Eutopía. Revista de Desarrollo Económico Territorial N.°
27, julio 2025, pp. 10-27
ISSN 13905708/e-ISSN 26028239
DOI: 10.17141/eutopia.27.2025.6565
La globalización: su desarrollo y crisis contemporánea
Globalization: its Development and Contemporary Crisis
Alessandro Bonanno. Departamento de Sociología Sam Houston State University, USA;
https://orcid.org/000-0003-2868-2798; soc_aab@shsu.edu
Recibido: 10/04/2025 Aceptado: 28/06/2025
Publicado: 04/07/2025
Resumen
La globalización es un proceso histórico impulsado por la expansión de los mercados capitalistas que además se caracteriza por periodos de rápida expansión e integración de los mercados, seguidos de otros de políticas proteccionistas y nacionalistas que retrasan esta integración. Durante el período fordista, posterior a la Segunda Guerra Mundial, los Gobiernos nacionales intervinieron significativamente para mediar entre los intereses del capital y los del trabajo. Esta intervención facilitó la expansión de los derechos y el bienestar laboral, a la vez que contribuyó al crecimiento de las grandes corporaciones. Bajo el fordismo, los sindicatos tomaron auge y se fortaleció la legislación a favor de los trabajadores. Sin embargo, la crisis del petróleo en los años setenta y la consiguiente estanflación mundial precipitaron el declive del fordismo. Posteriormente, fue reemplazado por un régimen neoliberal que promovió la globalización. Durante esta etapa, la legislación a favor de los trabajadores se redujo o se eliminó, y las corporaciones lograron reducir costos al reubicar la producción en sitios nacionales e internacionales menos costosos y políticamente compatibles. Entre 1975 y 2020 la desigualdad económica aumentó significativamente, con una notable concentración de la riqueza en las clases sociales y los países más ricos. La oposición inicial a la globalización neoliberal provino de grupos de izquierda que criticaron sus políticas antilaborales y antiambientalistas. En 2015 surgieron nuevos movimientos populistas que se oponían a la globalización con plataformas nacionalistas y autoritarias. Estos movimientos apoyan a las grandes corporaciones y a los ricos, mientras que solo abordan nominalmente las preocupaciones laborales. Sus ataques a los principios democráticos, los derechos de los ciudadanos y el estado de derecho, sumados a políticas que deterioran las condiciones de las clases media y trabajadora, crean una vía hacia el autoritarismo que exacerba, en lugar de resolver, las contradicciones del capitalismo contemporáneo.
Palabras clave: autoritarismo, fordismo; globalización, neoliberalismo.
Abstract
Globalization is a historical process driven by the expansion of capitalist markets. It is characterized by periods of rapid market expansion and integration, followed by intervals of protectionist and nationalist policies that delay further market integration. The current era, which began in the mid-2010s, exemplifies such a historical period. During the post-World War II Fordist period, national governments significantly intervened to mediate between the interests of capital and labor. This intervention facilitated the expansion of labor rights and well-being while also contributing to the growth of large corporations. Under Fordism, labor unions gained strength, and pro-labor legislation was enhanced. However, the oil crisis of the 1970s and the resulting global stagflation precipitated the decline of Fordism. It was subsequently replaced by a neoliberal regime that promoted globalization. During this period, pro-labor legislation was reduced or eliminated, and corporations were able to reduce costs by relocating production to less expensive and politically compliant domestic and international locations. Between 1975 and 2020, economic inequality increased significantly, with a notable concentration of wealth among specific social classes and countries. Initial opposition to neoliberal globalization came from left-leaning groups who criticized its anti-labor and anti-environment policies. By the mid-2010s, new populist movements emerged, opposing globalization on nationalist and authoritarian platforms. These movements support large corporations and the wealthy, while only nominally addressing labor concerns. Their attacks on democratic principles, citizens' rights, and the rule of law, coupled with policies that deteriorate the conditions of the middle and working classes, create a pathway to authoritarianism that exacerbates rather than resolves the contradictions of contemporary capitalism.
Keywords: authoritarianism; fordism; globalization; neoliberalism.
Introducción
La globalización de los mercados es un proceso que hunde sus raíces en el propio establecimiento del capitalismo como modo de producción dominante a nivel mundial. Según la literatura izquierdista,[i] la clásica (Harvey 2007; Marx y Engels 1998) y también la conservadora (Friedman [1962] 1982), el capitalismo exige la colonización continua de nuevos espacios y esferas de la sociedad. Su mercado debe expandirse e integrar todas las demás formas de economía. Las fronteras políticas, como las de las regiones, los Estados nación o los bloques supranacionales, y sus medidas de política económica, solo pueden frenar temporalmente la búsqueda de lucros, inversiones y la mejor asignación de recursos por parte de los actores del mercado. En consecuencia, la actual globalización neoliberal representa la forma histórica a través de la cual ha evolucionado la expansión del capitalismo. Sin embargo, no puede considerarse su única forma de desarrollo. Por lo tanto, existe una diferencia teóricamente importante entre el crecimiento de una economía y una sociedad global y la actual globalización neoliberal. Además, el retorno al proteccionismo, como propugnan las corrientes populistas, no debería considerarse la única alternativa a la globalización. El problema de la globalización no reside en la internacionalización de la economía, sino en su carácter neoliberal y procorporativo (Stiglitz 2017).
