del artículo. La presencia del temario de
la naturaleza en la obra de Marx (2007, 2009) se ha convertido hoy día en un hecho
irrefutable en los estudios de marxología y propició, en las últimas décadas, un profundo
remozamiento para interpretar y apropiarse la obra del nativo de Tréveris. Varios autores
contribuyeron al surgimiento de nuevas propuestas de lectura de Marx, a través de la teoría
crítica del valor (Kurz 2021; Postone 1993), su ecología y ecosocialismo: Alfred Schmidt
(1976), Sacristán Luzón (1984), John Bellamy Foster (2000), James O’Connor (2001),
Kohei Saito (2017) y Paul Burkett (2015). Han puesto de manifiesto la pertinente
contribución de Marx para entender y reflexionar no solo sobre los problemas ecológicos
de su tiempo en particular el tema de la infertilidad de las tierras a partir del trabajo del
químico y agrónomo alemán Justus Von Liebig (1803-1873) y del naturalista neerlandés
Jakob Moleschott (1822-1893) de quienes retomaría el concepto de metabolismo (Toledo
2013, 43-44), sino también, y mediante sospechas, acerca de los actuales peligros que
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atraviesa la humanidad, a través del ecocidio provocado por el capitalismo y sus espejismos
como el capitalismo verde y el green new deal (Tordjman 2021). En este sentido, el
concepto de “metabolismo” (i.e. stoffwechsel) utilizado por Marx (2007), rehabilitado por
Alfred Schmidt (1976) y ampliamente desarrollado por Bellamy Foster (2000), Toledo
(2013) y Moore (2020) en sendas propuestas (respectivamente fractura y brecha
metabólica”, “metabolismo social” y “cambio o transformación metabólica”), será de gran
ayuda para dar cuenta de la trama metabólica que se fue gestando entre los habitantes de la
isla.
La historia de Nauru puede sintetizarse de forma lapidaria como el producto de un
desastre ecológico propiciado por la lógica de producción capitalista. El artículo busca
comprender no cómo el capitalismo llegó a la república de Nauru a partir de la colonización
alemana, a finales del siglo XIX, sino cómo la diminuta isla entró en el capitalismo, a
través de sus formas coloniales, neocoloniales y poscoloniales. Para evitar caer en un
relativismo multifactorial, un apilamiento de causas bien naturales, bien humanas, se partirá
de la premisa teórica en virtud de la cual el modo de producción capitalista es la causa
suprema de los desastres ambientales. Asimismo, se echará mano del concepto de
metabolismo, iniciado en la obra de Marx (2007, 2009) y prolongado y afianzado, mediante
el trabajo pionero de Alfred Schmidt (1976) y las contribuciones más recientes de John
Bellamy Foster (2000), Jason Moore (2016, 2020) y Kohei Saito (2017).
La exploración de dicho concepto para atender lo ocurrido en Nauru se desglosa en
cuatro momentos metodológicos a lo largo del artículo: 1) Una breve presentación del
concepto de metabolismo y el debate que suscita hoy día los autores mencionados. 2) Una
observación resumida y comentada de la historia social y económica de la integración de
Nauru a la lógica evolutiva del capital mediante dos periodos, que son el auge y el declive
en torno a la economía del fosfato. 3) Un análisis crítico de la situación actual en Nauru
como resultado de dicha historia, mediante el despliegue del concepto de metabolismo. Esta
última concepción se entiende en el presente estudio como el paradigma conceptual
explicativo de la instalación procesual de una dominación real ejercida por la lógica del
capital en la isla (acaparamiento de un territorio, extracción de sus recursos, producción de
un valor de uso (el guano usado por sus habitantes); la circulación de un valor de cambio
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(el guano transformado en unos de los mejores fertilizantes naturales en la época, es decir,
en una mercancía); el consumo (esto es, la transformación de los isleños en rentistas
capitalistas y consumidores de bienes importados) y la producción de desechos (que ha
transformado la isla en un amplio vertedero).
El metabolismo: breve derrotero de un concepto
El concepto de metabolismo pone de manifiesto los intercambios orgánicos existentes en la
relación entre humanidad y naturaleza. Es una metáfora (Toledo 2013, 44; Moore 2020,
97). Una imagen parcial y aproximativa de la realidad. En este sentido, su valor y función
heurística es descriptiva. Pero, alude también a una dimensión moral que hace hincapié en
una supuesta relación armónica original entre ambos agentes. Si bien no hay manera de
dirimir esta especulación acerca de una relación original universal equilibrada de
intercambios entre el hombre y la naturaleza, constituye, sin embargo, lo que llamaría un
idealismo metodológico; es decir, un punto de partida ideal que permite medir interacciones
posteriores, sus cadencias, accidentes y desequilibrios que se han suscitado como historia
constitutiva del metabolismo humano y natural.
Es así como Marx (2007, 2009) echa mano del término, e igual ocurre con autores
contemporáneos como Foster (2000), Moore (2020) o Toledo (2013). Es, asimismo, como
el uso del “concepto ideal” de metabolismo ha dado lugar a una reflexión teórica profusa
que ha transformado el término de categoría descriptiva en concepto paradigmático, para
dar cuenta de distintas maneras, con matices y controversias, de la injerencia del capital en
la relación entre el hombre y la naturaleza, a través de las cuestiones del trabajo y el valor.
Esto es la abstracción del trabajo por su conversión en una mercancía s y la subsunción
del valor de uso al valor de cambio.
He ahí una dialéctica entre hombre y naturaleza inscrita en un proceso histórico
3
que
el capital ha transformado radicalmente o roto irreversiblemente. Dicha dialéctica inicial
descansó en la humanización de la naturaleza y en la naturalización del hombre como
3
Significa que para Marx la relación entre hombre y naturaleza no es estática, y el equilibrio entre ambos es
una relación frágil de intercambios y acciones recíprocas, que transforma tanto al hombre como a los
ecosistemas. Es una dialéctica. En este sentido, no plantea ningún metabolismo ideal e ingenuo al cual
deberíamos de aspirar sino una suerte de cuidado y negociación continua entre hombre y naturaleza.
