Eutopia. Revista de Desarrollo
Económico Territorial N.° 24, diciembre
2023, pp. 32-46
ISSN 13905708/e-ISSN 26028239
DOI:10.17141/eutopia.24.2023.6076
Respaldarnos.
Recursos
y emociones en los cuidados comunitarios durante la pandemia: el caso de la
merced en la ciudad de méxico.
Support us. Resources and
emotions in community care during the pandemic: the case of la merced in mexico city.
Eva
María Villanueva Gutiérrez.
Universidad
Nacional Autónoma de México, Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales.
evamarpurpura@gmail.com. ORCID: https://orcid.org/0009-0002-5682-7499
Recibido 20/09/2023. Aceptado 20/10/2023.
Publicado 27/12/2023
Resumen
Este artículo explora algunas de las condiciones que
posibilitan la existencia de cuidados comunitarios en contextos urbanos
marcados por fuertes desigualdades sociales y violencias. Específicamente
retomo las prácticas alimentarias de entrega de víveres y comida que brindaron durante
la pandemia una colectiva autogestiva y comerciantes del
barrio de La Merced, en la Ciudad de México. La reflexión la sitúo en los
estudios sociales del cuidado en diálogo con el feminismo, la sociología de las
emociones y el enfoque de desigualdades. El material empírico que recupero
deriva de entrevistas a profundidad, observación en línea y análisis
documental. Los
resultados muestran que estas prácticas se amplían en periodos críticos
como el COVID-19, pero que están diseminadas en el continuo de tiempo. Aparecen
la presencia de enojo frente a la deficiencia del Estado, la confianza y el orgullo
en el barrio como elementos que contribuyen al despliegue de cuidados. A su vez,
sobresale la movilización en sectores populares de recursos territoriales,
económicos, de tiempo y afectivos para mantener las acciones colectivas
desarrolladas. Este trabajo busca abonar a la discusión sobre cómo se cuida y
sostiene la vida desde el ámbito comunitario en contextos urbanos del Sur Global.
Abstract
This article
explores some of the conditions that enable community care in urban contexts
marked by strong social inequalities and violence. Specifically i focused on
food delivery practices that were provided during the pandemic by a
self-managed collective and merchants from La Merced neighborhood in Mexico
city. The reflection I place in the social studies of care in dialogue with
feminism, the sociology of the emotions and the approach of iniquialities. The
empirical material showed here are the outcomes of in-deph interviews, online
observation and documentary analysis. The results show that these practices aré
extended in critical periods such as COVID-19 but are dispersed over time.
There are as much angry because the state deficiency as pride and confidence in
the neighborhood force as elements that contribute to the deployment of care.
At the same time, it is remarkable the territorial, economical, affective and
time resources mobilization in popular sectores in order to maintain the
collective actions developed. This work aims to contribute to the discussion on
how life is cared for and sustained within the community in urban contexts of
the Global South.
Palabras Clave cuidados; cuidados
comunitarios; desigualdad; emociones; sectores populares.
Introducción
“En
nuestro recorrido por las carpas captamos la desesperación de nuestros
compañeros, salen diariamente a trabajar, pero no venden. Esta situación se
está volviendo insostenible: boleros, diableros, esperando al cliente. Así
pueden pasar todo el día sin que ninguna persona contrate sus servicios”, se
lee en una de las publicaciones de la Colectiva Barrio Chido la Merced al
inicio de la pandemia del COVID-19. La Colectiva es una organización formada en
su mayoría por mujeres jóvenes comerciantes de La Merced, uno de los barrios más
antiguos y emblemáticos del centro histórico de la Ciudad de México. Además,
esta zona es importante en concentración y distribución de insumos y productos
alimentarios en la ciudad, alberga nueve mercados y los primeros datan de
finales del siglo XIX. En 2014 en la zona de mercados trabajan alrededor de 28
mil personas (PUEC 2015)[i].
Este sector de la población,
incluyendo a las integrantes de la Colectiva, se vieron afectadas por las medidas
gubernamentales implementadas durante la pandemia respecto a la reducción de
movilidad y cierre de servicios no esenciales. Una de ellas recuerda: “En el
mercado de flores nos cierran. En abril y mayo, estuvimos inactivas (…) nos
sentíamos asustadas porque jamás en nuestra vida habíamos dejado de trabajar tanto
tiempo” (Sara[ii]).
Ante la situación que vivían en el
mercado, y en general en el barrio, una de las compañeras del grupo dijo: “¿por
qué no hacemos un acopio y damos alimento no perecedero?” Así, durante el 2020
realizaron seis jornadas de trabajo en las que implementaron un centro de acopio
para la entrega de despensas, una mesa para dar comidas e hicieron actividades
culturales como un concurso virtual de baile. Estas prácticas se realizaron en
articulación con redes de proximidad, comerciantes y otros colectivos.