Históricamente, la expansión del capitalismo ha dependido, primero, de la expansión de los mercados y, segundo, de su integración. En este sentido, la globalización es un proceso histórico multifacético que ha cambiado a lo largo de los siglos, modificando el panorama económico, social y político mundial. Desde la aparición de las primeras rutas comerciales hasta la integración de los mercados en la globalización moderna, la trayectoria de la globalización está marcada por acontecimientos importantes que han facilitado la interdependencia económica y el intercambio cultural, así como graves crisis e inestabilidades sociales y económicas. Las raíces de esta integración de mercados se remontan a las civilizaciones antiguas, donde rutas comerciales como la Ruta de la Seda y la Ruta del Ámbar servían de canales para el intercambio de bienes, ideas y tecnologías. Estas primeras redes conectaban regiones distantes, permitiendo el flujo de productos como seda, especias, metales preciosos y artefactos culturales. Las interacciones a lo largo de estas rutas fomentaron la simbiosis económica y la fusión cultural, sentando las bases para sistemas comerciales más complejos (Harvey 2007).
La era de la exploración, durante los siglos XV y XVI, marcó una importante expansión de la globalización. Los exploradores europeos, impulsados por la búsqueda de nuevas rutas comerciales y recursos, establecieron conexiones marítimas directas con Asia, África y América. Las empresas coloniales resultantes facilitaron la extracción y el traslado de valiosos recursos, como oro, plata y productos agrícolas, de vuelta a Europa. Sobre todo, este período genera la creación de un flujo de riqueza desde las colonias del Sur hacia el Norte y la dinámica de desarrollo/subdesarrollo que ha caracterizado la evolución del capitalismo global (Amin 1974; Gunder Frank 1969). La Revolución Industrial de los siglos XVIII y XIX impulsó la integración de los mercados globales. Los avances en transporte y comunicación como la máquina de vapor y el telégrafo, redujeron el tiempo y el costo del comercio. La producción industrial generó demanda de materias primas y nuevos mercados, aumentando el comercio e inversión global. Surgieron corporaciones multinacionales e instituciones financieras que conectaron más las economías nacionales. Sin embargo, esto también causó crisis en industrias tradicionales y en regiones dependientes, contribuyendo a las inestabilidades que llevaron a las dos guerras mundiales en el siglo XX (Bonanno 2017).
El fordismo y su crisis
Después de la Segunda Guerra Mundial, y durante las tres décadas siguientes, el mundo presenció una transformación significativa en la estructura y en la dinámica del capitalismo. Esta era, denominada fordismo o capitalismo organizado, se caracterizó por una compleja interacción entre el Estado, las grandes corporaciones y los sindicatos (Aglietta 1979; Harvey 1990). En este período, las corporaciones multinacionales fortalecieron su dominio sobre los mercados internacionales. Estos gigantes corporativos no solo produjeron bienes y servicios a una escala sin precedentes, sino que también ejercieron una influencia sustancial sobre las economías y las políticas. Empresas como General Motors, IBM, Exxon y Con Agra se convirtieron en sinónimo de poder industrial y crecimiento económico. Al mismo tiempo, se identificaron con el Estado nación y se convirtieron en símbolos del desarrollo nacional (Bonanno 2017; Lipietz 1992).
Los Gobiernos desempeñaron un papel fundamental en la configuración del panorama del capitalismo organizado. Mediante marcos regulatorios, políticas públicas y planificación económica, los Estados buscaron gestionar y estabilizar los mercados, promover el crecimiento y mitigar los efectos adversos de los ciclos económicos. El intervencionismo en Estados Unidos y la economía social de mercado en Europa Occidental son ejemplos notables de intervención estatal durante este período. De hecho, los Gobiernos fordistas promovían una estructura socioeconómica basada en la negociación entre las partes sociales, mediada y pacificada a través de la intervención del Estado, que limitaba las fricciones entre capital y trabajo (Offe 1984).
Simultáneamente, los sindicatos adquirieron una fuerza considerable durante el fordismo, defendiendo los derechos de los trabajadores, los salarios justos y mejores condiciones laborales. La negociación colectiva se convirtió en un mecanismo crucial mediante el cual los trabajadores y la patronal negociaban las condiciones de empleo. La influencia de los sindicatos fue especialmente pronunciada en sectores como la manufactura, la minería, el transporte y de manera menor en el sector agropecuario. Sin embargo, la lucha sindical en el sector agropecuario obtuvo resultados significativos en estos años. El papel de los sindicatos no se limitó solo al establecimiento de mejores relaciones laborales, sino también a la creación y desarrollo de sistemas de prestaciones sociales que incluían, entre otros, salud, educación y jubilación. Así, el poder sindical fue clave para la estabilidad del sistema socioeconómico de la posguerra (Antonio y Bonanno 2000).
Las promesas generalizadas del fordismo de prosperidad para todos se toparon con problemas a medida que la brecha entre el Norte y el Sur y entre las clases pudientes y el resto de la población se amplió en lugar de disminuir. El Sur Global reaccionó a su subdesarrollo contrarrestando los procesos de intercambio desigual como en los casos de los embargos petroleros de 1973 y 1979. Simultáneamente, los sindicatos nacionales intensificaron sus luchas para obtener remuneraciones y beneficios justos para los trabajadores de las ciudades y los campos. El Estado fordista enfrentó dificultades crecientes para mantener la estabilidad del sistema, conforme los costos asociados se tornaron insostenibles. Uno de los desafíos económicos más relevantes de este período fue la estanflación, caracterizada por la concurrencia de alta inflación y elevado desempleo. Este fenómeno puso en entredicho las teorías económicas keynesianas que habían prevalecido durante todo el fordismo. A medida que la crisis se agudizaba, los Gobiernos implementaron medidas de austeridad para contrarrestar el aumento de los costos, incluyendo la reducción del consumo energético, la congelación salarial y el recorte del gasto social. La agitación social y política resultante desestabilizó el sistema y puso fin al pacto social entre sindicatos y empresas, lo que obligó a abandonar los principios fordistas (Harvey 2007; Bonanno 2017).