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elemento orgánico de ella y, hoy día, en la aculturación por el capital de la naturaleza y la
humanidad. En otras palabras, la noción química de metabolismo ha sido transformada por
la reflexión marxista en un concepto que anida en el aparato crítico marxista, para cobrar el
significado de proceso histórico de los intercambios entre una humanidad siempre situada
culturalmente y una naturaleza representada por un ecosistema determinado. El traslado
teórico de un campo de conocimiento a otro (de la agronomía a la crítica de la economía
política) ha consistido en la historización, es decir, la desnaturalización del concepto de
metabolismo.
No obstante, existe una marcada divergencia teórica entre los autores citados acerca
de cómo dar cuenta de la injerencia del capital en la relación hombre-naturaleza, a partir del
concepto de metabolismo. Las ideas de “fractura y brecha” metabólicas planteadas por
Bellamy Foster descansan, como lo señala Moore (2020, 97-120), en un dualismo entre
humanidad y naturaleza. En este sentido, la expansión del capital puede gestarse toda vez
que la naturaleza y sus ecosistemas constituyen su exterioridad y la fuente
inconmensurables de recursos baratos para su crecimiento infinito; “un metabolismo de
flujo abierto desplegado en una naturaleza barata” (Moore 2020, 107). Por tanto, la
concepción de Bellamy Foster enfatiza dicha relación a través de eventos, es decir,
fracturas y momentos irreversibles de quiebre y proceso, el ensanchamiento de una brecha
histórica entre humanidad y naturaleza que se ha concretado en la separación entre campo y
ciudad (Williams 2001). Moore (2020, 104-106) discrepa de esta tesis y propone una
lectura dialéctica que pone de relieve no solo la idea de cambio o transformación del
metabolismo entre hombre y naturaleza, sino que enfatiza el papel histórico creciente del
capital como agente organizador de esta relación y, a la postre, sustituto de la humanidad.
El dualismo original hombre-naturaleza se disuelve en una dialéctica donde la naturaleza se
convierte en hechura del capital y su frontera interior, es decir el límite objetivo de su
expansión.
Víctor Toledo (2013) reconcilia ambas perspectivas a través del concepto de
metabolismo social que, en esta investigación, se reconoce a través de la expresión “trama
metabólica”. Con ello, se rescata la idea de Bellamy Foster (2000, 2013) que la brecha
metabólica es una expresión más de alienación que aqueja la humanidad en virtud del
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alejamiento progresivo del hombre de la naturaleza y, en este sentido, la cultura alimenticia
urbana es una prueba fehaciente de esta corrosión. También se recupera la idea de Moore
(2016, 2020) que la naturaleza perdió su virginidad en virtud de que el sistema de
representaciones capitalistas determina las modalidades y usos para entablar relación con
ella. Además, Toledo (2013) desglosa las etapas que configuran el proceso del metabolismo
social, es decir, la trama metabólica, la cual en el caso de Nauru se convirtió en un drama
metabólico: la exploración y acaparamiento de un territorio, la explotación y
transformación de sus recursos, la circulación de lo producido, su consumo y las
devoluciones a ese territorio, bajo la forma de desechos.
El metabolismo social de Toledo (2013) o la trama metabólica constituyen otra
modalidad conceptual para dar cuenta del ciclo del valor, mediante la explotación metódica
de un ecosistema, y su concreción política y económica, durante el colonialismo y el
neocolonialismo. A través de estos Nauru dejó de ser una isla remota e insignificante y se
convirtió en una fuente importante para el suministro de fertilizantes para la agricultura
internacional, en un contexto geopolítico caracterizado, en parte, por la Revolución Verde
implementada bajo varias latitudes, a partir de los años 50 del siglo pasado. La evolución
de dicho metabolismo y dicha trama describe un arco del valor caracterizado por la
subsunción creciente del valor de uso al valor de cambio, es decir, la supeditación de una
incipiente forma de vida insular a su abstracción capitalista: la transformación paulatina de
una calidad cultural local en una cantidad mercantil global. Es a partir de este esquema
teórico y con base en las contribuciones conceptuales de Foster (2000, 2013) y Moore
(2016, 2020), que se examinará y analizará a continuación la situación actual en Nauru
como crónica de un desastre ecológico anunciado.
La isla de Nauru: exploración, acaparamiento y explotación de un territorio
micronesio
La isla de Nauru (Davidson 1968), con 21 km2 y situada a más de 4000 km de Australia,
constituye la más pequeña república del mundo
4
. Obtuvo su independencia política en
1968. Sus habitantes actuales son descendientes de polinesios y micronesios que se
4
Se puede extender el comentario para otras conformaciones políticas en el Pacífico Sur: Kiribati o Tuvalu.
9
asentaron en la isla, según excavaciones arqueológicas, hace 3000 años; conformaban 12
clanes que se dividían el territorio y sus recursos. Posteriormente, la isla fue descubierta por
el capitán británico, John Fearn en 1798. Conservaron la lengua de sus ancestros a la cual
añadieron el inglés, a raíz de las múltiples relaciones económicas e históricas fraguadas con
Australia y el Reino Unido. La isla es plana y el relieve culmina a unos cuantos metros
sobre el nivel del mar. Se conforma de un litoral con franjas de cocoteros y de una meseta
central anteriormente cubierta por una densa selva y bajo la cual se encontraron capas de
fosfato. Hoy día, el 80% de la superficie ha sido cavado y la cubierta vegetal del interior
desapareció dejando, en la actualidad, escasas muestras del antiguo ecosistema micronesio
(mapa 1).
Mapa 1. Localización de Nauru en el Pacífico Sur
Fuente: Google Maps (2023).