Específicamente la mesa de comidas fue propuesta y operada por el negocio local
Café Bagdad. Pedro, el dueño del café, recuerda: “Se cierra todo, se da el
confinamiento. Pues entramos en una cosa que jamás habíamos vivido (…) dijimos:
estamos en una etapa en la que hay que ayudarnos todos”.
A partir de estas experiencias y con
el interés de abonar a la reflexión sobre cómo se construyen cuidados
comunitarios en contextos urbanos[iii],
en las siguientes líneas centraré la mirada en algunas de las condiciones y
recursos, tanto materiales como simbólicos, que contribuyeron al desarrollo de
prácticas alimentarias en la pandemia. La discusión que presento se sitúa
dentro de los estudios sociales del cuidado.
Nota
teórico-metodológica
·
Las prácticas alimentarias comunitarias como cuidados
La reproducción social y
la sostenibilidad de nuestras vidas acontece gracias a que hay un conjunto
amplio de actividades diarias y cotidianas que permiten mantenernos. Desde los
feminismos nombramos a una inmensidad de estas tareas, a menudo no reconocidas,
como trabajos de cuidados (Batthyány 2020; Carrasco,
C., Borderías, C. y Torns 2011)[iv].
Los cuidados tienen un carácter plural y suelen traslaparse entre sí. Por ello,
más que ceñirme a definiciones cerradas, apuesto por el potencial de usar conceptos
abiertos para su estudio que permitan comprender sus lógicas de formación desde
la diversidad de las experiencias empíricas. En ese sentido, entiendo los
cuidados como “el tipo de actividades que abarca todo lo que hacemos para
mantener, continuar, y reparar nuestro "mundo" de modo que podamos
vivir en él lo mejor posible. Este mundo comprende nuestro cuerpo, nosotros
mismos, nuestro entorno y los elementos que buscamos enlazar en una red
compleja de apoyo a la vida (Fisher y Tronto 1990)[v].
Dentro de esta aproximación
amplia, recupero también la propuesta de Razavi (2007)[vi]
del “diamante del cuidado” que refiere a la diversidad de ámbitos/actores que
son responsables de brindar cuidados: el Estado, las familias, el mercado y la
comunidad. De los distintos ámbitos que forman parte del diamante, en este trabajo
me enfoco en el comunitario. La dimensión comunitaria de los cuidados es una de
las menos abordadas en el campo de estudio, aunque cada vez con un mayor
interés en su exploración (Guimarães 2019; Vega y Martínez 2017)[vii].
El cuidado comunitario es un conjunto de
prácticas heterogéneas que en algún nivel contribuyen al sostenimiento diario y
cotidiano de la vida, a través de redes y vínculos más allá de la familia
nuclear, el Estado y el mercado, cuyos ejecutores y beneficiarios/as son
sujetos individuales y colectivos (Vega y Martínez 2017)[viii]. Es importante señalar que la constitución del
polo comunitario se produce en relación con los otros ámbitos; se trata de
configuraciones de cuidados (con sus alcances y limitaciones) que se dan en la
articulación de los distintos ámbitos.
Para el caso que aquí me
ocupa, me interesa enfatizar que pienso las prácticas alimentarias (la entrega
de despensas y comidas) en la esfera comunitaria no sólo como parte de economías
populares o expresiones de participación ciudadana, sino como formas de cuidados
que aportan significativamente a la vida en periodos de crisis como la pandemia,
pero también fuera de ella. Reconocerlos como cuidados contribuye
a visibilizar que estas tareas abonan a la reproducción social. A la par,
analíticamente ayuda a explorar las condiciones y lógicas desde las que se
hacen; lo cual me permite indagar en las desigualdades de género que pueden
existir en su producción. Pues cabe recordar que estructural e históricamente
las tareas de cuidados han sido realizadas principalmente por mujeres, debido a
la división sexual del trabajo y al orden dominante de género que mantiene
fuertes desigualdades respecto a la distribución asimétrica de recursos
materiales y simbólicos.
Dado que actualmente la
organización social de los cuidados es injusta, encuentro fértil incorporar para
su estudio el enfoque de desigualdades. Parto de pensar las desigualdades de
manera dinámica, multidimensional, relacional y marcadas por relaciones de
poder (Bayón 2019)[ix].
Finalmente, para abordar la dimensión simbólica que opera en esta configuración
me centro en las emociones desde la sociología. Entiendo las emociones como
parte de los recursos que están disponibles de manera diferencial entre los
actores sociales objetos sociales, sin negar su dimensión psicológica y física,
resultado de procesos sociales y de una estructura social, las cuales se experimentan
de forma individual y colectiva (Ariza 2016)[x].
Respecto a
la aproximación metodológica que guía este artículo, el material empírico que utilizo
deriva de una investigación más amplia diseñada desde una metodología
cualitativa de estudio de caso. El corpus
de fuentes que aquí empleo se integra por entrevistas a profundidad, análisis
documental y observación en línea desde la etnografía digital. Para el diseño
de los escenarios en línea establecí dos criterios: 1) observar las redes sociodigitales en las que tuvieran presencia el grupo y, 2)
delimitar la observación al periodo de marzo-diciembre del 2020.
