Eutopía. Revista de Desarrollo Económico Territorial N.° 27, julio 2025, pp. 107-1

ISSN 13905708/e-ISSN 26028239

DOI: 10.17141/eutopia.27.2025.6540

 

Territorios campesinos en resistencia: la experiencia de la finca agroecológica de Asopasquillita, Colombia

Peasant Territories in Resistance: The Agroecological Farm Experience of Asopasquillita, Colombia

 

Nasly Tatiana García Briñez. Licenciada en Ciencias Sociales. Estudiante de Doctorado en Ciencias Agropecuarias de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Auxiliar de investigación del Instituto de Investigaciones Gino Germani (IIGG), Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Argentina;

https://orcid.org/0009-0003-4468-4440; nasly.1018@hotmail.com / nagarcia@agro.uba.ar

Recibido: 09/05/2025  Aceptado: 27/06/2025

Publicado: 04/07/2025

Resumen

La defensa de los territorios se ha convertido en una estrategia central para las comunidades rurales en Colombia frente a las presiones históricas que transforman sus dinámicas sociales, económicas, culturales y ambientales. En este artículo se examinan las prácticas de resistencia territorial impulsadas por la Asociación de Campesinos para el Desarrollo Sostenible de la vereda Pasquillita, localizada en el área rural de Bogotá, frente a la expansión urbana, las políticas de desarrollo rural excluyentes y la precarización de la vida campesina. Con una metodología cualitativa y etnográfica –basada en entrevistas en profundidad, observación participante y análisis de documentos comunitarios y oficiales–, se analiza cómo dicha organización articula estrategias de reexistencia que integran la asociatividad, la educación rural, la agroecología, el ambiente y las dinámicas de género e identidad. Se argumenta que estas prácticas permiten disputar las lógicas dominantes del desarrollo, al tiempo que configuran formas alternativas de habitar y sostener la vida desde la perspectiva de la soberanía alimentaria. El estudio contribuye a los debates sobre las ruralidades contemporáneas como espacios en disputa, donde emergen sujetos colectivos que construyen sentidos, saberes y prácticas para fortalecer modelos de vida más autónomos, sustentables y anclados en sus territorios, en un contexto de tensiones crecientes generadas por la globalización.

Palabras clave: acciones colectivas, campesinado, defensa territorial, lideresas campesinas, soberanía alimentaria.

 

Abstract

Territorial defense has become a central strategy for rural communities in Colombia in response to historical pressures that reshape their social, economic, cultural, and environmental dynamics. This article examines the territorial resistance practices promoted by the Association of Peasants for Sustainable Development of the Pasquillita village (Asopasquillita), located in the rural area of Bogotá, in the face of urban expansion, exclusionary rural development policies, and the increasing precariousness of peasant life. Drawing on a qualitative and ethnographic methodology—based on in-depth interviews, participant observation, and analysis of both community and official documents—this study analyzes how Asopasquillita articulates strategies of re-existence that integrate associativity, rural education, agroecology, environmental stewardship, and dynamics of gender and identity. It argues that these practices enable a contestation of dominant development logics, while also shaping alternative ways of inhabiting and sustaining life from a Food Sovereignty perspective. This study contributes to current debates on contemporary ruralities as contested spaces, where collective subjects emerge to construct meanings, knowledge, and practices aimed at fostering more autonomous, sustainable, and territorially rooted ways of life, within a context of increasing tensions generated by globalization.

Keywords: collective actions, peasantry, territorial defense, peasant leaders, food sovereignty.

 

Introducción

El capitalismo, en cuanto sistema-mundo, se autoimagina y se proclama sin límites, expandiéndose progresivamente sobre la naturaleza a través de la sobreexplotación, especialmente por medio del extractivismo (Betancourt y Gonçalves 2017). Este proceso genera diversas dinámicas de desterritorialización que afectan a hombres y mujeres, los espacios de vida, los saberes, las prácticas, las tradiciones, las simbologías y las identidades, las construcciones con la tierra y el territorio, ya sea habitado, soñado o imaginado.

De hecho, la desterritorialización, más que simples desplazamientos o deslocalización, implica un proceso de exclusión socioespacial (Haesbaert 2011). Este fenómeno es impulsado principalmente por un sistema económico totalizante. En este contexto, la relación espaciotemporal de la sociedad se vuelve considerablemente más compleja, ya que está marcada por múltiples formas de organización territorial. En este sentido, se intensifica la desterritorialización, la reterritorialización y la multiterritorialidad (Haesbaert 2014).

Frente a este panorama, es posible observar cómo el sistema agroalimentario actual, sustentado en agronegocios y en la expansión de fronteras agrícolas, sobreexplota recursos naturales y desplaza producciones locales (Gras y Hernández 2015). Este modelo ha sustituido las producciones locales y familiares por cultivos orientados a la exportación, los cuales, por lo general, no están destinados al consumo humano directo. En su lugar, se comercializan en mercados volátiles como materias primas para la alimentación animal o para la producción de biocombustibles (Otero 2013), lo que genera procesos de inseguridad alimentaria en los países del llamado tercer mundo. De hecho, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) reconoce que la inseguridad alimentaria ha aumentado en las últimas décadas y se ha profundizado la pobreza, la marginalización y la desigualdad entre las poblaciones (FAO 2011).

Ante este escenario, diversas comunidades, organizaciones y movimientos sociales están llevando adelante procesos de defensa de los territorios rurales, campesinos, indígenas, afrodescendientes, entre otros. Un referente importante en estas luchas es Vía Campesina, un movimiento internacional que agrupa a millones de campesinos, trabajadores sin tierra, indígenas, pastores, pescadores, trabajadores agrícolas, migrantes, pequeños y medianos agricultores, mujeres rurales y jóvenes de todo el mundo. A través de sus reivindicaciones defiende la agricultura campesina y su rol para alcanzar la soberanía alimentaria (Vía Campesina 2022). En sus luchas, se plantea la necesidad de cuestionar cómo, para qué, qué, quiénes y para quiénes se producen los alimentos, con el fin de reorientar el sistema alimentario hacia principios de igualdad de género, agroecología y solidaridad (Vía Campesina 2021, 2022).