Neoliberalismo y globalización
Ante los ataques tanto de la izquierda progresista como de la derecha conservadora, y de las demandas de cambio de los capitalistas y de los trabajadores, la nueva regulación de la economía se llevó a cabo mediante la popularización de los argumentos neoliberales de libre mercado y su reivindicación de una drástica reducción de la intervención estatal y reducción de la fuerza política de los sindicatos.
Neoliberalismo
Al igual que en el caso del capitalismo de laissez-faire, el libre funcionamiento del mercado emergió como el principio organizador del sistema global neoliberal (Friedman [1962] 1982; Hayek [1944] 1972). Sin embargo, el neoliberalismo no fue simplemente una reiteración del antiguo enfoque de laissez-faire. Más bien, los neoliberales ofrecieron una visión construccionista de la economía que asumía la intervención constante del Estado para la creación y el mantenimiento de los mercados, ya que sostenían que la concentración y centralización del capital y el crecimiento de las grandes corporaciones transnacionales no son problemas, sino la consecuencia lógica del buen funcionamiento del mercado. También enfatizaron que los privilegios de clase son la justa recompensa para quienes logran utilizar eficazmente sus activos individuales –o capital humano– en la competencia del mercado.
A finales de la década de los setenta, el neoliberalismo emergió como el principio rector del capitalismo. Simbolizado por los éxitos electorales de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en el Reino Unido, sus postulados encontraron un amplio apoyo a medida que las nociones de imparcialidad y el valor del “libre mercado” permeaban las agendas de los partidos políticos conservadores y liberales. Existió un consenso generalizado en todo el espectro político –o el “Consenso de Washington”– sobre la idea de que la economía y la sociedad se gestionan mejor mediante la aplicación de los principios del “libre mercado”. En consecuencia, el sistema de bienestar social fordista y las políticas fordistas se reformaron, se redujeron o se eliminaron; el empleo estable y bien remunerado fue reemplazado por empleos flexibles y mal remunerados, y las empresas trasladaron muchos de sus puestos de trabajo a ubicaciones extranjeras con bajos salarios y políticamente convenientes (o a la contratación global). La idea general del gasto público para apoyar las necesidades de las clases bajas fue declarada en quiebra, mientras las corporaciones globales aumentaron sus ganancias debido a la menor supervisión estatal (desregulación), el apoyo financiero estatal sostenido (bienestar corporativo), la desindustrialización y un énfasis en las actividades financieras (financiarización) y los servicios. Muchos Gobiernos y compañías tomaron medidas para reducir o eliminar los sindicatos y su influencia política. A principios de los noventa, el poder sindical en países desarrollados como Estados Unidos y Europa Occidental cayó a mínimos históricos (Harvey 2007).
Globalización
Bajo el neoliberalismo, los límites económicos del fordismo se abordaron mediante la hipermovilidad del capital, la reducción de las barreras a la libre circulación de capital, bienes y mano de obra, y la creación de redes globales de producción y consumo. Las grandes corporaciones multinacionales evolucionaron hacia corporaciones transnacionales (CTN) a medida que la difuminación de su identificación con los países de origen y sus objetivos moldeó esta evolución. A medida que las CTN exportaban inversiones y ganancias y trasladaban libremente sus instalaciones de producción por todo el mundo, se presentaban como promotoras de los intereses y grupos locales. Al presentar su inversión extranjera directa como un nuevo instrumento de desarrollo, a menudo recibían apoyo financiero y respaldo político local.
En el ámbito nacional, la pérdida de empleos se contrarrestaba con intentos de desvalorizar aún más los recursos naturales y humanos para atraer acuerdos con las CTN. En este contexto, el Estado nación invertía recursos para facilitar la hipermovilidad corporativa. Sin embargo, al mismo tiempo, fue incapaz de controlar los flujos globales de capital y mano de obra, ya que el alcance global de las acciones de las CTN impidió que los Estados nación desplegaran eficazmente los instrumentos que permitieron regular la economía en la era fordista. Con el surgimiento de una clase capitalista global y de reservas globales de mano de obra, la falta de un Estado global hizo que las formas de intervención centradas en el Estado en la economía y la mediación entre los intereses de clase fueran cada vez más ineficaces.
La incapacidad estructural del Estado nación para desplegar los instrumentos establecidos para regular la economía y controlar las contradicciones sociales, reforzó los postulados neoliberales de que el libre funcionamiento del mercado promueve el crecimiento económico y que el Estado debe continuar desregulando los mercados. En este contexto, la implementación de numerosos acuerdos comerciales, como el TLCAN, la creación de instituciones reguladoras del comercio global, como la Organización Mundial del Comercio (OMC), y el desarrollo de entidades políticas reguladoras multinacionales, como el G20, definieron el clima político y económico global a principios del nuevo siglo (Harvey 2007). Identificadas como instrumentos funcionales para el desarrollo de los mercados y la libre competencia, estas instituciones, sin embargo, enfatizaron implícitamente la importancia del papel del Estado en el funcionamiento de los mercados. Más que la simple creación de mercados, la razón de ser de estas instituciones fue la coordinación de las políticas del Estado nación frente a una economía globalizada.