De 1878 hasta 1888 tuvo lugar una guerra civil en Nauru entre seguidores y opositores del
rey Aweida, la cual se potenció a través de la introducción de armas de fuego. El conflicto
armado encontró su desenlace con la intervención militar del imperio alemán, cuya
ocupación perduraría hasta iniciar la Primera Guerra Mundial. Dicha ocupación dio paso a
una experiencia colonial del Segundo Reich: construcción de escuelas, clínicas y templos
10
protestantes, enseñanza de la lengua y civilización alemanas, y, sobre todo, observaciones
geológicas del subsuelo de la isla que permitieron hallar el fosfato e investigar su potencial
agronómico. Después de la Primera Guerra Mundial, el gobierno de Australia implementó
un protectorado en la isla. Posteriormente, el ovalado atolón fue administrado por la
Organización de las Naciones e invadidos después por tropas japonesas, durante la Segunda
Guerra Mundial. Las consecuencias de la invasión nipona fueron la deportación de una
parte de la población a otras islas del Pacífico Sur y un brote de hambruna. A partir de
1947, la isla fue administrada de nueva cuenta por las autoridades australianas, bajo un
mandato de las Naciones Unidas hasta 1968, año en que se consume la independencia de
Nauru, el 31 de enero (Erhart 1993).
Como se mencionó, la ocupación alemana coincidió con el descubrimiento de
yacimientos de guano en el centro de la isla en 1899 cuya explotación inicia en 1906. Con
la explotación del fosfato acumulado en el centro de la isla, mediante el guano depositado
por colonias de aves marinas durante miles de años inicia también un periodo de codicia
entre potencias políticas regionales. Después de Alemania, empresas australianas, y en
menor medida neozelandesas, empezaron a hacerse cargo de la extracción del fosfato y su
trasiego hacia Oceanía y el resto del mundo. Al colonialismo político sucedió, por tanto,
una nueva época caracterizada por un doble colonialismo: económico, a través de la
explotación del guano, y político, mediante la figura de condominio territorial administrado
por Australia bajo los auspicios de la ONU. El fosfato de Nauru era, entonces, uno de los
fertilizantes más puros y eficientes para los sembrados en el mundo y convirtió a la isla en
una de las naciones más prósperas a nivel internacional.
En 1963 y 1970, las autoridades de Canberra, sin mayor reparo ni previa
concertación, propusieron a sus homólogas nauruanas la reubicación de los insulares en
Frazer Island (Queensland), que consta de una superficie aproximada de 1600 km2 y está a
más de 4000 km de Nauru. La intención era otorgar a esta nueva configuración geopolítica
un estatuto jurídico y tener así las manos libres para la explotación del guano en la isla.
Como era de esperarse, esta propuesta insólita recibió un rotundo rechazo por parte de los
polinesios, muy apegados al territorio y el ecosistema de su diminuta isla. Esta extraña
proposición adolecía, sin duda, de un utilitarismo económico a tono con la lógica y los
11
intereses del capital, esto es, la expulsión de los habitantes de la isla la transformación de su
territorio en una cantera abierta para la extracción desenfrenada del guano. Los nauruanos
eran considerados, entonces, una suerte de estorbo poblacional que entorpecía la realización
del designio extractivista australiano.
En la trama metabólica, lo anterior corresponde a la etapa de exploración y
acaparamiento de la isla, sus recursos naturales y humanos, que se convirtieron
sucesivamente en sujetos de los imperios alemán y británico. Caracteriza, asimismo, un
momento tardío de la extensión colonial europea hacia zonas remotas. El imperio alemán
intenta construir, a la carrera, un dominio colonial suyo en territorios de ultramar (Namibia,
Norte Camerún y Nauru), que habían escapado de la intervención de otras potencias, y el
Commonwealth australiano, reproduce, el esquema colonial británico en su área geográfica
de influencia.
Makwa: el ascenso capitalista de los nauruanos
Makwa, es el nombre de una localidad que fungía el papel de capital administrativa de la
nación nauruana. Su estatuto político correspondió al ascenso económico internacional de
la isla. Ilustra el periodo de prosperidad de la isla.
Con la independencia de Nauru en 1968, las autoridades no tardaron mucho tiempo
en hacerse del control de los yacimientos de guano, a través de la nacionalización de la
Pacific Phosphate Company en 1970, cuyo nombre cambió por Nauru Phosphate Company
(NPC). Así, en 1982, un artículo del New York Times Magazine (Trumbull 1982) señalaba
que los habitantes de Nauru se encontraban entre los más ricos del planeta. El principal
rascacielos en Melbourne, The Nauru House
5
con una altura de 190 metros y 52 pisos,
formó parte del patrimonio de la isla entre 1977, año en que fue concluida su construcción,
y 2004 cuando fue vendido a un consorcio australiano para resarcir la deuda nacional,
después del derrumbe de la economía del fosfato. El edificio era un activo del fideicomiso
nacional Nauru Phosphate Royalties Trust (NPRT) que contaba, en ese entonces, con un
amplio patrimonio inmobiliario en otros países del Pacífico Sur, Oceanía e incluso en los
Estados Unidos y el Reino Unido (Westerman 2004)
5
Los australianos sarcásticamente apodaron el edificio como Birdshit Building (“El rascacielos del guano”).
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Cada ciudadano nauruano era socio de la empresa y, por tanto, percibía dividendos
que resultaban de la extracción del fosfato e inversiones subsecuentes. Nauru se había
convertido en una isla poblaba por ciudadanos accionistas gozando del hedonismo
deparado por el oro fecal de las aves. Todos recibían trimestralmente sus regalías a través
del fideicomiso Nauru Phosphate Royalties Trust (NRTP). En otras palabras, se trataba de
una isla cuyo fosfato era explotado por trabajadores y mineros procedentes de islas vecinas
(Kiribati y Tuvalu) y China, que se convirtieron en los empleados directos de la ciudadanía
nauruana. Una suerte de capitalismo micronesio centrado en la exclusiva explotación del
guano.
