Eutopia. Revista de Desarrollo Económico Territorial N.° 26, enero 2025, pp. 144-168

ISSN 13905708/e-ISSN 26028239

DOI: 10.17141/eutopia.26.2025.6347

 

 

Una forma ch’ixi de producir y hacer mercado: Mixtura de estrategias de productoras y productores bolivianos de la Agricultura Familiar en un Mercado Mayorista Frutihortícola de Argentina

A Ch'ixi way of producing and making a market: A mixture of strategies of Bolivian producers of Family Farming in a Wholesale Fruit and Vegetable Market in Argentina

 

Antonella A. Santin. Lic. en Trabajo Social (UNLaM). Doctoranda en Ciencias Sociales (UBA). Becaria doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en el Centro de Estudios Urbanos y Regionales (CEUR), Grupo de investigación Desarrollo Regional y Economía Social (DRyES). Buenos Aires, Argentina. Contacto antonella.santin@conicet.gov.ar ORCID https://orcid.org/0009-0006-0474-7533.

 

Recibido: 16/08/2024    Aceptado: 13/10/2024

Publicado: 01/01/2025

Resumen

En un marco de disputas globales en torno a la producción y el abastecimiento alimentario, se distinguen las lógicas del agronegocio y el campesinado como orientaciones que proponen modelos de desarrollo agroalimentario opuestos. En este contexto, en Latinoamérica y especialmente en Argentina, las experiencias de los mercados mayoristas frutihortícolas impulsadas por productoras y productores migrantes de la Agricultura Familiar se vuelven relevantes. Con el objetivo de comprender el aporte de estos mercados y sus agentes mediante sus lógicas y prácticas subyacentes desplegadas, en el presente trabajo se presenta un análisis sobre las estrategias productivas y comerciales de las unidades familiares que los impulsan. El mismo, se aplica desde el enfoque de los balances internos de las unidades familiares que retoma Van der Ploeg (2016) desde la perspectiva Chayanoviana, tomando el caso de estudio del Mercado Frutihortícola Saropalca inserto en la Región Metropolitana de Buenos Aires, Argentina. Para ello, se utiliza una metodología cualitativa con revisión de fuentes primarias y secundarias. Como parte de las conclusiones, se arriba a que la inserción de las y los productores-operadores familiares en las cadenas mediante sus propias prácticas y formas generadas, posiciona a la agricultura familiar de pequeña escala en el circuito de abastecimiento regional. Crean así una forma ch’ixi de producir y hacer mercado, lo cual abona a la construcción de alternativas de desarrollo creativas y posibles en el contexto actual, en base a la mixtura de estrategias desplegadas por sus unidades familiares y organizativas.

Palabras claves: Agronegocio, campesinado, Mercados Asociativos Mayoristas, estrategias de la Agricultura familiar

 

Summary: In a framework of global disputes around food production and supply, the logics of agribusiness and peasantry are distinguished as orientations that propose opposing agri-food development models. In this context, in Latin America and especially in Argentina, the experiences of the wholesale fruit and vegetable markets promoted by migrant producers of Family Farming become relevant. In order to understand the contribution of these markets and their agents through their underlying logics and practices, this paper will present an analysis of the productive and commercial strategies of the family units that drive them. It will be applied from the approach of the internal balances of family units that Van der Ploeg (2016) takes up from the Chayanovian perspective, taking the case study of the Saropalca Fruit and Vegetable Market inserted in the Metropolitan Region of Buenos Aires.

Keywords: Agribusiness, peasantry, Wholesale Associative Markets, family farming strategies

 

Introducción

En la coyuntura global actual, ceñida por un panorama geopolítico multipolar y una serie de disputas mundiales vinculadas a la gestión y distribución de los bienes y servicios, en base a la explotación de la tierra y sus recursos naturales, la cuestión agroalimentaria se vuelve un eje central de debate. Quiénes producen, de qué manera, mediante qué lógicas, en qué condiciones y contextos, quiénes comercializan, quiénes consumen y a qué costos, quienes ganan y quienes pierden, son solo algunas de las preguntas que atraviesan estas discusiones. En este marco, la cuestión agraria para el abastecimiento alimentario pone en el centro del debate el hecho fundante del capital, la separación del ser humano de la tierra y de sus medios de producción, y la mercantilización objetivada tanto de los recursos naturales como de los alimentos.