Dado que esta coordinación no podía ser llevada a cabo eficazmente por un solo Estado nación, incluido Estados Unidos,[ii] los esfuerzos comunes multiestatales se volvieron fundamentales. Siguiendo esta lógica, surgieron formas más sofisticadas de Estados multinacionales, de las cuales la Unión Europea fue la más avanzada. A medida que crecieron, se reconoció implícitamente los límites inherentes del libre mercado y la necesidad de contar con instrumentos que pudieran abordar las consecuencias indeseables de su funcionamiento. En última instancia, el establecimiento de todas estas instituciones reconoció la importancia de la regulación de los espacios socioeconómicos que pudieran mejorar la movilidad del capital, reducir las barreras a su velocidad de circulación y, al mismo tiempo, permitir la intervención estatal cuando fuera necesaria (Antonio 2019; Bonanno 2017).
La crisis del neoliberalismo y la nueva reacción populista
El sistema capitalista global neoliberal se mantuvo inalterado durante casi cuatro décadas, a pesar de graves crisis recurrentes, como la burbuja financiera de las .com y de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en EE. UU. Sin embargo, la Gran Recesión de 2007-2008 marcó el inicio de un período de reestructuración del neoliberalismo original. Este período de cambio se centró en tres fenómenos: la intervención masiva del Estado para abordar la crisis; el aumento de la desigualdad de ingresos y riqueza; y la existencia de niveles significativos de incertidumbre socioeconómica.
Intervención del Estado para abordar la crisis
La crisis de 2007-2008 fue principalmente financiera y se extendió al sector productivo, con efectos devastadores en el mercado laboral y en el bienestar de la clase trabajadora de ingresos medios y bajos. Sus orígenes financieros se basaron en la desregulación neoliberal de los mercados financieros y en la expansión del sector financiero: un fenómeno conocido como financiarización que se refiere a dos características interrelacionadas del capitalismo neoliberal contemporáneo. La primera consiste en la creciente porción de las ganancias generadas por el sector financiero. La segunda, a la tendencia a transformar las materias primas en activos financieros. Estos activos financieros se multiplican exponencialmente mediante el rápido despliegue de mecanismos financieros como futuros y derivados. En 2007, el crecimiento de los activos financieros encontró un terreno particularmente fértil en la especulación inmobiliaria que revalorizó las carteras, pero también alcanzó niveles insostenibles de sobrevaloración. Cuando esta burbuja financiera estalló, generó depreciación de activos, falta de liquidez y la desestabilización de los mercados financieros y de producción que resultaron en la Gran Recesión (Ashbee 2015).
En los Estados Unidos, al igual que en otros países capitalistas avanzados, la Gran Recesión se abordó mediante la intervención estatal, en lugar de los mecanismos de mercado. El Estado afrontó la crisis inyectando una gran cantidad de liquidez en el mercado (la llamada flexibilización cuantitativa), aumentando el gasto y recortando los impuestos, lo que resultó en el fortalecimiento de los mercados financieros, la reestructuración de la insolvencia corporativa y la revalorización de los activos financieros. En particular, este esfuerzo se dirigió a la protección de las grandes corporaciones que, declaradas “demasiado grandes para quebrar”, se consideraban indispensables para la supervivencia de todo el sistema económico.[iii]
Para 2009 la crisis se declaró superada. Sin embargo, sus consecuencias negativas para los trabajadores continuaron durante años, ya que la pérdida de empleos, el empleo precario, el estancamiento salarial, las ejecuciones hipotecarias y las crisis comunitarias definieron la situación económica de los trabajadores durante la década posterior a la Gran Recesión. Más importante aún, mientras las ganancias se aceleraban en el sector financiero y los inversores de Wall Street registraban ganancias sin precedentes durante este período, el resto de la sociedad continuó sufriendo. El desarrollo de este sistema dual transmitió claramente que la recuperación se produjo solo para el mundo corporativo mientras la brecha económica entre los muy ricos y el resto de la sociedad seguía creciendo.
Desigualdad de riquezas e ingresos
La desigualdad socioeconómica se ha convertido en uno de los problemas más graves del capitalismo contemporáneo (Atkinson 2015; Galbraith 2016; Leicht 2016; Milanovic 2016; Piketty 2014; Saez y Zucman 2016; Berberoglu 2024). La literatura pertinente pone en duda no solo la veracidad del principio neoliberal sobre los efectos beneficiosos de la competencia libre e irrestricta, sino también la afirmación de la conveniencia de eliminar las medidas de bienestar y redistribución de la riqueza (Friedman [1962] 1982, 161-163; Watkins y Brook 2016). Esto demuestra que los superricos –el 1 % más rico de la población de los países ricos– han seguido aumentando su riqueza desde la crisis económica de 2007-2008. Así, para 2019, por ejemplo, en los EE.UU. el 1 % de las familias estadounidenses más ricas poseía el 37 % de la riqueza total y el 10 % de las familias estadounidenses más ricas poseía el 76 %, mientras que el 40 % de las familias estadounidenses con ingresos medios poseía el 22 %, y el 50 % de las familias con ingresos más bajos poseía solo el 1 % (Hernandez Kent y Ricketts 2020).
La brecha de ingresos entre los superricos y los pobres aumentó más rápidamente en Estados Unidos, un país que fomenta el liberalismo, que, en Europa, más orientada al bienestar (Alvaredo et al. 2018). Mientras que en 1980 la desigualdad de ingresos en Estados Unidos y Europa Occidental era prácticamente la misma, en 2016 en Europa el 1 % más rico de la población controlaba el 12 % de la riqueza, mientras que en Estados Unidos controlaba el 39 % (Federal Reserve Bulletin 2017). Además, en 2017, la porción del ingreso nacional estadounidense controlada por el 10 % más rico equivalía al 47 % y se situaba muy por encima del de la Unión Europea (37 %) (Alvaredo et al. 2018).