Si bien la Asociación de Campesinos para el Desarrollo Sostenible de la vereda Pasquillita (Asopasquillita) no forma parte de Vía Campesina, sus procesos de defensa del territorio y su enfoque en la soberanía alimentaria coinciden con los principios fundamentales de esta organización, lo que refleja la diversidad de enfoques dentro de los movimientos rurales y agrarios que luchan por la justicia social y ambiental. En el artículo se presenta la experiencia de Asopasquillita, una asociación campesina del área rural de la ciudad de Bogotá, Colombia, que desde hace más de 20 años ha desarrollado diversas prácticas para defender su territorio y asegurar la soberanía alimentaria a través de la agroecología y de otras acciones colectivas.[i]

Frente a los retos y presiones que enfrenta el campesinado en un contexto de urbanización acelerada y de políticas agroalimentarias externas que presionan sus territorios, la asociación ha implementado estrategias clave entre las que se encuentran el sostenimiento de su finca agroecológica, los proyectos pedagógicos de educación rural y el aula ambiental. Estas iniciativas buscan mejorar la calidad de vida del campesinado local, planteando una pregunta fundamental: ¿cómo pueden las comunidades rurales resistir las presiones sobre sus territorios y redefinir un modelo de vida autónomo y sostenible en un contexto de creciente urbanización y globalización de los mercados? En este sentido, el presente artículo se sitúa en los debates sobre globalización, reconociendo la forma en que los procesos globales –económicos, productivos y culturales– reconfiguran los territorios rurales y generan tensiones que son enfrentadas desde lo local a través de estrategias de resistencia y reexistencia.

Para la recolección de la información se empleó una metodología cualitativa con enfoque etnográfico, priorizando las perspectivas de los actores del territorio y su visión sobre las prácticas, saberes, luchas y reivindicaciones locales. Se utilizaron diversas herramientas, la observación participante, entrevistas, registros fotográficos y análisis de documentos, con el objetivo de capturar las voces y experiencias de los actores en su contexto territorial. El trabajo de campo se llevó a cabo durante los años 2018, 2019 y 2021, y se centró en líderes y lideresas del sector campesino que forman parte de la asociación, en estudiantes, docentes y habitantes de la vereda[ii] y de otras zonas cercanas que comparten problemáticas territoriales similares. Además, se consultaron registros oficiales de la alcaldía local, del hospital de la localidad (que aborda problemáticas socioterritoriales y de salud) y documentos vecinales elaborados por los habitantes de la zona.

En las cuatro secciones que siguen a esta introducción se presenta la forma en que Asopasquillita ha desarrollado una serie de acciones colectivas que le han permitido fortalecer y consolidar su organización de base campesina. En primer lugar, se exponen algunas consideraciones teóricas sobre el actual sistema agroalimentario y sus implicaciones para las comunidades campesinas. A continuación, se realiza una breve contextualización sobre el surgimiento de la asociación. Luego, se analizan las prácticas y estrategias de Asopasquillita en defensa de su territorio rural, con especial énfasis en la experiencia de la finca agroecológica como motor de la soberanía alimentaria. Finalmente, se presentan algunas conclusiones.

 

Tensiones e impactos del sistema agroalimentario en el campesinado actual

La globalización capitalista ha reconfigurado profundamente las dinámicas agrarias, territoriales y alimentarias en América Latina. En el marco de este proceso, las zonas rurales han sido integradas de manera subordinada al mercado global mediante políticas de apertura comercial, tratados internacionales y la financiarización de los bienes comunes. Este fenómeno, lejos de ser un proceso neutral, responde a intereses económicos transnacionales que impulsan lógicas productivistas, extractivistas y de acumulación, generando nuevas formas de dependencia y de desigualdad en los territorios.

En el ámbito agroalimentario, la globalización se manifiesta por medio de la consolidación de un modelo agroindustrial orientado a la exportación, controlado por grandes corporaciones multinacionales, que promueve la sustitución de la agricultura familiar, diversificada y a pequeña escala por monocultivos intensivos, con alto uso de agroquímicos y de tecnologías estandarizadas. Esta dinámica transforma radicalmente los sistemas de producción y los regímenes alimentarios, desconectando la producción de alimentos de las necesidades locales y culturales de las comunidades.

Así, la expansión de este modelo agroalimentario hegemónico no solo implica una transformación estructural de la economía rural, sino que también constituye un proceso de reordenamiento territorial a escala global donde los territorios campesinos son funcionales a los intereses del capital transnacional. Este fenómeno –analizado por diversos autores, entre ellos McMichael (2009), Teubal (2001) y Escobar (2014)– ha dado lugar a formas de desposesión, desestructuración social y pérdida de soberanía sobre los territorios y los alimentos.

En este contexto, en el presente artículo se examinan las implicancias de estas transformaciones para los países latinoamericanos, profundizando en cómo se expresa esta lógica global en las configuraciones socioproductivas regionales. También se aborda la manera en que estos impactos globales son experimentados y enfrentados desde lo local, a partir del caso Asopasquillita, cuya experiencia permite comprender la escala micro de las resistencias campesinas frente a los efectos de la globalización neoliberal.

La implementación del proyecto modernizador, el fenómeno de la globalización y el avance del capitalismo, han generado transformaciones en la estructura socioproductiva de los países latinoamericanos, impulsadas por el modelo agroindustrial que predomina en la actualidad (Teubal y Rodríguez 2002). En este contexto, el agronegocio se convierte en una estrategia de las empresas multinacionales, apoyada por los Estados, para privatizar las zonas rurales naturalmente productivas. Este proceso implica el reemplazo de la agricultura familiar diversificada (Craviotti 2014) por grandes monocultivos que no responden a las necesidades de las comunidades y de las regiones.

Silvetti (2021) señala que la homogenización de las prácticas productivas agroindustriales centradas en monocultivos de exportación ha generado una pérdida irreparable de biodiversidad, degradación de la fertilidad de los suelos y una menor calidad y diversificación de los alimentos destinados al consumo humano, resultado del acaparamiento de tierras destinado a la producción a gran escala (Rodríguez 2010). Se trata de impactos que forman parte de un proceso de acumulación por desposesión (Harvey 2005), que contrasta con las dinámicas tradicionales de acumulación expansiva del capital. Este modelo, además, ha fomentado la mercantilización y privatización de la tierra, provocando fenómenos de expulsión y procesos de desterritorialización de comunidades rurales (Haesbaert 2013), al tiempo que intensifica la sobreexplotación de los recursos naturales y bienes comunes que profundizan desigualdades socioambientales[iii] en los territorios afectados.