 

De esta manera, tanto en la arena política y socio-cultural como en la económica-productiva, suceden diversas luchas por la orientación, los sentidos y los patrones predominantes que se conforman respecto a la matriz alimentaria. En torno a dichos conflictos, se ponen de manifiesto diversos modos y lógicas de producción, comercialización y consumo; vínculos con los territorios y tipos de espacialidades llevadas adelante por diversos sujetos sociales. En una coyuntura de alta concentración económica y desigual distribución del ingreso, analizar los procesos de organización productiva, comercial y comunitaria subyacente en las experiencias impulsadas por los sectores populares en torno a la cuestión alimentaria, permite comprender el modo en que diversos actores organizados se hacen lugar al interior de estos circuitos de abastecimiento.

 

Dentro de las experiencias existentes, los mercados mayoristas centrados en la comercialización de frutas y verduras frescas, se conforman como espacios socioeconómicos dinámicos y complejos de gran relevancia (Grenoville 2022). En la mayoría de los países, estos mercados ocupan un rol clave en el desenvolvimiento de la actividad comercial (Caseres-Ripol y Cerdeños 2010 citado en Viteri y Campetella 2018) y en el impulso de las economías regionales “por su implicancia con la producción local, su rol en la conformación de precios y en la generación de empleo” (Viteri y Campetella 2018, 63).

 

Específicamente en la Región Metropolitana de Buenos Aires (RMBA)[i], el centro urbano más poblado de Argentina, los mercados mayoristas frutihortícolas garantizan la comercialización y el consumo de frutas y verduras de alrededor de 14.8 millones de personas (INDEC 2010). Un aproximado del 80% de lo consumido se comercializa a través de estos espacios (García 2012; Bruno et al. 2020 citado en Grenoville et al. 2022) consolidados desde mediados del siglo XX, llegando a registrarse hasta la fecha 43 mercados mayoristas en la región (Cernadas y Palmieri 2021), de los cuales un mínimo de 21 surgió en las últimas dos décadas (Grenoville 2022). Dicha expansión se dio en simultáneo con las corrientes migratorias de trabajadores de países limítrofes pertenecientes a la Colectividad Boliviana, a partir de la inserción sociolaboral de los/as pequeños/as productores/as de la agricultura familiar (AF) en los cinturones verdes[ii] de la región (Grenoville et al. 2022). Se estima que cerca del 86% del volumen de hortalizas producidas, circula por este tipo de Mercados distribuidos en la RMBA, siendo la Zona Norte y Oeste la que condensa la mayor cantidad de hortalizas producidas y comercializadas por los propios productores/as en dichos espacios (García 2012; Censo Hortiflorícola Bonaerense -CHFB- 2005). A partir de la inserción de las y los productores bolivianos en la horticultura primero, y en la comercialización, después se transformó el sistema de abastecimiento alimentario (García 2012) imprimiéndole nuevas lógicas a las dinámicas tradicionales que garantizan las frutas y verduras en la mesa de las familias de la región.

 

En tal sentido, este trabajo presenta un panorama sobre las principales lógicas en disputa que configuran el sistema de producción agroalimentario argentino actual, junto con sus prácticas implementadas. Luego se retomarán los aportes generados por estos Mercados Mayoristas en el abastecimiento alimentario en el marco de la AF en la RMBA. Para ello, se considerarán las estrategias productivas y comerciales desplegadas por los/as productores/as familiares bolivianos/as, organizados/as bajo una figura asociativa en el Mercado Frutihortícola Saropalca de Morón[iii]. El interés se encuentra en reconstruir las prácticas y aproximarnos a identificar las lógicas, a partir de las cuales las unidades productivas familiares, logran producir y posicionar sus productos en el circuito de abastecimiento local a través del Mercado en cuestión. Para ello, se aplica en el estudio un enfoque metodológico cualitativo basado en la realización de entrevistas semi-estructuradas realizadas a informantes claves durante los años 2022-2023. Las mismas fueron realizadas tanto a productores/as asociados/as, técnicos extensionistas y funcionarios/as vinculados/as a la temática, como a miembros de la Comisión Directiva del Mercado. Asimismo, se recurre a los datos proveídos de observaciones participantes desarrolladas en el espacio comercial, la revisión de fuentes secundarias y bibliográficas. El análisis se genera a partir de la sistematización de la información arrojada por las fuentes en cuestión, en complementariedad con las notas de campo.