Esta brecha de ingresos entre la clase alta y la clase trabajadora se ve impulsada por el crecimiento diferencial de los ingresos, donde los salarios se estancaron mientras que las ganancias del capital aumentaron. La expansión acelerada del mercado bursátil norteamericano durante este período agravó aún más esta brecha en los años posteriores. En otras partes del mundo, más del 70 % de los hogares en 25 economías capitalistas avanzadas experimentaron una disminución de sus ingresos entre 2005 y 2014, y si bien entre 1993 y 2005 menos de diez millones de personas se vieron afectadas por la disminución de los ingresos en estos países, esta cifra se disparó a 580 millones de personas en el período 2005-2014.[iv] Una década después, en 2024, la situación ha empeorado como consecuencia de la pandemia de la covid-19 y de las crisis asociadas que afectan a la economía capitalista global.
Una profunda sensación de incertidumbre acompaña la preocupación por la desigualdad. Las encuestas muestran que los miembros de las clases media y trabajadora están preocupados por encontrar o conservar un empleo, tener una carrera profesional digna, formar una familia, poder jubilarse tras una vida laboral, entre otras cosas (Saad 2013; GFK Research 2015; Pew Research Center 2015; Rycroft y Kinsley 2021). Estos grupos lamentan la pérdida de esa sensación de seguridad que creían tener, pero que ya no existe.
La insatisfacción pública y el movimiento anti-globalización neoliberal
Para el año 2015 numerosas investigaciones, encuestas y sondeos de opinión pública dieron cuenta de la insatisfacción que expresaban amplios segmentos de la población con respecto a su situación económica, estatus social y perspectivas de futuro (Burkhauser, De Neve y Powdthavee 2015; Hardoon, Fuentes-Nieva y Ayele 2016; Gilens y Page 2014). En este contexto, las campañas políticas de 2016 y 2017, y en particular la votación de 2016 para poner fin a la membresía del Reino Unido en la Unión Europea y la sorprendente victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de EE.UU, se consideraron señales de la “revuelta” contra la globalización neoliberal y su liderazgo. Como lo expresó un comentarista, “en todo el mundo occidental presenciamos el surgimiento de una insurgencia antiélite” (Carswell 2016, 1).
La agenda detrás de estas victorias electorales y protestas se define como populista y reaccionaria (Judis 2016; Kellner 2016; Kivisto 2017; Stokes 2016). Se afirma que es populista porque aparentemente aboga por el bienestar de las masas trabajadoras, sin exigir una alteración sustancial de los acuerdos económicos y sociales que promovieron las condiciones prevalecientes. Esta dimensión contradictoria se hace explícita mediante los llamados a la implementación de medidas proteccionistas y de la intervención estatal para rectificar las consecuencias indeseadas de la evolución de la economía que coexisten con pronunciamientos a favor de la conveniencia de la economía de libre mercado. En consecuencia, el objetivo de mejorar las condiciones socioeconómicas de las clases media y trabajadora se persigue mediante una mayor desregulación de los mercados, el desmantelamiento de los programas de bienestar, la estigmatización de los sindicatos y la implementación de reformas que benefician a la clase alta.
Además, exige un mayor empoderamiento de las corporaciones, ya que el bienestar de los trabajadores y la repatriación de los empleos perdidos a causa de la globalización se consideran funciones del crecimiento de las ganancias corporativas y la competitividad global corporativa. Estas propuestas contradicen la evidencia que muestra que las ganancias corporativas y la competitividad han sido consistentemente altas desde la crisis de 2007-08, las corporaciones son las principales beneficiarias de la globalización neoliberal y el crecimiento económico es impulsado por el crecimiento de nuevas industrias que no forman parte del sector manufacturero tradicional (Harvey 2017; Stiglitz 2017).
Además, las recompras de acciones en lugar de nuevas inversiones han caracterizado el comportamiento corporativo durante este período (Bonanno 2017; Stiglitz 2017; Streeck 2016). Sin embargo, esta agenda es reaccionaria, ya que contiene elementos que han revitalizado los movimientos radicales de extrema derecha que denuncian la democracia como distorsionada e ineficiente, difaman la solidaridad y la cooperación entre grupos sociales, etnias y países, abogan por el racismo, el ultranacionalismo y la xenofobia y justifican soluciones totalitarias a la inestabilidad socioeconómica están todos asociados con esta reacción antiglobalización neoliberal (Kellner 2016; Kivisto 2017).
Sin embargo, el movimiento contra la globalización neoliberal es más complejo que su simple asociación con el populismo y la extrema derecha. Contiene componentes importantes que también expresan la oposición de izquierda y una genuina resistencia anticorporativa. Simbolizadas por la popularidad de Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez en Estados Unidos, y por candidatos con plataformas radicales en muchos otros países, las propuestas progresistas que abogan por la redistribución de la riqueza hacia abajo, la mejora de los servicios sociales y los programas de bienestar, la oposición a las élites financieras y económicas, la reestructuración de la economía global abierta y fuertes medidas de protección ambiental recibieron un amplio apoyo y representaron alternativas tangibles tanto al neoliberalismo como al populismo.