La bonanza económica implicó un cambio vertiginoso del estilo de vida de los
insulares. Los nauruanos no tardaron en convertirse en consumidores compulsivos con un
alto poder adquisitivo. Motocicletas, automóviles, lanchas, aparatos electrónicos y
electrodomésticos invadieron la isla, como tantas mercancías que depara el espejismo
capitalista que se apodera de los nuevos ricos. Los advenedizos consumidores nauruanos
empezaron a gestar nuevas prácticas sociales, algunas acordes con los valores de la cultura
insular y otras, como experimentos de la sociedad de consumo. Una sociedad del ocio,
como sospechaba el sociólogo Thorstein Veblen (2014), se gestó en Nauru con el auge de
la economía del fosfato. Así, una de las distracciones favoritas de los nativos era dar la
vuelta completa a la isla (esparcimiento conocido como poi poi entre los nauruanos, que
tardaba media hora en llevarse a cabo) en su única carretera asfaltada de 12 km de
extensión, la Island Ring Road. Así, recorrían la única carretera asfaltada, para lucir su
nuevo coche o su nueva motocicleta. Otra diversión consistía en organizar suntuosas
fiestas para cumpleaños, bautizos y bodas, donde los comensales intercambiaban regalos
lujosos (como el árbol de Navidad en cuyas ramas se depositan joyas y billetes de dólares).
Desde luego, también se incorporó el consumo en exceso alimentos chatarra que, para
finales del siglo pasado, constituían un signo fehaciente de modernidad y prosperidad.
El ciudadano lego nauruano era entonces harto generoso y solidario, sin reparos
para con sus compatriotas. En esas prácticas sociales se configuran dos rasgos que imperan
aún en la isla: el mito del buque que trae desde cualquier parte del mundo obsequios y
riquezas materiales a los habitantes de una isla remota en el Pacífico Sur; y la solidaridad
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mecánica de una sociedad nauruana que nunca ha dejado de funcionar e interactuar como
una comunidad unida por la sangre, el parentesco, el compadrazgo, y forjada a través de
una experiencia colectiva en un exiguo territorio. El Estado nauruano llea contar con
infraestructuras de primer nivel de acuerdo con el tamaño de su territorio: aeropuerto,
estadio olímpico, muelle equipado de grúas, contenedores modernos para la recepción de
mercancías y el envío de la producción de fosfato. Incluso se construyó una pequeña vía
férrea para el trasiego del guano desde los yacimientos ubicados en el centro de la isla hacia
el muelle. Asimismo, la república de Nauru echó a andar una aerolínea nacional (i. e. Air
Nauru) equipada de seis flamantes Boeing que volaban en todo el Pacífico. Otra de las
distracciones favoritas de los nauruanos era viajar y turistear. Solían hospedarse en los
mejores hoteles del mundo. En 1974, que corresponde al año de mayor crecimiento
económico en la isla, la exportación del fosfato generó un ingreso de más de 225 000 000
de dólares, lo cual, y por concepto de regalías devengadas a cada ciudadano nauruano,
equivalía a 1875 dólares mensuales per cápita.
La otra cara de la moneda de este bienestar social, es decir esta opulencia ficticia,
tiene que ver con problemas de salud pública que aquejan a las sociedades urbanizadas,
consumistas y, a menudo, sedentarias: obesidad y enfermedades cardiovasculares. La vida
fácil provocó una fractura metabólica, debido a que el trabajo como actividad económica, y
sobre todo como interacción con el medio ambiente, dejó de ser una necesidad para
garantizar condiciones de reproducción de unidades domésticas y de la organización social
en su conjunto. Significa que la existencia opulenta y consumista en el capitalismo acarrea
una serie de consecuencias fisiológicas directas para el cuerpo y la salud mental y la
integridad física de los sujetos. El ocio capitalista y su administración provocaron
trastornos de gran alcance, que se concretaron en la obesidad que todavía padece la
población nauruana, no obstante, el deterioro económico y alimenticio imperante. Los
nauruanos, muy a su pesar, si bien vivieron intensamente un periodo de bonanza económica
que no supieron aprovechar en vista de afrontar coyunturas adversas, terminaron por
enjaularse en su prosperidad ficticia como una suerte de enajenación que dictaba el reino de
la mercancía (y su fetichismo).
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Otro elemento que llama la atención y constituye hoy una prueba indeleble de esta
prosperidad evanescente son los rellenos y otros vertederos de la isla, donde se apilan
carcachas de autos, motocicletas y aparatos electrónicos descompuestos de toda índole. Son
montañas de bienes de consumo que contaminan el territorio. No hay programas o acciones
para reciclar el fierro y el plástico acumulado. En tiempo de bonanza, el oficio de reparador
o mecánico no existía, ya que cuando se descomponía un aparato o un vehículo se tiraba y
se compraba otro, enseguida. En 1974, el nivel de vida en la República de Nauru era el
segundo a nivel mundial después de Arabia Saudita.
La acumulación de una ingente riqueza nacional sin la mediación de un trabajo
efectuado por la Población Económicamente Activa (PEA) nauruana representaba un
insulto a la retórica neoliberal y capitalista que suele colocar al trabajo esfuerzos físicos e
intelectuales en el centro de su sistema moral. Pero, los años pasaron y la economía del
país vino abajo. Inició entonces un ciclo de austeridad y recensión para toda la población de
la Isla. Una vez más se antoja establecer aquí un guiño un paralelismo con la historia de
Rapa Nui, cuando sus pobladores experimentaron la hambruna y los conflictos por los
recursos entre clanes. Sin embargo, esta versión antropocénica que enfatiza la
irresponsabilidad humana no cuadra con la realidad para explicar lo ocurrido en Nauru. Y,
de hecho, tampoco aplica para el caso de la Isla de Pascua.