Durante las últimas décadas América Latina ha experimentado una expansión del afán desarrollista, caracterizada por la implementación de marcos y estrategias orientados a modernizar los actores agrarios y rurales y a industrializar el manejo de los recursos naturales (Méndez Sastoque 2020). Para comprender el escenario actual de las sociedades latinoamericanas es pertinente retomar el concepto de consenso de los commodities, que hace referencia a la inserción de la región en un nuevo orden económico, político e ideológico, impulsado por el auge de los precios internacionales de materias primas y bienes de consumo demandados por los países centrales. Este fenómeno conlleva la aceptación de nuevas asimetrías y desigualdades ambientales y políticas por parte de las naciones de la región, en el contexto del nuevo orden geopolítico (Svampa 2012) que resulta funcional al proceso de acumulación de capital (Navarro 2017).

El intercambio desigual elevó los precios de los commodities y reprimarizó las economías latinoamericanas, generando una grave pérdida de soberanía alimentaria (Svampa 2012). Según Zibechi (2017), esta reconfiguración inauguró un colonialismo del siglo XXI –con expropiación y desplazamiento masivo de comunidades rurales– y un capitalismo sin proletarios que impone subordinación estructural y limita la ciudadanía de las clases populares.

El proceso de agroindustrialización neoliberal ha intensificado la división internacional del trabajo agrícola, generando transformaciones estructurales en los sistemas alimentarios y en los patrones dietarios de la sociedad (McMichael 1997, 2009; Friedman 1993; Teubal 2001). Esta transformación afecta profundamente la producción, comercialización y distribución de alimentos en un contexto de globalización. En América Latina, este fenómeno se ha materializado a través de la expansión del agronegocio, de la reprimarización de las economías y de la consolidación de un modelo extractivo-exportador que redefine el uso del suelo y los regímenes alimentarios con el objetivo de aumentar la producción mundial de alimentos (Altieri 2001; Teubal 2001, 2006). Estas dinámicas, impulsadas por políticas de liberalización económica, desregulación estatal y apertura a inversiones extranjeras, han promovido la privatización de bienes comunes, profundizado la dependencia alimentaria (Teubal 2001; Barri y Wahren 2010) y los desplazamientos de formas campesinas y de producciones alternativas en los territorios (Altieri y Toledo 2011).  

La globalización alimentaria no debe considerarse un proceso neutral, sino un proyecto político-económico que transforma las relaciones entre producción, distribución y consumo de alimentos, subordinándolas a la lógica del capital. Así, en América Latina, la conformación de un sistema agroalimentario controlado por grandes corporaciones transnacionales, junto con la implementación de políticas de ajuste estructural y de liberalización económica, ha incidido de manera decisiva en las transformaciones actuales del mundo rural. Estas dinámicas han dado lugar a nuevas formas organizativas, estructuras y tendencias que están reconfigurando profundamente las realidades rurales de la región (Teubal 2001).

Los factores previamente analizados han intensificado la crisis alimentaria generada por el sistema agroalimentario contemporáneo, que prioriza la producción masiva de commodities para la exportación en detrimento de los cultivos destinados al abastecimiento local y de la seguridad alimentaria (Svampa 2011). Este modelo ha marginado al campesinado y debilitado sus sistemas productivos tradicionales, lo cual se ve reflejado en las políticas de los Gobiernos, entre ellos el de Colombia, que favorecen a las agroindustrias mediante incentivos para proyectos a gran escala, mientras las políticas para fortalecer la agricultura familiar y los modelos ecológicamente sustentables son insuficientes o inexistentes. En Colombia, este enfoque neoliberal se consolidó a través de acuerdos comerciales, especialmente por el tratado de libre comercio, poniendo en riesgo la sostenibilidad de la producción indígena, campesina y afrodescendiente. A pesar de la fuerte tradición agraria del país, estas políticas han debilitado los derechos de las comunidades para decidir qué, cómo y para quién se producen los alimentos.

Especialmente en Bogotá, las zonas rurales han sido invisibilizadas por las políticas públicas, acumulando décadas de desatención de proyectos de vida y dinámicas productivas de quienes habitan diferentes localidades: Usme, Suba, Sumapaz, Chapinero y Ciudad Bolívar. En efecto, la política pública rural estuvo regida por el Decreto 327 de 2007 durante más de una década, sin actualizaciones sustanciales ni respuestas a las transformaciones y demandas del territorio rural. Solo recientemente, con la expedición del Decreto 401 de 2021, se ha intentado establecer una nueva hoja de ruta para el reconocimiento y fortalecimiento del campesinado en la ciudad, aunque persisten tensiones y limitaciones en su implementación.

El presente artículo se centra en Asopasquillita, ubicada en la zona sur rural de Ciudad Bolívar, pues constituye un caso emblemático de resistencia campesina y de defensa del territorio rural. Esta organización comunitaria se ha convertido en un espacio de acción colectiva frente a las desigualdades estructurales y las presiones externas que afectan a las zonas rurales. A través de diversas estrategias y prácticas de reexistencia, Asopasquillita no solo busca proteger su territorio, sino también mejorar las condiciones de vida de las personas que habitan en este territorio y fortalecer su identidad campesina frente al modelo hegemónico que prioriza la urbanidad de la ciudad.

 

De la escuela a la organización campesina: en defensa del territorio rural

En la actualidad, las zonas rurales enfrentan múltiples desafíos derivados de las nuevas configuraciones sociales, políticas y económicas. En América Latina, la cuestión agraria ha estado fuertemente influenciada por programas de desarrollo orientados a incrementar la productividad, en respuesta a las exigencias de un mercado global cada vez más competitivo. El neodesarrollismo aplicado al ámbito agrícola ha contribuido a una creciente polarización entre grandes y pequeños productores, acentuando las brechas de desigualdad y precarizando las condiciones de la agricultura familiar campesina.