Al explicar la existencia de esta oposición de izquierda al statu quo, Thomas Piketty (2016) sostuvo que una parte significativa de los estadounidenses, tanto del norte como del sur, están cansados de la creciente desigualdad económica y de las ineficaces medidas implementadas para reducirla. Continuó diciendo que desean renovar la agenda progresista y el igualitarismo que la caracterizaba. De manera similar, la oposición de izquierda a la globalización neoliberal ha surgido en otras partes del mundo. En el Reino Unido, el sorprendente voto por el Brexit en 2016 fue seguido por los resultados positivos del Partido Laborista en las elecciones generales de 2017 y 2025. Su crecimiento simbolizó el apoyo a una agenda socialdemócrata y un cambio en el giro centrista de este partido. Además, el sentimiento anti-Brexit acompañó las negociaciones del Brexit en 2019, ya que la extrema derecha radical continúa resistiéndose a las soluciones propuestas a la crisis.
Presentado como un voto populista, el referéndum constitucional a favor del mercado en Italia, de diciembre de 2016, fue derrotado también gracias a la movilización de fuerzas de izquierda que abogaban por el fortalecimiento de los programas de bienestar social y las políticas pro-laborales. A principios de 2019 se introdujeron importantes medidas prolaborales y de bienestar social deficientes a pesar de la oposición de Wall Street y de las élites económicas. La derrota de los partidos de derecha en otras partes de Europa, como Francia y los Países Bajos, demuestra la compleja naturaleza de las protestas contra la globalización neoliberal. Esta oposición de tendencia izquierdista, sin embargo, no disminuye el “neoliberalismo progresista” dominante que caracteriza la posición centrista del Partido Demócrata en Estados Unidos y partidos similares en otros grandes países capitalistas.
Como argumentó Nancy Fraser (2017), el neoliberalismo progresista se refiere a la extraña alianza entre los nuevos movimientos sociales (el feminismo, el antirracismo, los derechos LGBTQ, el multiculturalismo) y sectores poderosos del mundo empresarial como el sector financiero, las altas tecnologías y los medios de comunicación, que proponen la emancipación mediante la aplicación de los mecanismos del mercado y la iniciativa individual. Se refiere a la unión de movimientos que enfatizan la identidad y el derecho a ser diferente de Wall Street, Silicon Valley y Hollywood y una alianza que confunde la corrección política, la responsabilidad corporativa y una moralidad basada en el mercado con la democratización del capitalismo. Surgió como parte de la reestructuración de los partidos y la política de izquierda, ejemplificada por el “movimiento hacia el centro” o la “Tercera Vía” que caracterizó a las administraciones de Bill Clinton en Estados Unidos, Tony Blair en Gran Bretaña en la década de los noventa y la de Barack Obama.
Considerada por algunos pensadores progresistas como la ejemplificación del lado emancipador del neoliberalismo (Prasad 2012), esta alianza no solo contribuyó a la marginación de la clase trabajadora tradicional y los pobres, sino que también creó las condiciones para la transformación de la idea de emancipación en algo susceptible a la continua dominación corporativa. Como sostiene Fraser (2017, 2), “[el neoliberalismo progresista] mezcló [el] ideal truncado de la emancipación con formas letales de financiarización [que] equipararon el término emancipación con el ascenso de una pequeña élite de mujeres talentosas, minorías y homosexuales en la jerarquía corporativa donde el ganador se lo lleva todo, en lugar de con la abolición de esta última”.
El capitalismo en la era de la reacción populista: el capitalismo autoritario está en auge
En el contexto destacado anteriormente, resulta particularmente problemático el ascenso de fuerzas populistas de derecha que expresan una poderosa corriente autoritaria que señala la crisis del neoliberalismo y la democracia liberal.[v] Los populistas de derecha se oponen a la libre circulación de capitales, empleos y, especialmente, de personas a través de las fronteras nacionales, y a menudo atacan la globalización. Al promover el nacionalismo etnorracial, los populistas de extrema derecha prometen defender los privilegios de los grupos religiosos, étnicos o raciales dominantes que temen el desplazamiento y favorecen una fuerte cultura patriarcal. A menudo se han visto influenciados por la filosofía política protofascista de la era de Weimar de Carl Schmitt, que fue revivida por la nueva derecha francesa de finales del siglo XX y difundida por internet (Antonio 2019). Schmitt abogó por un nacionalismo militarizado unificado por una “claridad concreta” compartida con respecto a los “enemigos” comunes, internos y externos, que animan la identidad política colectiva.
Al estilo schmittiano, los pensadores de extrema derecha combinan críticas de tono progresista a la comunidad erosionada, al capitalismo de libre mercado, al consumismo, al individualismo posesivo, a la homogeneización cultural y a la despolitización, con virulentos ataques a la democracia liberal, al igualitarismo, a los derechos humanos, al multiculturalismo y a la inmigración. Sostienen que el nacionalismo etnorracial es necesario para preservar la identidad coherente, la solidaridad social y la particularidad cultural (Antonio 2000; De Benoist y Champetier 2012; Schmitt [1932] 1996). La inmigración indocumentada, el terrorismo, la desigualdad económica extrema, la corrupción política y la parálisis que erosionaron la legitimidad democrática, han proporcionado un terreno fértil para el resurgimiento de Schmitt y para el auge del populismo de extrema derecha. Si bien ha alcanzado presencia en la esfera pública y legitimidad parcial a través de la política electoral, el populismo de derecha no ha desplazado a los regímenes neoliberales nacionales ni al sistema global. Sin embargo, ha intensificado la desconfianza en las instituciones democráticas liberales y se está convirtiendo en una seria amenaza para el régimen neoliberal, especialmente en etapas de crisis económica y social cuando la inestabilidad es alta.