Una pista para interpretar lo anterior tiene que ver con las etapas posteriores al
acaparamiento del territorio que dispone la trama metabólica, y corresponde a la circulación
y el consumo: circulación del fosfato en un mercado agroindustrial internacional regido por
reglas ajenas a la cultura nauruano y consumo, a diestra y siniestra, como resultado de
dicha circulación y modelo de ascenso social, a través de las ganancias acumuladas y
redistribuidas entre los nauruanos, a partir de la economía del fosfato. En este tramo
metabólico, la brecha entre nauruanos y naturaleza se amplió, ya que el consumo local
descansaba en la importancia de bienes y servicios producidos y circulados desde otras
partes del orbe, mientras que los intercambios con su ecosistema se limitaron a la estricta
explotación y comercialización del fosfato. He ahí la manifestación de una forma de
alienación consumista en la que el valor de uso, por vincularse con la adquisición y
acumulación de bienes de consumo internacionales, dejó de ser un modo de expresión
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cultural local una suerte de metabolismo cercano para conformarse como una
determinación del mercado de consumo internacional, esto es, una suerte de metabolismo
remoto.
Yaren: el ocaso de la sociedad nauruana a través de la devastación de su ecosistema
Yaren es el topónimo de un distrito político que engloba la localidad de Makwa y funge en
la actualidad el papel de capital oficial de la República de Nauru. Es la zona donde se
encuentra el parlamento, el aeropuerto y el comisariado. Es la sede de instituciones de un
Estado nauruano muy deteriorado.
En la actualidad, la mayoría de los 13 000 habitantes de la isla vive en una situación
de indigencia, después del desplome de la economía del fosfato (Folliet 2014). Su
esperanza de vida ronda los 50 años. El 60% de los adultos padece obesidad y el 40% de la
población tiene diabetes de tipo 2 (Laurent y Bonnet 2020). He ahí las marcas corporales
que dejó la época de prosperidad consumista. Hoy las nuevas generaciones nauruanas son
(mucho) más pobres que la de sus padres y abuelos.
A comienzo de los años 90 del siglo pasado el recurso natural empezó a escasear.
De 2004 a 2005, el número de trabajadores extranjeros se redujo de 1478 a 470.
Paralelamente, se dio en 2005 una reestructuración administrativa mediante la cual la
Corporación de Fosfatos de Nauru cambió formalmente su nombre a Corporación de
Fosfatos de la República de Nauru (RONPhos). Esta emplea en la actualidad al 20% de la
PEA de Nauru. El patrimonio inmobiliario nacional, constituido durante los tiempos de
bonanza, se derritió, tras una serie de malversaciones, cohechos y pésima gestión (Folliet
2010, 50-65).
Hoy se buscan opciones económicas confusas para evitar un colapso nacional
(McDaniel y Gowdy 2000). En este sentido, el gobierno isleño firmó, en años recientes, un
convenio político y económico con Taiwán para el desarrollo de actividades aéreas entre
ambas naciones
6
, a cambio de asegurar a la China nacionalista una participación indirecta
6
Las autoridades taiwanesas se hacen cargo de los costes de operación del único avión comercial de la isla
que realice enlaces con Australia (Brisbane).
16
en la ONU
7
y la OMS, ya que Nauru es miembro de la ONU desde 1990. Así pues, Taiwán
es el único país en el mundo que cuenta en la actualidad con una embajada en la isla.
Asimismo, el gobierno taiwanés acordó un préstamo para la compra de quinas
perforadoras e iniciar de nuevo la explotación profunda del guano en algunas betas de los
antiguos yacimientos. En este proyecto contribuye también una empresa de fertilizantes
australiana, que reparó cuatro antiguas excavadoras arrumbadas en la isla para participar de
esta nueva fiebre por el guano.
Otra opción fue la presentación de una denuncia legal internacional contra los
gobiernos australiano y neozelandés por el desastre ecológico provocado por operadores
australianos, entre 1918 y 1968, a cargo de la explotación del guano en la isla. El objetivo
era obtener una reparación moral y económica por los daños sufridos por el ecosistema del
atolón. En 1993, el Tribunal Internacional de Justicia dictó una sentencia a favor de Nauru,
que implicó el pago de reparaciones a la pequeña nación de Micronesia. La Federación
Australiana fue sentenciada a pagar al gobierno de Nauru la cantidad de 135 000 000 de
dólares australianos por los daños ambientales irreversibles provocados a raíz de la
explotación del fosfato. Esa cantidad no se equiparaba a las ganancias millonarias que
generó el fosfato nauruano para las empresas de fertilizantes australianos y las
agroindustrias australiana, británica y neozelandesa.
Según una investigación periodística publicada en The Guardian (Davies y Doherty
2018), se calculó que para el año 1998, 70 000 000 de dólares de la mafia rusa transitaron
por los bancos nauruanos, situación financiera que provocó revuelo al nivel internacional
sobre la posible constitución de la isla en un nuevo paraíso fiscal para el lavado de dinero.
Hoy día, solo opera, y desde 2015, un banco en la isla el Bendigo Bank como muestra
fehaciente del colapso financiero que caracteriza la actualidad de la economía nauruana.
Otros intentos fallidos para sanar las finanzas públicas y mejorar el nivel de vida de los
habitantes han sido la venta de pasaportes nauruanos y la expedición de permisos de
navegación, cuyo registro y control eran inexistentes. Esto provocó otra agitación
7
La isla de Taiwán no tiene representación ante la ONU por el veto impuesto por el gobierno de la República
Popular de China, miembro permanente del Consejo de Seguridad en las Naciones Unidas. Taiwán ha tratado
de sortear esta dificultad diplomática para el desarrollo de sus actividades internacionales a través de socio
como Nauru, utilizando su membresía como un eco para la promoción y defensa de sus intereses geopolíticos.