Diversos movimientos sociales y alimentarios a nivel global han señalado las limitaciones estructurales del modelo de seguridad alimentaria para garantizar de forma efectiva el derecho a una alimentación saludable, culturalmente adecuada y ecológicamente sustentable. La alternativa que proponen es la soberanía alimentaria, un enfoque político y ético que busca rediseñar los sistemas alimentarios desde una perspectiva democrática, participativa y territorial (Micarelli 2018). En Bogotá, aunque existen iniciativas que buscan acercar los productores rurales a los consumidores urbanos –el mercado campesino, indígena, afrodescendiente y de otras etnias que se realiza anualmente en la Plaza de Bolívar en cumplimiento del Acuerdo 455 de 2010–, estas acciones resultan aún mínimas frente a la magnitud y la diversidad territorial de la ciudad y sus más de siete millones de habitantes.

A pesar de su valor simbólico y político, este tipo de mercados son insuficientes para consolidar circuitos alternativos de comercialización y de mayor escala. Si bien en los últimos años se han promovido espacios institucionales para visibilizar la ruralidad y fomentar la producción agroecológica, las políticas públicas distritales han sido históricamente fragmentadas, intermitentes o rezagadas. Esta débil institucionalidad ha dificultado la consolidación de estrategias integrales que fortalezcan los medios de vida rurales y que garanticen la permanencia del campesinado en sus territorios.

En el área rural de Ciudad Bolívar, Bogotá, múltiples factores amenazan la reproducción social y las condiciones de vida de las comunidades campesinas en respuesta a la expansión urbana y al urbanismo informal e ilegal en áreas ambientalmente protegidas, fenómenos impulsados por el crecimiento demográfico y por el déficit habitacional en el área urbana. Además, el territorio rural enfrenta desafíos asociados al desarrollo de proyectos y parques minero-industriales que explotan intensivamente el suelo y el subsuelo, al uso excesivo de agroquímicos para la producción masiva y a la problemática de los residuos sólidos. Este último factor resulta crítico, ya que los desechos generados en la zona urbana se depositan en el relleno sanitario Doña Juana, lo que impacta negativamente grandes áreas rurales que eran destinadas a la producción de alimentos. Esta situación no solo vulnera el entorno natural, también afecta la seguridad alimentaria, la salud y el bienestar de las personas que habitan estos territorios.

En este contexto, el territorio se configura en un espacio vital para los campesinos y las campesinas, debido a su rol de medio de subsistencia material y de lugar de reproducción cultural, organizativa y política. Desde allí, defienden sus formas de vida, trabajo y organización, y construyen estrategias colectivas para hacer frente al sistema agroalimentario dominante y a las múltiples presiones impuestas por la sociedad contemporánea. La lucha por el territorio ha dado lugar a procesos de reconfiguración identitaria y organizativa del campesinado que trascienden la mera reivindicación de la tierra para incorporar la defensa de los bienes comunes, la preservación de sus saberes y valores culturales y el cuestionamiento de las relaciones de poder que históricamente los han subordinado.

En cuanto categoría de análisis, el territorio ha sido un término ampliamente desarrollado desde diversas corrientes geográficas y desde otras disciplinas entre las que destacan la ciencia política y la antropología (Haesbaert 2011). En su rol de espacio construido social e históricamente (Sosa 2012), el territorio se configura a través de relaciones sociales, económicas, culturales y de poder y mediante prácticas y expresiones materiales y simbólicas que aseguran la apropiación y la permanencia en un lugar determinado. Estos procesos de identificación y representación (Montañez y Delgado 1998) destacan la imposibilidad de definirlo o comprenderlo desde un único enfoque teórico ya que está en constante reinterpretación, reflejando las dinámicas sociales y culturales que lo atraviesan (Sosa 2012). El territorio es un espacio de poder donde la acumulación por desposesión redefine dinámicas locales y globales (Montañez y Delgado 1998; Harvey 2005). Esta realidad geosocial en constante transformación exige nuevas formas de organización territorial para responder a estas dinámicas de poder y acumulación.

En ese sentido, corporaciones transnacionales del sector agroalimentario y biotecnológico –por ejemplo, Monsanto, Bayer, Syngenta, etc.–, con el respaldo de los Estados nacionales, amplifican los impactos negativos del modelo de producción y acumulación capitalista. Estos efectos recaen principalmente sobre grupos históricamente marginados –las comunidades campesinas e indígenas– que resultan excluidos de las nuevas geografías de acumulación y condenados a paisajes de despojo definidos por el orden neoliberal global (Vallejo, Zamora y Sacher 2019). Esta lógica de territorialización desigual configura lo que se denomina zonas de sacrificio (Vallejo, Zamora y Sacher 2019), donde el deterioro ambiental, la precarización de la vida y la pérdida de soberanía se convierten en condiciones estructurales. Frente a este escenario, distintos grupos han desplegado estrategias para preservar sus modos de vida tradicionales, resistiendo los impactos de la globalización y las dinámicas transnacionales mediante la organización de nuevos movimientos sociales, campañas de incidencia, políticas de oposición y formas de activismo territorial (Escobar 2014; Vallejo, Zamora y Sacher 2019).

En un contexto marcado por la intensificación de la globalización neoliberal, las resistencias territoriales adquieren un nuevo significado como respuestas situadas frente a procesos transnacionales de desposesión y reconfiguración del espacio rural. Estas resistencias constituyen expresiones concretas frente al avance del capital global sobre los territorios y permiten visibilizar prácticas colectivas de defensa y reconstrucción del tejido comunitario.

En ese marco, estos nuevos movimientos sociales en la nueva política de la naturaleza desempeñan una doble función. Por un lado, buscan estrategias productivas alternativas, y por otro, resisten cultural y políticamente frente a las nuevas formas de intervención capitalista. Según Routledge (1996) citado en Oslender (2002), la resistencia dentro del marco de los movimientos sociales no es completamente autónoma, sino que siempre se percibe y se actúa en relación con prácticas de dominación, explotación o sujeción.