·
Presentación. Un
territorio en disputa: cuidados, violencias y resistencias
La Merced
es un barrio popular diverso, complejo y contrastante, conformado tanto por las
personas que lo habitan, como por las que ahí trabajan y circulan. La Colectiva
en la pandemia se preocupó por necesidades de alimentación, dirigiendo sus
acciones a personas con alguna situación de vulnerabilidad ya sea por la
pérdida o suspensión de sus actividades económicas (trabajadoras/es de los
mercados); por pérdida de autonomía individual vinculado al momento etario en
el ciclo de vida: ser personas adultas mayores; o por otras condiciones
sociales que las posiciona en desventaja como ser: mujeres jefas de familia,
trabajadoras sexuales o personas en situación de calle.
La
importancia de atender esta necesidad se puede dimensionar al recordar que la
Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) 2018 estimó que
el 32% de los hogares en la Ciudad de México tuvieron dificultades para
satisfacer sus necesidades alimentarias (INEGI 2020)[xi];
y, según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2020 sobre COVID-19, en el
caso de la zona metropolitana y la Cdmx se reportó en
la pandemia una inseguridad alimentaria de 57.3% (Shamah-Levy,
T., et. al. 2021)[xii].
Distintos
grupos en el territorio ya realizaban actividades comunitarias antes de la
pandemia, aunque las relativas a la alimentación se daban con menor frecuencia,
alcance e intensidad que las hechas durante este periodo. En el caso de la Colectiva,
ellas principalmente desplegaban acciones culturales y políticas en torno a: 1)
Demandas por sus derechos laborales, 2) El reconocimiento de los mercados como
centros clave para la soberanía alimentaria y el desarrollo de la ciudad y, 3)
La preocupación por la gentrificación que se vive en la zona, así como un
posicionamiento crítico a las intervenciones de remodelación que el gobierno de
la Ciudad de México estaba haciendo del centro histórico. De igual manera,
habían hecho un primer centro de acopio de víveres en el 2019, destinado a las
personas locatarias afectadas por un incendio que se vivió en el mercado y que
inhabilitó gran parte del mismo: “Tuvimos un acopio para nuestros compañeros
que sufrieron el incendio. Ese fue nuestro primer centro de acopio”, comenta Lucía.
Ahora bien,
el barrio de La Merced y las prácticas que ahí acontecen permiten adentrarnos
en la coexistencia e imbricación de violencias y cuidados en el entorno urbano:
No
puedo negarlo, hay delincuencia dentro del barrio. Pero, la gente sabes que te va a
cuidar. Como comerciantes tratamos de
cuidar a la gente que nos visita (…) cuidamos con cosas básicas: háblales bien,
que la gente se sienta acogida en el barrio, que no sientan miedo de que les
van a robar. (Sara)
Si bien en
este trabajo acentuó los cuidados, ello no significa negar que éstos ocurren en
un contexto teñido por altos índices de violencia y tensiones. En donde incluso
estas condiciones de violencias pueden marcar el tipo de cuidados que surgen. La
Ciudad de México se conforma por 16 alcaldías, de las cuales Venustiano
Carranza y Cuauhtémoc, donde se localiza la zona de la Merced, son dos de las
cuatro que concentran el 53% de robo de vehículos, homicidio doloso y
narcomenudeo; siendo las demarcaciones con mayor incidencia delictiva en la
ciudad (SEDENA 2023). Se trata de aspectos a considerar pues, por un lado,
ayudan a entender en perspectiva y situadamente las modalidades de cuidados que
se producen en las urbes del sur, pero también desde un nivel analítico
problematiza aproximaciones idealizadas sobre lo comunitario y los sectores
populares.
A la par de
que hay prácticas sutiles de protección entre comerciantes, visitantes y
habitantes, también hay tensiones. Sobre esta línea Regina menciona: “una
reflexión que hemos tenido constantemente es cómo las prácticas culturales en
la vida aportan a nuestro sentido de pertenencia y destensar las relaciones,
porque además aquí son bien tensas”. La tensión de la que habla también se
reporta en la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU), pues
durante el 2023 se encontró la alcaldía Cuauhtémoc[xiii]
dentro de las tres ciudades a nivel nacional con mayor porcentaje de población
que señaló haber tenido conflictos o enfrentamientos con sus vecinos (INEGI
2023).[xiv]
Estos
escenarios desiguales, complejos y heterogéneos se han llegado a traducir en
procesos de estigmatización hacia el barrio, mismos que detonaron tanto en la Colectiva,
como en otros grupos y actores que se articulan en la zona, el interés en
construir otras representaciones sobre La Merced mediante actividades
culturales.