17
internacional y se llegó a acusar a las autoridades nauruanas de fomentar abiertamente la
corrupción.
La última y polémica alternativa para zanjar la crítica situación social y económica
en Nauru fue, a petición del gobierno federal australiano, convertir la isla en un país tercero
seguro (Naciones Unidas 2018) y, concretamente, en centro de retención para solicitantes
del refugio en Australia. Esta situación inició el 2 de septiembre de 2001 a través del
incidente del barco noruego “Tampa”, que rescató a 460 afganos que pretendían llegar a
tierra australiana y solicitar su refugio ante las autoridades correspondientes (El País 2001).
El barco escandinavo fue interceptado por un buque de la armada australiana que negó tal
cometido. Según la legislación federal australiana en materia de migración y refugio, solo
es posible solicitar refugio y asilo en ese país, toda vez que el solicitante haya pisado su
suelo. Con esta artimaña jurídica, el gobierno australiano ordenó la deportación de los
afganos a Nauru (310) y Nueva Zelanda (150). En este sentido, Nauru se convirt de
manera progresiva en un auxiliar de la política de control migratorio de Canberra. Se
calcula que, entre 2001 y 2007, alrededor de 1200 personas transitaron por la isla, donde
fueron arraigados durante varios meses y finalmente expulsados hacia otros países.
Sin embargo, ante la deplorable atención que recibían los refugiados-detenidos (se
habló de decenas de casos de suicidio entre menores refugiados) y el sigilo que envolvía las
actividades policiales y represivas de control migratorio surgieron reacciones enérgicas de
instancias internacionales y organizaciones no gubernamentales, como Amnistía
Internacional (AI), para poner un alto a esta situación y exigir el cierre del campo de
detención en Nauru. Las autoridades australianas, que enfrentaban además protestas y
acciones jurídicas en esta tesitura de su propia ciudadanía, tuvieron que cancelar este
programa. Las operaciones de arresto y detención en Nauru se suspendieron en 2007.
Empero, un lustro después se reanudó dicha colaboración de control migratorio entre la
República de Nauru y la Federación Australiana.
El documental de Cibien y Carcanade (2021) procura recuperar testimonios de
nauruanos, además de realizar un diagnóstico de la tragedia ambiental y social que aqueja
la isla. Braia Rose es una mujer cuentacuentos en Nauru y representa la memoria oral de la
isla. A sus 55 años evidencia, con alarde de detalles y metáforas, el desfase entre la vida de
18
antes, opulenta, excesiva, lujosa y hedonista y la de ahora, frugal, empobrecida, limitada y
sumamente complicada. A su vez, el joven Ritchie Alsted es el responsable de la oficina de
turismo en Nauru, una actividad que no deja de ser incipiente, ya que la isla no tiene
lugares de atracción para impulsar tal iniciativa. Ambos testifican el desastre ecológico
actual y sus implicaciones para el día a día. Ambos lamentan cómo los valores
comunitarios como la generosidad y la prodigalidad entre familias se han erosionado con la
decadencia económica de la isla. Ambos concuerdan en decir que la responsabilidad de la
situación actual recae tanto en la dejadez de las autoridades como la propia población. Para
el joven Ritchie, la época de abundancia permanece en su memoria como un recuerdo
remoto y fragmentado. Ambos, finalmente, no manifiestan rencor ni tampoco animosidad
por lo sucedido, sino un fatalismo disfrazado de alegría Micronesia. La joven adolescente
Mitsie Jones, que sueña con ser corredora de velocidad y participar algún día en los Juegos
Olímpicos, tiene que entrenarse en una vieja pista de atletismo y en la única carretera de la
isla, y solicitar, además, una cooperación voluntaria entre los habitantes para poder viajar y
representar a su país en estos certámenes internacionales.
Estos testimonios de nauruanos son una muestra de cómo un sistema de producción
y acumulación fallido afectó, años más tarde, la vida cotidiana de los nauruanos, adultos
mayores, jóvenes y adolescentes (Folliet 2014). Se trata como diría Zizek (2009, 19-25) de
una violencia objetiva, sin rostro, sin culpables de carne y hueso. Una violencia ejercida por
el capital como sujeto autómata (Marx 2009, 173), es decir, un sistema de dominaciones
abstractas. Dicha violencia surtió varios efectos para con la vida de los habitantes de la isla.
La urbanización de Nauru es una de sus manifestaciones palmarias, ya que modernidad y
ciudad van de la mano y corresponde al modelo de desarrollo que impone el capitalismo,
detrás del cual se encuentra otra expresión de la fractura metabólica (Williams 2001).
Nauru se parece, más que a un centro urbano próspero, a uno de los múltiples
suburbios del lumpenproletariado planetario engendrados por la globalización neoliberal,
cuyos epicentros son los países y las economías occidentales. Además, los periodos de auge
y crisis económica en Nauru pueden entenderse a partir de su articulación respectiva con
ciclos del valor, es decir, con ciclos de explotación del fosfato por el capital. Esto es,
primeramente, el colonialismo político y económico de la isla, y, posteriormente, una suerte
19
de neocolonialismo adosado a una soberanía nauruana de fachada. La situación actual
remite, tal vez, al comienzo de un nuevo ciclo del valor que consiste, paradójicamente, en
su reciclaje, es decir, cómo seguir valorando una supuesta potencialidad económica de un
territorio, una nueva frontera interior del capital.
El declive socioeconómico de Nauru y sus habitantes corresponde a la última etapa
del metabolismo social, la trama metabólica y el ciclo (o arco) del valor. Corresponde a la
fase de devolución a la naturaleza de aquello que se le extrajo. A menudo remite a la
producción de desechos, pero abarca también la suma de resultados inesperados que
produjo el modo de producción capitalista. En este sentido, si bien los efectos son
ecológicos y afectan el medio ambiente de la isla, mediante la producción de desechos, la
esterilidad de los suelos y el agotamiento del fosfato, aluden también a problemas de salud
entre los habitantes: obesidad, diabetes, esperanza de vida en picada y disminución de la
esperanza de vida saludable en declive.