Es importante mencionar que lo que a menudo se considera resistencia, no necesariamente implica una oposición frontal, sino que puede abarcar otros aspectos. Entre ellos, los esfuerzos de las comunidades locales por agruparse, organizarse, lograr reconocimiento, hacer visibles sus narrativas históricamente subalternizadas, democratizar procesos sociales y políticos o negociar los términos de su integración al mercado y a la globalización, en un contexto de múltiples restricciones (Vallejo, Zamora y Sacher 2019).

En los conflictos por el territorio, la construcción de territorialidades adquiere nuevas resignificaciones y valoraciones que contrastan con las visiones homogeneizantes y excluyentes promovidas por Gobiernos y empresas transnacionales. Frente a este escenario, los movimientos de resistencia adoptan formas diversas: algunos se posicionan desde perspectivas anticapitalistas, antiimperialistas y contrahegemónicas, mientras que otros, sin rechazar por completo el mercado, proponen alternativas al modelo extractivista, entre ellas las agriculturas familiares orientadas hacia la soberanía alimentaria. Estas resistencias no se limitan a enfrentar la explotación material del territorio, sino que también se articulan contra la pérdida de identidad cultural y el desplazamiento simbólico. Aquí se demanda el reconocimiento de modelos de vida diversos y la construcción de formas autónomas de control territorial, reforzando así las luchas por la dignidad, la soberanía y la autodeterminación frente a los poderes hegemónicos (Vallejo, Zamora y Sacher 2019).

Es fundamental resaltar que en muchos contextos las mujeres han asumido el papel de lideresas, fundamentales en la organización social local al desafiar las violencias generadas por los modelos extractivos y los megaproyectos de desarrollo. Su protagonismo en estas resistencias no solo enfrenta los impactos ambientales que afectan sus cuerpos y sus territorios, también cuestiona los roles pasivos que les han sido impuestos por las estructuras de género. En ese sentido, es claro destacar que, a partir de sus experiencias, se construyen territorios de resistencia que redefinen la manera de habitar y concebir los espacios. Desde sus cuerpos-territorios (Svampa 2021) marcan límites simbólicos y materiales en el que priorizan el cuidado y la reconstrucción del tejido social y comunitario, profundamente afectado por lógicas extractivistas y representando formas de resistencia y de vida más justas y sostenibles (Vallejo, Zamora y Sacher 2019).

En América Latina encontramos diversas luchas centradas en la defensa del espacio vivido y de los territorios de la diferencia que establecen conexiones entre sistemas simbólicos, culturales y relaciones productivas (Vallejo, Zamora y Sacher 2019). Estas luchas no solo tienen una materialidad tangible, sino que también implican procesos de reexistencia que abordan las representaciones y las significaciones atribuidas a la naturaleza. Por ende, la reexistencia se entiende como un proceso activo de resistencia que reconstruye y reconfigura los territorios y las formas de vida frente a los embates del capitalismo global y sus lógicas extractivistas (Hurtado y Porto-Gonçalves 2022). A través de estas resistencias se cuestionan y se replantean las normas y los valores establecidos por la dinámica neoliberal, impulsando nuevas formas de relación con el otro y con el entorno, en las que se incluyen nuevos derechos: una alimentación sana y saludable, discursos vinculados al buen vivir y a la soberanía alimentaria (Escobar 2014).

Entonces, el territorio puede ser concebido como un espacio de identidades, culturas y proyectos de vida que, en cuanto constructo histórico-social, se ancla en un espacio físico y está determinado por dictados político-geográficos reconfigurados a través de interpretaciones simbólicas, de resistencias y de apropiaciones que emergen en la vida cotidiana (Cruz et al. 2011). Esta lucha por el territorio en la vereda de Pasquillita se articula, a través de la organización Asopasquillita, una iniciativa que surge desde la escuela y que se reproduce en la comunidad donde se están impulsando procesos de soberanía alimentaria y de cuidado del ambiente a través del uso, clasificación y reutilización de residuos.

 

Nuestro territorio está fundamentado en una cultura e identidad campesina (…). El territorio nos invita a protegerlo, y sabemos que, al estar en un lugar ecoestratégico de subpáramo, la riqueza que tenemos es invaluable (…). Nosotros actuamos por los demás, pensando no solo en nuestra vereda, sino en toda la ciudad (entrevista a EM, lideresa campesina, Pasquillita, 2019).

 

Asopasquillita surgió hace más de 20 años en respuesta a las profundas problemáticas ambientales, a la crisis alimentaria y a las políticas neoliberales que amenazaban la existencia del campo y las prácticas campesinas. Esta iniciativa fue propuesta por un docente de la escuela de Pasquillita, quien, desde su práctica pedagógica y su origen campesino, buscó vincular los procesos de la zona rural con el entorno escolar. Sus objetivos eran defender los recursos naturales, mejorar la calidad de vida de sus estudiantes y formar líderes y lideresas mediante la integración del trabajo ambiental con las diversas áreas del currículo escolar, enfocándose en el reciclaje y en el establecimiento de una finca agroecológica.

Desde su consolidación, Asopasquillita ha trabajado para defender el territorio rural campesino frente a diversas problemáticas que lo afectan. Entre estas destacan la instalación del relleno sanitario Doña Juana, la proliferación de ladrilleras para la construcción, la inseguridad, el uso excesivo de agroquímicos y la falta de políticas adecuadas para el sector. En respuesta a estos desafíos, la organización ha fortalecido tres pilares clave en su lucha por la defensa del territorio. En primer lugar, ha promovido el fortalecimiento de la finca agroecológica como una estrategia para superar la inseguridad alimentaria y sentar las bases para alcanzar una auténtica soberanía alimentaria. En segundo lugar, Asopasquillita ha ampliado su proyecto de reciclaje en colaboración con las comunidades cercanas, buscando reducir la cantidad de desechos enviados al relleno, al que denominan “botadero” debido a la falta de estructuras adecuadas para la gestión de residuos. Finalmente, un eje transversal en su labor es el empoderamiento de la mujer campesina, lo que se refleja en la formación y potenciación de lideresas campesinas al interior de la organización.

El primer eje de acción de Asopasquillita es la finca agroecológica, una especie de aula abierta. En este espacio se integran los conocimientos adquiridos en el aula por niños y niñas, por sus familiares (en su mayoría campesinos) y por docentes, con la intención de validarlos fuera del aula a través del trabajo práctico. La finca promueve una agricultura libre, independiente, agroecológica, comunitaria y orientada a la vida. La agroecología es esencial, ya que permite producir alimentos de manera sustentable para diversas poblaciones y juega un papel fundamental en la lucha contra el hambre, especialmente en tiempos de incertidumbre económica y climática (Altieri y Nicholls 2012).