Hallazgos
·
Ensamble emocional: el
enojo frente al Estado, la confianza y el orgullo en el barrio
Lo poco que hacen, lo hacen mal. El
enojo
El gobierno local de la Ciudad de México aparece
permanentemente en tensión en el barrio. En la pandemia se expresó enojo frente
a las medidas que dictaron de cierre temporal de actividades económicas no
esenciales y las políticas orientadas a mitigar sus efectos:
Los apoyos gubernamentales son
nulos. En la página de Fondeso [Fondo para el
Desarrollo Social] promovían préstamos de $10,000 pesos. Ya no aceptan
solicitudes, se saturó. Ni hablar del seguro del desempleo, la gente de la
Meche no aplica, tienen que cubrir ciertos requisitos que por pertenecer al
sector informal no aplican. (Sara)
Al Estado se le identifica deficiente en el diseño de
medidas públicas en el contexto del COVID-19, especialmente en las relativas al
desempleo y el tipo de relación laboral pues se priorizaron medidas para trabajadores
formales, dejando en desprotección socioeconómica a otros perfiles. Las
condiciones establecidas por el gobierno eran insuficientes para que las
personas trabajadoras no asalariadas de los sectores populares pudieran cumplir
con la consigna de distanciamiento social y, a la vez, resolver sus necesidades
de alimentación, vivienda y cubrir los servicios básicos (Moctezuma 2023)[xv].
En 2020 el 56% de la población económicamente activa
en el país se encontraba en la informalidad (INEGI, 2021)[xvi].
Ahora bien, en la Cdmx el empleo informal
representaba el 51.3%; dentro del cual se encuentran personas comerciantes, de
estas últimas un 48% no podía trabajar en abril de 2020 (Luján y Vanek, 2020). Aunque las mujeres representan un menor
porcentaje del empleo total en la ciudad, a diferencia de los hombres, en el
empleo informal su participación es mayor con el 52.8% frente a un 47.2% de
hombres (Luján y Vanek 2020)[xvii].
Recordemos, además, que el aumento del desempleo fue mayor para las mujeres. En
el periodo de julio-septiembre del 2020 en la Población Económicamente Activa
(PEA) hubo una reducción de la participación de las mujeres en un 9.7% (2.2
millones), frente a una disminución de los hombres de 4% (1.4 millones) (INEGI,
2020)[xviii].
Desde antes de la pandemia pertenecer al sector
informal implicaba no contar con protección social y durante ella se sumó la
restricción del acceso a algunas de las acciones públicas desarrolladas ya que
varias se diseñaron para perfiles de trabajadoras/es asalariados. Así, personas
en esta situación de vulnerabilidad pueden estar más afectadas en el periodo
revisado y presentar mayor dificultad de reponerse ante riesgos adicionales.
Aquí el enojo ante la deficiencia del Estado en sus
políticas y una desconfianza con su actuar a través de su funcionariado
público, aparecen como detonantes de las actividades de cuidado desplegadas por
la Colectiva en la pandemia: “Cuidar que las autoridades no se pasen, cuidar
nuestro espacio, cuidar al de al lado, cuidar a la gente que no tenía
posibilidad de comer algo ese día y junto a otro ellos teníamos posibilidad de
aportar algo” (Lorena).
El enojo puede movilizar a la acción cuando los
agentes sociales evalúan una situación como un agravio (Turner y Stets 2006)[xix].
En el caso analizado, el cuidado en el ámbito comunitario está asociado a
significados políticos y de resistencia, frente a lo que se identifican como
agravios hacia ellos/as, sus territorios, sus trabajos y modos de vida.
Estamos muy satisfechas con el resultado.
El orgullo y la confianza
Al mismo tiempo, este posicionamiento frente al Estado
interviene en que busquen que sus recursos (económicos y materiales) se
obtengan de manera autogestiva y apartidista, pero no
apolítica, mediante otros mecanismos de financiamiento comunitarios o de base:
Con las donaciones de productos y
en efectivo se lograron armar más despensas (…) Es frustrante decir: “cómo
nosotros un grupo pequeñito de siete personas se organizan y en compañía y en
conjunto de gente que nos conoce, de gente que ha estado con nosotras, que ha
visto nuestro trabajo pudimos hacer. Pudimos hacer esto, poco, mucho, como haya
sido, fue un trabajo bien hecho”. (Sara)
En la arena de disputa política que se tiene en este
territorio con las autoridades, el identificar como exitosas las actividades
realizadas por la comunidad, frente a las realizadas por el gobierno, da cabida
a sentidos de orgullo. Sugiero que esta emoción es una retribución que reciben
por las acciones realizadas entre los distintos grupos participantes en el
despliegue de las prácticas alimentarias. Recordemos que el orgullo es una
emoción que produce una valoración positiva del self
(Scheff 1988)[xx],
la cual emerge en una serie de intercambios de distinción entre actores que
tienen estatus en su espacio y distanciándose a la vez de otros. El orgullo se
adquiere frente y con la comunidad al mostrar que es posible concretar
ejercicios colectivos. Estrategias que además ocurren en contextos precarizados
y estigmatizados; en donde hacer devoluciones comunitarias abonan a la
pertenencia y a obtener cierta seguridad.