Los artificios que buscan las autoridades para subsanar la situación económica son,
asimismo, una muestra adicional de la vigencia de esta fase del metabolismo social en la
isla. Se caracteriza por el ensanchamiento de la brecha metabólica y la sustitución del
entorno natural por un conjunto de oportunidades financieras efímeras. El valor del
territorio se abstrajo: de un espacio sensible con cocoteros y guano se convierte en una zona
de especulación para licitar pabellones marítimos, pasaportes, bancos dudosos. En esta
última etapa se ha tratado de reciclar la naturaleza para continuar, desesperadamente, con el
ciclo del valor y no de devolverle lo que se le sustrajo en un principio. Este final indica,
desde luego, que el equilibrio entre nauruanos y naturaleza está roto, y no es porque la isla
y sus habitantes hayan decidido intencionalmente irrumpir en el escenario del capital, sino
porque este llegó hasta sus confines y terminó por enjaular sus vidas en su metabolismo
productivista.
Análisis de la trama metabólica en Nauru
Resalta una contradicción que devela una de las múltiples expresiones de la fractura
metabólica: hoy día el 90% de la superficie de la isla es infértil y la gran mayoría de sus
habitantes consume, de vez en cuando, verduras importadas. Y es que durante décadas la
20
economía nacional se centró en la extracción y exportación del fosfato, un poderoso
nutriente para el abono de las tierras y los cultivos, que ayudó a otros países transoceánicos
a sortear los problemas de sus propias brechas metabólicas (Bellamy Foster 2000). Nauru
nunca tuvo, en tiempo de prosperidad, una agricultura propia como alternativa económica
para cubrir las necesidades alimenticias de la población, y mucho menos ahora con el
agotamiento del fosfato y la infertilidad del suelo de la isla.
Nauru, progresivamente, pasó de ser una comunidad polinesia a una sociedad de
consumo. Así, dejó a otros es decir, extranjeros, bien inversores australianos, bien mano
de obra procedente de otras islas de Micronesia la responsabilidad de producir la riqueza,
a través de la extracción y exportación del fosfato. El trabajo, como producto palmario de la
relación entre el hombre y la naturaleza en general, constituye para la presente situación
uno de los principales focos de atención para entender la trama metabólica inicial en Nauru
y sus posteriores transformaciones, desde el descubrimiento de los primeros yacimientos de
guano, en 1899. El trabajo es, primero que nada, una institución de índole cultural e
históricamente la concreción cardinal de la relación entre el hombre y la naturaleza, a través
del acto de producción. En este sentido, el trabajar es siempre interactuar con y en la
naturaleza y generar actividades de intercambios con ella.
Con el capital la definición del trabajo cambia profundamente y se convierte en el
medio de producción del valor, y caracteriza la condición social del hombre a través de la
tensión entre empleo y desempleo. Así, el capital, bajo los rasgos del imperio alemán,
encontró la posibilidad de extender su incipiente dominio colonial a una tierra virgen. Con
la llegada de empresas australianas se proced al acaparamiento del recurso y se recurr al
uso de mano de obra china, de las islas Tuvalu y Kiribati. A un lado quedaron los
nauruanos.
Con la independencia de la isla continúa este esquema de producción y trabajo del
cual siguen orillados los nauruanos. Con la prosperidad generada por las exportaciones de
fosfato y las inversiones inmobiliarias realizadas por el gobierno local, los autóctonos se
convierten en empedernidos consumidores de todos los productos, bienes y servicios que
depara, en ese entonces, la modernidad capitalista, cuyo epicentro era el estilo de vida
norteamericano: fácil, hedonista, ocioso y alejado de la esfera del trabajo. La tragedia de
21
Nauru consiste en lo siguiente: mientras trabajadores chinos, de Tuvalu y Kiribati
excavaban la meseta central de la isla y trasegaban el guano hacia el muelle para su
exportación, los nauruanos se acostumbraban a dar vueltas y vueltas a la isla en sus
automóviles de nuevo modelo, sus rutilantes motocicletas, celebrar exageradas fiestas de
intercambio de regalos o vacacionaban en Australia o en el Reino Unido. Es decir, mientras
unos trabajaban, otros se sumergían en el ocio. Mientras los primeros entablaban, mediante
su trabajo, una relación laboral con el ecosistema de la isla, bajo el mando de la lógica
capitalista, y asistían a la transformación de su metabolismo de campesinos y pescadores
micronesios en mineros empleados por el capitalismo transnacional, los segundos, los
nauruanos, se alejaban cada vez más de su ecosistema y del desastre ecológico que se
cernía sobre su isla.
Hoy día, el 80% de la superficie de la isla ha sido cavada. Ello propició la
destrucción de la cubierta vegetal, lo que provoca cada vez más sequías, la extinción de
colonias de aves y sus preciados excrementos, sin mencionar la destrucción de la fauna
marina. La falta de experiencia laboral consolidada de los nauruanos en las minas de
fosfato constituyó, tal vez, un velo que ha opacado las conciencias locales sobre la
insostenibilidad de la relación entre capital (extractivista) y naturaleza. Ser ecologista en
Nauru, como en cualquier otra parte del mundo, no es solo militancia, sino trabajar y
producir, es decir, interactuar con un ecosistema natural determinado. He ahí, una suma de
evidencias y predicamentos acerca de una fractura metabólica entre el ecosistema de Nauru
y sus habitantes. Dicha fractura consistió también en la destrucción del trabajo humano
concentrado en la extracción del fosfato. Pero, como lo señala Fredric Jameson (2013, 13),
es también una forma de autodestrucción, pues el capitalismo al destruir el trabajo humano
destruye no solo al hombre y su cada vez más diezmada relación con la naturaleza, tiende a
aniquilarse a sí mismo a través de la merma de la fuente del valor que es el trabajo humano.