En cuanto al segundo eje, el proyecto de reciclaje entre sus objetivos mitigar el impacto ambiental mediante la correcta utilización y clasificación de residuos. Los desechos orgánicos se transforman en abono para utilizarlo en los cultivos y en la huerta escolar. Algunos materiales –cartón, vidrio, plástico y papel– son reciclados por la comunidad y convertidos en objetos útiles para la finca, especialmente en materas, canecas y senderos. Además, la venta de estos productos genera recursos que se destinan a la compra de útiles escolares para los niños y las niñas de la escuela.

Finalmente, en el tercer eje, el enfoque de género aparece de manera transversal en la consolidación de la asociación. Desde hace varios años, Asopasquillita ha sido liderada por mujeres que han trabajado activamente para generar vínculos con otras comunidades y hacer frente a las problemáticas comunes. Esta labor también busca visibilizar las acciones de la asociación y reivindicar las voces del campesinado, especialmente en la lucha por sus derechos. Para ello, la organización gestiona talleres y recorridos para que otras comunidades y organizaciones conozcan sus propuestas en el territorio. Aunque la Asociación surgió en la escuela, hoy está dirigida por las lideresas campesinas, quienes mantienen un vínculo estrecho con este centro educativo, permitiendo que niños, niñas y adolescentes continúen su formación en la finca agroecológica y participen en el proyecto de reciclaje en comunidad.

 

Agroecología, reciclaje y género: pilares de una territorialidad campesina

Construir una idea sobre el campesinado requiere una ardua revisión historiográfica del concepto. Aunque no es el objetivo central de este texto, puede proponerse, a partir de las entrevistas realizadas a campesinos y campesinas de Asopasquillita, que dicha construcción no puede desligarse de las transformaciones en la producción agropecuaria, de los procesos políticos, de las prácticas culturales, de las simbologías, del lenguaje, de las formas de hacer escuela, de las estrategias de resistencia, del papel de la violencia y de la intervención de múltiples actores en el campo. En ese marco, podría plantearse que el campesinado[iv] es un actor dotado de conocimientos múltiples que le permiten resistir y disputar su permanencia en procesos productivos limpios y sanos para la población. Se trata de un actor recursivo, creativo y multiactivo, que lucha y participa activamente en la defensa de sus derechos y territorios; protector y defensor de los derechos de la vida y de la naturaleza. Es un actor de familia que trabaja arduamente por el bienestar de su comunidad y que se esfuerza por dejar un legado, sembrar semillas de vida en las personas y día a día con sus pasos, actos, palabras y pensamientos, reivindica su labor, su cultura y sus simbologías.

Uno de los principales objetivos de los campesinos y campesinas de Asopasquillita es alcanzar una soberanía alimentaria y territorial, entendida como el derecho de los pueblos y comunidades a producir alimentos sanos, limpios, nutritivos, culturalmente adecuados, accesibles y en armonía con la naturaleza y con la madre tierra. Docentes de la escuela reconocen que la seguridad y la soberanía alimentaria es un derecho colectivo que han decidido defender de manera “titánica” frente a las políticas impuestas por el mercado, ya que entienden que una de las formas más poderosas de visibilizar y dignificar la vida en el campo es precisamente producir alimentos limpios, desde y para la vida en el territorio. “Nosotros empezamos a buscar mejorar la dieta de los niños, cultivando hortalizas orgánicas para cuidar el suelo, el aire y el territorio, porque la escuela tiene una función pedagógica de educar generaciones, educada a través de la misma generación” (entrevista a SO, campesino, Bogotá, 2018).

Ante el actual sistema agroalimentario, resulta innegable la urgencia de gestar un paradigma alternativo de desarrollo agrícola que promueva una agricultura biodiversa, resiliente, sostenible y socialmente justa (Altieri y Nicholls 2012). En este contexto, la agroecología desempeña un papel fundamental en la revitalización de la productividad de los pequeños sistemas agrícolas, concebidos como una “plataforma ecológica giratoria” que activa procesos clave: el reciclaje de nutrientes, el control biológico y otras dinámicas esenciales para la sostenibilidad y la productividad de los agroecosistemas (Altieri y Nicholls 2012).

 

La agricultura orgánica es la alternativa para que ellos se concienticen del buen manejo o buenas prácticas agrícolas (…) en la finca se tiene todos los cultivos orgánicos, se elabora el compostaje, se consiguen los biopreparados, se elabora el abono (que es gallinaza) y los chicos aprenden a sembrar, trasplantar, a hacer semilleros y a cultivar hortalizas (entrevista a DV, campesina, Bogotá, 2019).

 

En sus inicios Asopasquillita era una organización escolar orientada a dar solución a un problema inmediato de inseguridad alimentaria entre los y las estudiantes. Con el tiempo, y gracias a los procesos de formación de docentes y campesinos en prácticas de producción alternativas, se convirtió en una organización de base campesina y comunitaria. Esta evolución le permitió ampliar sus fronteras hacia otras veredas de la localidad, fortaleciendo así la legitimidad de sus acciones de lucha y resistencia por el territorio rural en toda la región.

Gran parte de los campesinos y las campesinas en el mundo sostienen pequeños sistemas agrícolas diversificados que ofrecen modelos prometedores y eficaces para incrementar la biodiversidad, conservar los recursos naturales, estabilizar los rendimientos sin agroquímicos, prestar servicios ecológicos y entregar lecciones de resiliencia frente al continuo cambio ambiental y económico (Altieri y Nicholls 2012). Esta visión se refleja en las prácticas de Asopasquillita, donde la agricultura agroecológica no solo busca la autosuficiencia alimentaria, sino que también contribuye a la preservación del entorno y a la resiliencia frente a las crisis socioambientales, demostrando que un modelo campesino sostenible es una alternativa viable frente al modelo agroindustrial dominante.