Por otro
lado, en la primera jornada alimentaria que hicieron, recuerdan: “Nosotras no
nos queríamos quedar con nada [despensas]. Era repartirlo, ese día y pensamos
en la iglesia de la Soledad donde hicimos un concurso de baile y teníamos
contacto con el párroco de esa iglesia y dijimos: “pues se lo llevamos a él”. Esa articulación con “gente
que nos conoce, gente que ha estado con nosotras”, visibiliza que los cuidados
comunitarios requieren de una infraestructura de relaciones de proximidad y
afectividad, con quienes ya se entabló confianza y hay experiencias compartidas.
La confianza es una emoción clave en la movilización social ya que proporciona
una sensación de certeza mediante traer el futuro al presente pues da una
sensación de certeza en que se tienen capacidades, individuales y colectivas,
para comprometerse con la acción (Barbalet, 1993)[xxi].
Cabe acotar que reconocer la existencia de emociones como la confianza y el
orgullo, no significa negar que los procesos comunitarios a la vez se imbrican
con tensiones y desacuerdos.
·
La movilización de
recursos
Quiero apoyarles económicamente y te doy mejor precio
Dentro de las primeras acciones que hicieron para
armar la mesa de acopio fue lanzar en sus redes sociales una convocatoria
solicitando artículos no perecederos, pero se encontraron con sugerencias de
otras maneras de colaborar:
Mucha
gente no quería ir al barrio de La Merced. Nos empiezan a mandar mensajitos
diciendo: “oigan, yo quiero apoyar, pero no puedo llevar alimento” (…) nos
llegaban mensajes: “Quiero ayudar, estoy lejos, quiero apoyarles
económicamente”. (Lucía)
Las respuestas diferentes sobre cómo atender una
necesidad de cuidado durante el COVID-19 es un atisbo de distintas expresiones
del cuidado que se dirimen en ese periodo en la Ciudad de México en función,
entre otros, del sector de la población al que se pertenece, a los anclajes
identitarios y las prácticas territoriales que se viven en la ciudad. En este
sentido, la presencia en los espacios públicos es importante para la Colectiva
y aunque tuvo ciertas modificaciones en su uso durante la pandemia, no dejaron
de reunirse: “hay que ocupar el espacio, es nuestro espacio, hay que volvernos
a encontrar”. Pero, a la vez, el grupo optó por readaptarse para recibir el
recurso económico que otras personas o colectivos ofrecían.
Con este
dinero continuaron realizando más jornadas de entregas de despensas. Al mismo
tiempo, en el proceso de su armado decidieron hacer las compras en la zona de
mercados de La Merced como una estrategia para apoyar a la economía del barrio.
Simultáneamente a que la Colectiva apoyaba a las/os comerciantes con estas compras,
éstos responden apoyando a su iniciativa, y con ello a la comunidad, con un
ajuste de los precios de sus productos: “Compramos en el mercado pues jitomate,
varias cositas, verduras. Y la gente decía: ‘te doy mejor precio’. Le bajaban,
nos daban precio porque sabían para qué era” (Lucía). Así, los cuidados se
enlazan con prácticas solidarias en el barrio que se van extendiendo como
espiral.
La Plaza de la Aguilita. El espacio como recurso
El espacio
social no es algo dado, transparente, que se circunscribe a su dimensión
material. No hay un solo espacio, sino múltiples espacios, es dinámico y es el
resultado de un proceso (Lefebvre 2003)[xxii].
Existe pues distintos procesos de territorialización, en los que una diversidad
de sujetos se organiza y resisten (Haesbaert y Mason-Deese 2020)[xxiii],
aquí se observa esta movilización para hacerle frente a la crisis social,
económica y sanitara del COVID-19.
Si bien el grupo utilizó medios digitales para recaudar
fondos, a la par hizo un despliegue a nivel territorial encontrándose en la
plaza de la Aguilita en donde instalaron la mesa de acopio y de entrega de las
comidas. Ramiro recuerda: “Nos fuimos a las esquinas de las calles a buscar a
la gente (…) y entonces empezamos a convocar hasta la plaza de la Aguilita. Y,
así pues, así comenzó el primer día, en el cual repartimos 50 comidas”. Al
recuperar la propuesta de Prunier (2021), de pensar
el espacio en una escala local como un recurso para la movilización social, es
posible sugerir que los recursos socioespaciales se utilizaron para el
despliegue de las actividades que hicieron en la pandemia.