Todo parece indicar que Nauru y sus habitantes han experimentado esta tensión entre dos
formas de trabajar, siendo la segunda la que, a la postre, decantó la realidad que impera
ahora en la isla.
Comentarios finales
22
Con el capitalismo todo cambia y se invierte: la naturaleza se considera falsamente un
receptáculo de recursos abundantes y baratos (Moore 2020) y el hombre termina formando
parte de esta capitalización de la naturaleza (en el mundo de la producción fabril y de
servicio, la humanidad activa se reduce a un recurso humano entre otros). Además, el
capitalismo descansa en una insuperable contradicción que consiste en su crecimiento
ingente, indefinido y depredador de energías a costa de una naturaleza cuyos ecosistemas
frágiles cuentan, desde luego, con recursos limitados y con un nivel de reproducción muy
inferior a las exigencias que impone el desarrollo del capital. Así pues, la valoración del
valor (plusvalía), que constituye el magno software de la lógica capitalista y su única
teleología, desemboca necesariamente en devastaciones locales y en un ecocidio
generalizado.
Los conceptos de fractura metabólica, cambio y trama metabólicos conforman una
gama interpretativa para dar cuenta de la carrera infernal del capital haciendo las veces de
bólido arrojado a la isla. Los nutrientes de la tierra, como el guano, han sido extraídos para
el beneficio de agroindustrias distantes a varios miles de kilómetros. Asimismo, el trabajo
para la extracción del fosfato ha necesitado el empleo de mano de obra procedente de otras
islas, y ha favorecido un desequilibrio entre trabajo como valor de uso, es decir, actividades
de grupos locales a partir de sus respectivos ecosistemas, y trabajo como valor de cambio,
que ejemplifica la circulación migratoria y desencarnada de la fuerza de trabajo. Esta
tensión entre formas y escalas de trabajo es, a final de cuentas, otra expresión de la
dialéctica suprema del modo de producción capitalista por la cual el trabajo vivo termina
transformándose en capital muerto, es decir, en capital.
La ruptura como transformación metabólica devela, a menudo, una crisis del capital
(Saito 2017). En este sentido, el caso de Nauru es emblemático de tal metabolismo
incontrolable. He ahí dos tipos de contradicciones del capital. La primera es externa y se ha
mencionado párrafos atrás: la lógica del capitalismo, que se centra en la valoración del
valor, implica un crecimiento económico infinito y exponencial, lo cual requiere apoderarse
de los recursos de una naturaleza considerada como siempre disponible y gratuita, aun
cuando esta configura un mundo finito y con energías limitadas. La segunda es interna y
tiene que ver con el impacto negativo, y hasta nefasto, del capitalismo en la naturaleza y sus
23
ecosistemas en términos de destrucción de espacios naturales, agotamiento de recursos
naturales, contaminación del aire, del suelo y de las aguas. Tales modificaciones abruptas
de los equilibrios entre naturaleza y organizaciones sociales merman las propias
condiciones de reproducción del capitalismo (O’Connor 2001). En este sentido, el
capitalismo verde (con el auxilio de la geoingeniería) no sería más que un señuelo para
confundir las conciencias acerca de la imposibilidad de reformar el capital, es decir, su
modo de producción, consumo y acumulación. En realidad, ante ello, el capital ha buscado
siempre explorar y encontrar nuevos territorios vírgenes” para continuar con su cometido.
He ahí el capitalismo de frontera sobre el cual Jason Moore (2020, 121-132) abona
reflexiones críticas. Cuando los recursos se agotan aquí, el capital sigue buscándolos en
otra parte, dejando atrás ruinas y desolación, como sucedió en Nauru.
A pesar de lo anterior, existe en Nauru la esperanza política y social de encontrar
otras capas de fosfato en las profundidades del subsuelo de la isla. Según la experticia de
geólogos australianos, existiría un yacimiento de fosfato profundo que está en espera de su
pronto explotación. Asimismo, las autoridades locales contemplan licitar las aguas
territoriales de la república a través de la expedición de derechos de pesca para barcos
atuneros de otros países asiáticos y de Oceanía, así como iniciar la explotación de los
fondos marinos para la exportación de nódulos de metales raros. Con ello parece abrirse
otro capítulo sobre el saqueo de la naturaleza en Nauru. He ahí una muestra de la continua
huida hacia adelante del capital. Es por lo que el capitalismo no parece ser un sistema de
producción reformable (Kovel 2005).
Los desastres naturales son, ante todo, una dialéctica donde la impronta humana es
indeleble. Pero no se trata de una marca antropológica y abstracta, sino histórica y concreta
que empezó con el surgimiento del modo capitalista de producir, intercambiar, consumir y
acumular. Es importante hacer hincapié en que, si bien cada desastre emerge bajo la forma
de un acontecimiento bito e inesperado, también es el resultado de circunstancias, causas
y determinaciones que se acumulan en procesos de desastres (Serratos 2020; Moore 2016).
En este sentido, la tragedia de Nauru ha consistido en un lento proceso de destrucción de un
24
ecosistema
8
por una lógica de producción llamada capitalismo extractivista. Así pues, el
capitalismo ha instaurado una relación dialéctica con la naturaleza que induce un nuevo
metabolismo de intercambios desiguales: el aprovechamiento infinito y creciente de
recursos naturales a cambio de una sarta de ecocidios y desastres. Es precisamente la suerte
ecológica que le ha tocado vivir a la isla de Nauru: su ecosistema natural, así como sus
habitantes.
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8
Como es el caso geológico de la subducción que aqueja a muchas ciudades asiáticas porteñas como Bangkok
e implica el hundimiento de la mancha urbana y su infraestructura que descansan sobre lechos de río, mantos
acuíferos, lagunas desecadas, etc.
25
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