 

Cuando rompemos el equilibrio con la agricultura química, viene el envenenamiento del suelo y de las aguas (…) el campesino tiene que vivir en armonía con la naturaleza (…). En la finca participan los padres de familia, los estudiantes a su nivel y capacidad corporal que trasplantan, deshierban, cosechan (es lo que más les gusta). Hay familias que preparan aceras, ayudan también a deshierbar, a controlar los insectos, y a todo el manejo cultural que nosotros promovemos para el manejo de cosechas (entrevista a SO, campesino, Bogotá, 2019).

 

Para el campesinado de Asopasquillita, la construcción de conocimiento se basa en los saberes empíricos transmitidos a través de sus prácticas productivas, las cuales están fundadas en códigos morales, valores culturales y principios ambientales. A partir de estas bases, desarrollan diversas estrategias (Landini 2011) orientadas a asegurar la subsistencia material y la reproducción de su vida social, con un enfoque en la seguridad y en la soberanía alimentaria.

Este enfoque invita a reflexionar sobre la necesidad de un cambio paradigmático que transforme la visión tradicional del campesinado como simple productor de alimentos hacia el reconocimiento de que poseen saberes ancestrales que les permiten convertirse en gestores de sistemas agroecológicos (Micarelli 2018). En este sentido, Asopasquillita promueve, a través del trabajo familiar y cooperativo, una producción de autoabastecimiento agroecológico que no persigue la acumulación, sino la satisfacción de las necesidades comunitarias, contribuyendo así a superar los rezagos de desnutrición y pobreza. Este modelo de agricultura campesina constituye una alternativa viable frente a los desafíos del cambio climático, económico y energético (Altieri y Nicholls 2012).

 

Nosotros proponemos otras alternativas de cultivo más sustentables, que sean por ejemplo para mejorar la seguridad alimentaria, que sean más nutritivos. Tenemos las hortalizas, sembramos lechuga, acelga, espinaca, cilantro, rábanos, hay una de hierbas aromáticas que es más que nada para el aprendizaje y volver como a esas prácticas ancestrales del uso de hierbas, Hay un cultivo de productos ancestrales, que nosotros lo vemos, lo plantamos para que ellos (los niños) no olviden su territorio y lo que son (…) y no pierdan su esencia de ser campesinos (entrevista a DV, campesina, Bogotá, 2019).

 

Asopasquillita propone alternativas de cultivo sustentables con usos de tierra comunal que aporten a la seguridad alimentaria de las familias con alimentos nutritivos, diversificados y para autoconsumo. Para esto, la propia asociación elabora sus biopreparados y abonos orgánicos, pues desde los principios de la agroecología se utilizan conceptos y principios ecológicos para el diseño y el manejo de agroecosistemas sostenibles, en el cual los insumos externos se sustituyen por procesos naturales entre los que se encuentran la fertilidad natural del suelo y el control biológico.

Desde la asociación es fundamental vincular a los niños y a las niñas en el proceso de producción para que realicen sus semilleros, trasplanten, siembren y cosechen, no solo como un fundamento para el aprendizaje de las labores campesinas, sino para concientizar y educar sobre el acto de alimentarse sanamente. Es importante resaltar que los alimentos, además de su función obvia de asegurar la subsistencia, son un medio a través del cual se crean, reproducen y transforman identidades, relaciones socioambientales y fenómenos culturales (Micarelli 2018).

En la finca agroecológica, la asociación divide la tierra en parcelas destinadas a la producción de alimentos, los cuales son principalmente para autoconsumo. Los excedentes se venden a la comunidad educativa y a las zonas cercanas a la vereda a precios más accesibles. Los cultivos están organizados por secciones, que incluyen cultivos ancestrales, horticultura, hierbas aromáticas, medicinales, frutales y productos innovadores, tipo gourmet, para que los niños y las niñas los conozcan. Además, en colaboración con la escuela, la asociación organiza talleres de cocina para que la comunidad participe y aprenda diversas formas de preparar los alimentos. Esta iniciativa busca reducir el consumo de alimentos ultraprocesados, y al mismo tiempo, fortalecer el valor de los productos campesinos con un enfoque territorial.

Otro de los pilares fundamentales de Asopasquillita es el proyecto de reciclaje, que ha logrado reducir de manera significativa la cantidad de residuos provenientes de la vereda de Pasquillita destinados al relleno sanitario. Además, la iniciativa busca fomentar la conciencia ambiental entre los habitantes de las zonas urbanas sobre la importancia de la clasificación adecuada de los desechos. Para ello, Asopasquillita organiza diversos encuentros en los que expone la problemática que representa el relleno para la comunidad, presentando su proyecto de reciclaje como una respuesta viable frente a la crisis socioambiental del sector.

Este esfuerzo tiene entre sus objetivos visibilizar que más allá de ser un simple vertedero de basura, el relleno sanitario está contribuyendo al desplazamiento de la frontera agrícola en un territorio tradicionalmente campesino, lo que acarrea la contaminación de fuentes hídricas y la alteración del ecosistema. Asimismo, ha tenido graves implicaciones para la salud de la población, promoviendo enfermedades respiratorias y dermatológicas y ha forzado el desplazamiento de las comunidades campesinas a medida que el vertedero se expande.

Finalmente, además de producir alimentos saludables, Asopasquillita ha realizado una apuesta significativa por poner a las mujeres al frente de los procesos de producción alimentaria y de liderazgo campesino. Son ellas quienes lideran las propuestas de producción alternativa y las formas de organización campesina, lo que ratifica lo planteado por Sulaiman y Davis (2012) sobre el aumento de la participación femenina en el sector agrícola, ya sea de forma autónoma o en el rol de trabajadoras agrícolas asalariadas, lo que implica un cambio profundo en las dinámicas agrarias y rurales tradicionales.

En América Latina, la ecología política feminista ha ofrecido herramientas conceptuales fundamentales para comprender la articulación entre la defensa de los territorios, las tareas de reproducción social y los liderazgos de las mujeres en contextos de conflictividad socioambiental. De acuerdo con Svampa (2021) y Espinosa (2014), los feminismos ecoterritoriales no solo denuncian los impactos del extractivismo sobre los cuerpos y los territorios, sino que también proponen formas de organización comunitaria donde el cuidado de la vida –humana y no humana– se convierte en un eje político central. En este sentido, las experiencias de las mujeres campesinas de Asopasquillita pueden considerarse expresiones situadas de estos feminismos territoriales que, desde prácticas cotidianas, reconfiguran el vínculo entre género, territorio y sustentabilidad.