La plaza de la Aguilita es un lugar
marcado por elementos simbólicos e identitarios del barrio, lo cual también
posibilita cierta cohesión, confianza y sentido de pertenencia para sostener
las prácticas que hicieron. Sugiero que además produce orgullo a sus
habitantes, al ser considerado el lugar en el que los aztecas recibieron la
señal de que ahí debían asentarse. Este tipo de alusiones se recibieron durante
la observación en el campo. [xxiv]
Al mismo tiempo, ocupar y activarse en
ese espacio les permitió más visibilidad y que otros actores de la misma
comunidad se acercaran para solicitar apoyo o para colaborar. Lo que es
consistente con la idea de que hay redes en la escala local que favorecen la
conexión entre actores y recursos a través del espacio (Prunier
2021)[xxv].
No
estamos trabajando, creo que lo podemos hacer. El tiempo de la pandemia
El tiempo
es un recurso que se necesita en las tareas de cuidados, el cual se usó para
realizar las jornadas en las que se compraron insumos, se elaboraron y
entregaron las despensas y comidas. Las integrantes accedieron a éste por la
coyuntura de la pandemia.
La pandemia
produjo condiciones excepcionales con el mercado laboral, observándose una
contradicción en el caso analizado: por un lado, las colocó en una situación de
vulnerabilidad al tener que suspender sus actividades económicas y ver
restringidos sus ingresos; por el otro, esta suspensión les dio un poco de más disponibilidad
de tiempo. Sara menciona: “La mayoría de los que estamos en la colectiva somos
comerciantes, ser comerciante es absorbente, es tiempo completo”. Cabe recordar
que estamos frente a personas que tienen trabajos remunerados, informales y
formales, cuyas actividades están sujetas a los horarios de sus jornadas
laborales; y que en su mayoría no tienen hijos/as.
Hay que
precisar que este acceso al tiempo y su lógica de organización cobra
configuraciones diferenciales no sólo en función del género y la relación con
el mercado laboral, sino también por la situación conyugal, el grupo etario, la
zona de residencia y el tener hijos/as. En esta dirección, y en contraste con
el caso que aquí desarrollo, se sabe que en México los tiempos dedicados a las
actividades del cuidado y el trabajo doméstico durante el confinamiento en
mujeres con hijos menores a 12 años reportaron un aumento significativo, al
igual que las actividades de trabajo directo orientadas al acompañamiento de
tareas escolares (Llanes y Pacheco, 2021)[xxvi].
Es decir, para otras mujeres la pandemia no implicó tener más tiempo; por el
contrario, representó un limitado acceso a este recurso debido al incremento de
las jornadas de trabajo remunerados y no remunerados.
Fuera de la
pandemia el cuidado en contextos comunitarios urbanos se hace en los resquicios
de tiempo que les queda después del trabajo. Con la prolongación del COVID-19 estas
condiciones volvieron a cambiar: “Ya no teníamos la misma disposición del
tiempo. Yo en ese tiempo tenía también que trabajar para nosotros. Ya teníamos dos
meses sin trabajar, ya no podíamos”, dice Lucía.
El ritmo de
las prácticas está marcado por las condiciones sociales, laborales y económicas
que he venido señalando, por ejemplo, jornadas laborales de más de ocho horas.
Sin embargo, las integrantes de la Colectiva utilizan el tiempo que sale de
esos márgenes para realizar actividades a favor de su comunidad. Pero sostener
ese ritmo en la emergencia, tiene sus límites y/o costos, algunos físicos y
emocionales. Al respecto, comparte Sara: “Dijimos: es prudente que paremos un
momento, que tomemos en cuenta que también es importante la salud, que queremos
hacer muchas actividades, pero ahorita no es el momento”.
Por otro
lado, durante este periodo había una alta congregación de personas en la plaza esperando
recibir la comida. Pedro, comenta que esto implicó que las autoridades locales
les señalaran: “Esto que comenzó así con 50 comidas, terminó con 250, y nos
llamó la atención la policía. La autoridad, porque había demasiada gente.
Entonces tuvimos que empezar a bajarlo”. Estas medidas gubernamentales coincidieron
con la reapertura de los servicios del sector restaurantero. Tal cambio rehabilitó
paulatinamente la dinámica laboral que se tenía en el café. Sin embargo, las
prácticas alimentarias continuaron con otra modalidad, así lo menciona Pedro: “Las
comidas no se siguen dando en la misma cantidad, (…) yo creo que hemos de dar
hoy unas 7 comidas al día, pero ya no hay letrero”.
Parte de lo que queda son prácticas de cuidados sutiles, readaptadas a las
condiciones del segundo periodo de la pandemia, con vínculos breves con las
personas a las que se dirigen.
·
¿Remodelaciones del orden
de género?
Merced está en femenino.