La elección de Trump a la presidencia en 2016 y de nuevo en 2024 constituye un rotundo repudio al neoliberalismo progresista con tintes autoritarios. Su primera campaña en 2016 se enfrentó directamente a las facetas progresistas de la administración Obama, lo que sentó las bases para un cambio de rumbo aún más profundo en su segunda campaña de 2024 contra la administración Biden. Tras su segunda victoria, Trump desató un ataque masivo contra el Estado neoliberal para desmantelar las instituciones del orden neoliberal y revertir el rumbo hacia una dirección autoritaria de extrema derecha, allanando el camino hacia un Estado neofascista represivo.
El populismo de derecha surge del capitalismo neoliberal y desvía los esfuerzos para abordar los problemas fundamentales del régimen. Cabe destacar que los ataques del presidente Trump a la prensa, la erosión del estado de derecho y los procedimientos democráticos, el nepotismo, las mentiras descaradas, el rechazo a las políticas basadas en la ciencia y los hechos y otras prácticas corruptas, han sido reportados diariamente en la prensa general junto con artículos de opinión que advierten sobre el debilitamiento de la democracia liberal y el autoritarismo emergente, tanto por parte de expertos liberales como conservadores. Además, existen indicios de que los partidarios de Trump tienen inclinaciones autoritarias y de que el apoyo general a la democracia liberal está disminuyendo (Applebaum 2021; Smith y Hanley 2018; Mounk 2018).
La administración Trump y de otros líderes populistas electos en democracias liberales convergen con otros regímenes autoritarios (por ejemplo, el putinismo en Rusia). El peligro inmediato del populismo de derecha es que tiene afinidad con, y ya es en proceso de crear, un capitalismo autoritario que conserva las políticas neoliberales, pero abandona la democracia liberal. El filósofo neoliberal Hayek apoyó y asesoró con fervor la dictadura de Pinochet en Chile, y él y otros neoliberales afirmaron que los regímenes autoritarios con libre mercado podían transformarse en regímenes democráticos liberales.
Los pensadores del libre mercado, como Hayek, temen a las democracias deliberativas y desconfían incluso de las democracias de masas más débiles, ya que instituyen políticas regulatorias y redistributivas que frenan el libre mercado y, por lo tanto, amenazan con socavar lo que consideraba el motor de todo progreso humano y la raíz de toda libertad. Dado el debilitamiento de la democracia liberal, las tendencias plutocráticas y la ausencia de un poder de contrapeso de izquierdas a las élites capitalistas, la crisis del régimen neoliberal y de su globalización podría derivar en una versión autoritaria de los mismos sin instituciones democráticas efectivas. Muchos críticos de la administración Trump sostienen que la transición autoritaria es una amenaza seria o que ya está en auge.
La globalización neoliberal se creó para restaurar el crecimiento económico estancado de la posguerra mediante el retorno a las políticas de libre mercado. Especialmente en las principales naciones angloparlantes lideradas por Estados Unidos, el régimen político neoliberal y la ideología de libre mercado se han mostrado muy resistentes al cambio, no solo debilitando la oposición política, sino también empobreciendo la imaginación política. De ahí que la declaración de Margaret Thatcher de que “no hay alternativa”, y la convergencia entre izquierda y derecha hayan sido realidades persistentes. La globalización neoliberal está plagada de profundas contradicciones que no pueden resolverse dentro de su marco, ni siquiera para el capitalismo per se, tal como lo conocemos. Dos enormes problemas, cada vez más graves, plantean interrogantes especialmente graves. En primer lugar, como anticipó Marx, la expansión global del capitalismo, combinada con la racionalización y la automatización acelerada de la producción, crea un ejército de reserva en constante expansión de desempleados y subempleados que se manifiesta en una enorme fuerza laboral contingente en los países recientemente industrializados y en la erosión de la clase trabajadora de ingresos medios en los ricos. Milanovic (2016) sostiene que esta tendencia continuará y probablemente generará importantes inestabilidades políticas.[vi]
Con la continua globalización y la expansión de las relaciones productivas capitalistas, la fuerza laboral mundial seguirá creciendo. Impulsada por la falta de políticas de redistribución del ingreso y por las fuerzas polarizadoras de la riqueza del capitalismo de mercado, la incorporación de grandes segmentos de la población mundial a la fuerza laboral capitalista global señala no solo el crecimiento de una clase trabajadora empobrecida y políticamente débil, sino también la eliminación de las formas de subsistencia precapitalistas para estos trabajadores. En segundo lugar, la masiva expansión global del capitalismo impulsada por la globalización neoliberal y su imperativo de crecimiento hipertrofiado han generado profundos problemas ecológicos que impactan a todo el planeta.
El capitalismo global ya se está topando con un muro ambiental: una barrera absoluta al crecimiento exponencial prometido por la mitología liberal del mercado, según la cual los humanos carecen de las limitaciones biofísicas para el crecimiento de todas las demás especies. La amenaza ecológica más peligrosa, el cambio climático, ha tenido enormes impactos, con un aumento de aproximadamente un grado Celsius en la temperatura atmosférica global. La quema de carbono, sin cambios, probablemente resultará en un aumento de tres o cuatro grados Celsius o más, y una catástrofe segura. Algunos científicos sostienen que ya han comenzado cambios irreversibles que podrían producir una contracción económica, grandes crisis alimentarias e hídricas, inundaciones en ciudades costeras y otros graves impactos que amenazarán la civilización y el planeta tal como los conocemos y que son inevitables sin cambios fundamentales (Hanson et al. 2013).