Para las lideresas campesinas, ser quienes guían la asociación, actuar como voceras y representantes y llevar adelante gran parte de las prácticas organizativas, representa un logro significativo en un contexto históricamente patriarcal en el cual las mujeres estuvieron relegadas principalmente al rol de cuidadoras dentro del hogar. Durante el proceso de sistematización de entrevistas y observación participante, este hecho se destacó como un hito en la región, no solo por el liderazgo que ejercen dentro de la asociación, sino también porque, al asumir estas responsabilidades, muchas de ellas han logrado profesionalizarse e independizarse económicamente de sus esposos. Esto les ha permitido convertirse en mujeres empoderadas, activas y en educadoras sobre el rol campesino en temas de género, cuidado ambiental y en la construcción del proceso de soberanía alimentaria en su territorio.

 

Conclusiones

El auge del agronegocio en nuestra región no solo ha generado una creciente inseguridad alimentaria, también ha provocado procesos de desterritorialización de las poblaciones rurales, la erosión de valores socioculturales y una severa crisis ambiental debido al impacto destructivo de las actividades extractivas sobre los ecosistemas. Estos efectos deben comprenderse en el marco de la globalización neoliberal, que ha transformado los territorios rurales en espacios enfocados en la lógica del capital transnacional, subordinando las prácticas productivas locales a los intereses del mercado global.

Durante las últimas décadas, en América Latina han surgido diversos grupos de resistencia que se oponen a la expansión del latifundio, a la industrialización del campo y al uso inapropiado del suelo, procesos impulsados por los Gobiernos neoliberales bajo el discurso del progreso. En respuesta a los procesos de resistencia en los territorios rurales, las prácticas desarrolladas por Asopasquillita configuran una forma de resistencia territorial ante los procesos de despojo, desterritorialización y subordinación, expresiones concretas de una globalización desigual que amenaza la sostenibilidad de los territorios y de la vida campesina, impulsadas por el modelo agroindustrial.

A través de la agroecología, de la educación rural comunitaria y de la organización colectiva, la asociación construye estrategias de reexistencia que buscan sostener la vida en el territorio y disputar las lógicas hegemónicas de producción y usos del suelo impuestas por el sistema agroalimentario globalizado. Estas prácticas no solo responden a desafíos locales, sino que se inscriben en una geografía ampliada de luchas por la justicia alimentaria, el derecho al territorio y la defensa de los bienes comunes, articulando saberes ancestrales con horizontes de transformación. Las prácticas agroecológicas que lleva adelante la asociación, al diversificar la producción y fomentar la autonomía alimentaria, promueven una relación más armónica entre la sociedad y el entorno natural. Elementos fundamentales para la defensa del territorio rural campesino al fomentar estrategias para la propia reproducción de su vida cotidiana.

Sin embargo, a pesar de los logros en la comercialización local y en la defensa de la producción campesina, la asimetría de poder sigue siendo una realidad que condiciona el alcance de su resistencia. En este sentido, la lucha por la soberanía alimentaria si bien se convierte en un horizonte ético y político, se enfrenta a condiciones materiales adversas que limitan su expansión y sostenibilidad, dado que el modelo agroindustrial aún es preponderante en la región. La dependencia de estructuras de poder político y económico a nivel local y global, sigue condicionando las posibilidades de expansión y profundización de las prácticas alternativas.

Por otro lado, las lideresas campesinas de Asopasquillita no solo desafían el orden patriarcal, sino que también se convierten en agentes clave en la consecución de la soberanía alimentaria y en la defensa del medioambiente. No obstante, aunque este proceso representa un avance significativo, las desigualdades estructurales que enfrentan las mujeres campesinas en términos de acceso a recursos y poder aún persisten, lo que limita el potencial transformador de sus prácticas.

En un contexto global donde conceptos como el buen vivir todavía se consideran una utopía lejana, Asopasquillita demuestra que es posible aproximarse a este horizonte mediante la reivindicación de saberes ancestrales y prácticas agroecológicas. A través de sus esfuerzos, esta asociación campesina muestra cómo la resistencia no solo es posible, sino también esencial para la preservación de la identidad y el bienestar colectivo en un entorno de constante despojo y destrucción ambiental. En suma, Asopasquillita demuestra que es posible aproximarse a formas alternativas de habitar el campo, aunque estas estén cargadas de contradicciones. Su experiencia contribuye a pensar las ruralidades contemporáneas como territorios en disputa, donde la resistencia, aún con bajos niveles de poder, puede abrir fisuras en el orden dominante y reconfigurar imaginarios y prácticas hacia una vida más digna, autónoma y sustentable.

 

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Entrevistas

Entrevista a DV, campesina, Bogotá, 2019.

Entrevista a EM, lideresa campesina, Pasquillita, 2019.

Entrevista a SO, campesino, Bogotá, 2018.

 

Notas



[i] Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en el Congreso de Latin American Studies Association (LASA) bajo el título “Reacción y resistencia: imaginar futuros posibles en las Américas” (2024. La participación fue apoyada por la sección Food, Agriculture and Rural Studies (FARS) a través de la beca Kerry Preibisch.

[ii] La vereda es un término usado en Colombia para definir un tipo de subdivisión territorial de los diferentes municipios, ciudades o corregimientos del país que comprenden generalmente las zonas rurales, con una población que no supera los 1200 habitantes aproximadamente.

[iii] Los conflictos socioambientales involucran disputas por el acceso y el control de los recursos naturales en contextos de poder desigual. En América Latina, estos se enmarcan en lo que Svampa (2011) denomina “giro ecoterritorial”, donde las luchas colectivas se articulan en torno a la territorialidad, los bienes comunes, el buen vivir y los derechos de la naturaleza.

[iv] La categoría de campesinado incluye y reivindica el rol de la mujer campesina en los procesos de lucha y defensa de los territorios rurales, teniendo en cuenta que Asopasquillita es liderado por mujeres y son quienes han llevado adelante el proceso organizativo y autogestivo en la comunidad.