Liderazgos y fisuras de la domesticidad
En los
cuidados comunitarios documentados hay una participación mixta tanto en la
gestión de las mesas de acopio, como en la entrega de comidas. Se observa así cierta
porosidad a la división sexual del trabajo tradicional; sin embargo, estas
tareas no dejan de ser mayormente realizadas por mujeres. Durante el COVID-19
hubo una fuerte presencia de mujeres en la esfera pública involucradas en
prácticas de cuidados y colocando la discusión sobre el tema en múltiples
arenas. Las compañeras de la Colectiva se preguntan en uno de sus comunicados “¿Cómo
hacer compatible el derecho a la salud y al trabajo en medio de una pandemia?”.
Estamos pues
frente a una participación del grupo ejerciendo posiciones de liderazgo y,
eventualmente, enmarcando sus intervenciones desde un marco de exigencia de
derechos como se lee en sus redes sociales: “hoy más que nunca requiere de que
le sea garantizada el derecho al trabajo y a la salud, dotar de servicios
médicos a la diversidad de comerciantes es una de las tareas que el Estado y
las comunidades deberíamos de estar implementando”. Esto sobresale, pues aquí
los cuidados comunitarios no se construyeron necesaria o principalmente como
una extensión del cuidado familiar de las mujeres; lo cual no significa que en
otras experiencias persista esa lógica. Los hallazgos que presento sugieren
cierta ruptura o tensión con la domesticidad en algunas de las modalidades de
cuidados que emergen en el polo comunitario urbano.
Consideraciones
finales
En los periodos de crisis los cuidados se vuelven más
evidentes, pero siempre han estado en el territorio. Lo expuesto muestra que el cuidado
comunitario urbano es dinámico y está diseminado en la cotidianidad de forma
plural y, simultáneamente, se da de forma contradictoria, pues coexisten y
entran en disputa con las violencias existentes.
Las
prácticas alimentarias en sectores populares y comerciantes hechas durante la
pandemia son el resultado de un conjunto múltiple de condiciones que implican relaciones
de proximidad y experiencias compartidas entre actores/as locales gestadas
desde antes de este periodo; sumado a una movilización de recursos espaciales. Esta
red “invisible” en lo cotidiano se reactiva o amplía ante situaciones
específicas de emergencia como la vivida en el COVID-19. Asimismo,
en el despliegue de los cuidados alimentarios comunitarios resultó
significativo un ensamble emocional que detona y mantiene su desarrollo, a
saber: el enojo y desconfianza frente al Estado, en contraste con la confianza
en nosotros/as formulado en la comunidad y el orgullo que sienten por la
respuesta colectiva que dan. A la vez, el tiempo y los recursos económicos son
bienes escasos a la luz del mercado laboral, la posición de género y los
contextos desiguales. En ese sentido, la modificación de las condiciones
excepcionales de las dinámicas laborales que se vivieron durante la primera
fase de la pandemia tuvo implicaciones tanto en la producción de tareas de
cuidados en los barrios, como en su conclusión ante la restauración de su
organización previa.
Se mantiene
una división sexual del trabajo en los cuidados proporcionados en la esfera
comunitaria, pues, aunque hay presencia mixta de participantes en estas
labores, siguen siendo las mujeres las principales responsables y la que más pusieron
el cuerpo. Al mismo tiempo, aparecieron matices que complejizan este entramado
del orden de género tradicional. En el caso concreto presentado el
involucramiento en estas tareas no se limitó a una extensión del cuidado
familiar, en varios momentos se descolocaron de ser codificados en clave de
abnegación, las acciones que acompañaron las jornadas mostraron liderazgos
femeninos en el territorio y un reconocimiento del valor político del cuidar.
Seguir pensando la heterogeneidad de configuraciones que se hacen en el cuidado
comunitario urbano desde distintas posiciones sociales y de género es clave
para abonar a la comprensión de cómo se cuida en nuestras ciudades.
Agradecimientos. Agradezco
especialmente a la Colectiva y a las personas entrevistadas que generosamente me
compartieron su experiencia y tiempo; así como a Ericka
Fosado que acompañó toda la investigación y a Vicente Moctezuma por los
comentarios al artículo.
Referencias
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2023.
Notas
[i]
Programa Universitario de Estudios sobre la Ciudad. 2015. Los Mercados de La
Merced. Un diagnóstico integral para su revitalización económica y desarrollo
social. México: Universidad Nacional Autónoma de México.
[ii]
Los nombres fueron cambiados para proteger el anonimato y la confidencialidad.
[iii]
Los resultados que presento son parte de mi investigación doctoral “El
barrio cuida al barrio. Prácticas y circuitos de cuidados en el ámbito
comunitario durante la pandemia del COVID-19 en la Ciudad de México”.
[iv]
Batthyány, Karina. 2020. Miradas
latinoamericanas al cuidado. En, Miradas latinoamericanas a los cuidados,
99-119. CLACSO y Siglo XXI.
Carrasco, Cristina, Borderías, Cristina y Torns, Teresa. 2011. El trabajo de cuidados: antecedentes
históricos y debates actuales. En El trabajo de cuidados. Historia, teoría y
políticas, 11-93. España: Los Libros de la Catarata.