Conclusiones
La incapacidad de la globalización neoliberal y de su ideología para abordar estas contradicciones fundamentales es la raíz de su crisis, que, sin embargo, el trumpismo y el populismo de derecha tampoco pueden abordar. Sus medidas de proteccionismo económico, aislacionismo político y control represivo de los flujos globales de mano de obra contradicen no solo los principios democráticos fundamentales, sino también las exigencias del capitalismo global y su forma de acumulación de capital. En consecuencia, se enfrentan a la oposición de fuerzas progresistas y corporativas por igual.[vii] Sin embargo, la izquierda política ha perdido gran parte de su atractivo electoral, ya que las propuestas socialdemócratas no ofrecen soluciones satisfactorias a la globalización neoliberal, a la polarización de la riqueza y los ingresos, ni al empeoramiento de las condiciones económicas de las clases trabajadoras y medias. En este contexto, y a nivel mundial, un número significativo de votantes tradicionalmente de izquierdas han optado por apoyar a partidos de protesta, ya que sus líderes políticos han sido incapaces de forjar alternativas atractivas.
Este voto de protesta ha permitido al segundo mandato de Trump iniciar un ataque aún más severo contra la democracia. Alegando un mandato popular para gobernar, Trump redujo las libertades civiles, eliminó las normas que protegían los derechos de género y raciales, deportó a decenas de inmigrantes sin el debido proceso legal, se resistió e ignoró las órdenes judiciales, suprimió el acceso al voto, desmanteló agencias federales y eliminó las regulaciones ambientales. Simultáneamente, inició una guerra comercial que paralizó la economía mundial, prometiendo una grave recesión, una inflación desorbitada y el empeoramiento de las condiciones de vida de las clases media y trabajadora, a la vez que otorgaba enormes exenciones fiscales a los más ricos. Estas acciones ponen de relieve la naturaleza represiva del populismo de derecha y el posible auge del fascismo en Estados Unidos y en otros países democráticos. Por tanto, es crucial oponernos a ellas uniendo y movilizando a todas las fuerzas prodemocráticas.
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Notas
[i] En el manifiesto comunista, Marx y Engels (1998, 39) escriben: “la necesidad de un mercado en constante expansión para sus productos persigue a la burguesía por toda la superficie del globo. Debe anidar en todas partes, establecerse en todas partes, establecer conexiones en todas partes”.
[ii] La tesis de que los Estados Unidos sigue siendo el regulador del capitalismo global es propuesta por una gran cantidad de publicaciones que apoyan la teoría del “imperio”, por ejemplo, Hardt y Negri (2001); Harvey (2003); Panitch y Gindin (2013); Berberoglu (2023).
[iii] En los Estados Unidos se produjo la virtual nacionalización de instituciones financieras y corporaciones manufactureras que durante unos meses fueron administradas por funcionarios de la administración Obama.
[iv] Esta situación acentúa aún más la conexión entre el crecimiento de la desigualdad y la implementación de medidas neoliberales. Posiblemente el análisis más completo de esta situación sea el propuesto por el economista francés Tomas Piketty (2014). Su investigación explora la relación entre la acumulación de capital y la distribución de la riqueza y, específicamente, si el crecimiento del capitalismo concentra la riqueza en manos de unos pocos, como sostienen las tradiciones marxistas y radicales, o si, mediante la competencia y el progreso tecnológico, reduce la desigualdad y genera una mayor armonía entre las clases, como argumentan los neoliberales. Responde a esta pregunta mediante el análisis de datos que abarcan tres siglos de distribución de la riqueza en más de 20 países, y concluye inequívocamente que el capitalismo aumenta la concentración de la riqueza. Sin embargo, más importante aún, sostiene que esta tendencia puede, y ha sido, alterada. En particular, documenta la reducción de la desigualdad promovida por las políticas de redistribución de la riqueza generadas por las dos guerras mundiales y el fordismo, y el consiguiente crecimiento de la desigualdad a nivel mundial tras la implementación del neoliberalismo. Además, documenta que la expansión del capitalismo privilegia estructuralmente el crecimiento de la riqueza por encima de los salarios, contradiciendo la idea neoliberal sobre el fortalecimiento de la meritocracia que supuestamente promueve el funcionamiento del sistema capitalista.
[v] Los éxitos electorales de Javier Milei (Argentina), Sebastian Kurz (Austria), Andrzej Duda (Polonia), Victor Orbán (Hungría) y el ascenso al poder de Marine Le Pen (Francia), Geert Wilders (Países Bajos), Matteo Salvini y Giorgia Meloni (Italia) y Nigel Farage (Reino Unido), y sobre todo la reelección de Donald Trump en Estados Unidos, demuestran el auge de del populismo de derecha y de sus partidos. Líderes nacionalistas y autócratas como Vladimir Putin (Rusia), Xi Jinping (China), Narendra Modi (India), Rodrigo Duterte (Filipinas) y Recep Tayyip Erdoğan (Turquía) también son indicativos de la poderosa corriente autoritaria que prevalece en todo el mundo (Berberoglu 2021).
[vi] Milanovic (2016, 214-217) sostiene que las naciones ricas seguirán avanzando hacia una sociedad de dos clases: la de los muy ricos y la de los diversos estratos que los sirven. Sostiene que el creciente uso de la robótica y la creciente sobreoferta de personas con un alto nivel educativo reducirán la demanda de mano de obra y convertirán los antecedentes familiares y la suerte en factores clave que determinan la ubicación socioeconómica. Su argumento coincide con el de Piketty sobre el auge de una sociedad rentista.
[vii] El enfrentamiento entre los antiguos aliados políticos Donald Trump y Elon Musk es uno de los ejemplos más recientes de cómo las políticas de un Gobierno populista autoritario y los intereses de las grandes corporaciones están en conflicto. Las corporaciones no solo favorecen el libre mercado y la capacidad de explotar a la mano de obra débil, sino que también requieren el apoyo financiero del Gobierno.