[v] Fisher, Berenice y Tronto, Joan. 1990. Toward a Feminist Theory of Caring. en Emily Abel y Margaret Nelson, Circles of Care,
35-61. University of New York Press.
[vi] Razavi, Shahra. 2007. The
political and social economy of care in a development context: Conceptual
issues, research questions and policy options. Trabajo y empleo.
[vii]
Guimarães, Nadya. 2019. Os circuitos do cuidado: reflexões a partir do caso brasileiro. Séminaire Publique de l’équipe Cresppa-GTM, 1-38.
Vega Cristina y Martínez Raquel. 2017. Explorando el lugar
de lo comunitario en los estudios de género sobre sostenibilidad, reproducción
y cuidados. Quaderns-e de l’Institut Català d’Antropologia, 22 (2), Barcelona: ICA, 65-81.
[viii]
Vega,
Cristina y Martínez, Raquel. 2017. Explorando el lugar de lo comunitario en los
estudios de género sobre sostenibilidad, reproducción y cuidados.
[ix]
Bayón,
Cristina. 2019. La construcción social de la desigualdad. Reflexiones sobre
convivencia y justicia social en tiempos de neoliberalismo. En Las grietas
del neoliberalismo: dimensiones de la desigualdad contemporánea en México,
9-36. México: Universidad Nacional Autónoma de México.
[x]
Ariza,
Marina. 2016. “La sociología de las emociones como plataforma de la investigación
social”. En Emociones, afectos y sociología: diálogo desde la investigación
social y la interdisciplina, 7-34. México: Universidad Nacional Autónoma de
México.
[xi]
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Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). 2020. Estadísticas a propósito
del día mundial de la alimentación. Comunicado de prensa. No. 464/20 https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/aproposito/2020/eapalimentacion.pdf
[xii]
Shamah-Levy,
Teresa, Romero-Martínez, Martín, Barrientos-Gutiérrez, Tonatiuh, Cuevas-Nasu, Lucía, Bautista-Arredondo, Sergio, Colchero, M.
Arantxa, y Rivera-Dommarco, Juan. 2021. Encuesta
nacional de salud y nutrición 2020 sobre COVID-19. Resultados nacionales. Cuernavaca, México: Instituto Nacional de
Salud Pública.
[xiii]
La alcaldía Cuauhtémoc reportó 62.3%; mientras que la Venustiano Carranza 42.4%
[xiv]
Instituto
Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). 2023. Comunicado de prensa.
No.197/123.https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/boletines/2023/ensu/ensu2023_04.pdf
[xv]
Moctezuma, Vicente. 2023. “Y en casa, ¿cómo me va a
llegar el sustento?”. La crisis del Coronavirus y los trabajadores del comercio
popular. En Los efectos de una pandemia, coordinado por Miguel Armando
López e Yvon Angulo. México: Universidad Nacional Autónoma de México.
[xvi]
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[xvii]
Luján, José
y Vanek, Joan. 2020. Personas trabajadoras en empleo
informal en México: Un panorama estadístico. Nota estadística No. 22. Mujeres enEmpleo
Informal: Globalizando y Organizando. WIEGO.
[xviii]
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la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo. Cifras durante el tercer trimestre
de 2020. https://www.inegi.org.mx/contenidos/programas/enoe/15ymas/doc/enoe_n_nota_tecnica_trim3_2020.pdf
[xix] Turner,
Jonathan y Stets, Jan. 2006. Moral emotions. Handbook of the Sociology of Emotions, 544-566.
[xx] Scheff, Thomas. 1988.
Shame and conformity: The deference-emotion system. American
sociological review, 395-406.
[xxi] Barbalet, Jack.
1993. Confidence: time and emotion in the sociology of action. Journal for the Theory of Social Behaviour, 23(3), 229-247.
[xxii] Lefebvre, Henri. 1974. 2003. La producción del espacio. Capitan Swing.
[xxiii] Haesbaert, Rogério,
& Mason-Deese, Liz. 2020. Territory/ies from a
Latin American perspective. Journal of Latin American Geography, 19(1), 258-268.
[xxiv] El uso de los lugares fue referido
en distintos momentos. Por ejemplo, en actividades previas a la pandemia cuando
La Colectiva realizó una rodada en bicicleta para mostrar lugares históricos
clave de la zona: “Era un recorrido cultural en bicicleta. Donde se fue
señalando como puntos importantes en el barrio y dándoles una explicación a la
gente que nos acompañaba. Poder reconocer esos espacios y que la gente también
lo reconociera, que son importantes para nosotros y que tienen una relevancia
histórica cultural” (Sara).
[xxv]
Prunier, Delphine.
2021. Conflictos territoriales y territorios de los conflictos. ¿Cómo los
movimientos sociales interactúan con el espacio?, Geopolitica(s)
11(2): 77-98.