 

Se inicia presentando las principales lógicas y prácticas que hacen a las características fundamentales reproducidas por diversos agentes desde la óptica del agronegocio. Luego, se ahondará en los aspectos que distinguen al campesinado, como una forma histórica de reproducción del sujeto agrario en Argentina y en otras partes del mundo. Ambas propuestas son comprendidas en este estudio como modelos de desarrollo agroalimentario que poseen intereses, sujetos, búsquedas y estructuras diversas y heterogéneas en disputa. Dicha forma de organización de la información es útil a los fines analíticos, lo cual no supone pensarlos en sus lógicas de manera taxativamente opuesta y excluyente en la realidad social, a sabiendas que la complejidad de las experiencias contemporáneas trasciende las definiciones cerradas y absolutas, más aún en marcos de desarrollo socioeconómico como los actuales.

 

Posteriormente, se realiza un acercamiento analítico al rol de los mercados asociativos mayoristas en la RMBA. Se toma el caso empírico del Mercado Frutihortícola Saropalca de Morón, administrado por la Asociación Civil Residentes de Saropalca, para analizar las prácticas productivas y comerciales de los/as productores/as familiares pertenecientes a la colectividad boliviana, agentes impulsores protagonistas de la iniciativa. Para dicho análisis, se aplican las dimensiones conceptuales vinculadas a los balances internos de las unidades familiares retomadas por Van der Ploeg (2016) desde la perspectiva chayanoviana, utilizada tradicionalmente para el estudio de las unidades productivas familiares campesinas. Para finalizar, se arriba a una conclusión provisoria mediante algunas reflexiones al respecto.

 

Los modelos de desarrollo agroalimentario en disputa

Con la consolidación del sistema de producción capitalista actual, los procesos históricos se encuentran atravesados por permanentes acciones de acumulación por desposesión (Harvey 2005), lo cual reproduce la lógica de apropiación de la vida, la tierra, los recursos y los conocimientos por parte de agentes económicos concentrados en detrimento de los sectores populares y su consecuente desplazamiento. En términos de Mançano-Fernandes (2004), se parte de concebir a la cuestión agraria en América Latina desde una perspectiva histórica, como expresión de conflictividad entre diversas clases sociales que se halla de forma inherente al interior de los modelos de desarrollo, afectando la vida social y los territorios en escala. De esta forma, el conflicto y el desarrollo como dos caras de la misma moneda, se encuentran dialécticamente en la producción de lo social, las luchas por el territorio y la realidad agraria Argentina, conformando un movimiento histórico alimentado por contradicciones y desigualdades propias de las lógicas subyacentes al modo de acumulación del capital. Por este motivo, a continuación, haremos referencia a dos grandes modelos que proponen desde sus propias ópticas, formas opuestas de desarrollo agroalimentario con impactos integrales.

 

El agronegocio: base del modelo hegemónico agroalimentario

Hasta mediados del siglo XX, el régimen agroalimentario global se ha configurado sobre cadenas productivas y comerciales relativamente cortas, operando en espacios geográficos acotados (Gorenstein 2016). Desde hace un tiempo, estas distancias se han ampliado a partir de la transnacionalización de los procesos y la conformación de cadenas globales de valor, delineadas por “las grandes corporaciones del oligopolio agroalimentario mundial” (Gorenstein 2016, 3). Allí, los capitales financieros guiados por la acumulación de las ganancias tienen gran incidencia (Friedman McMichael 1989; McMichael 2009; Delgado-Cabeza 2010 citado en Gorenstein 2016), ya que la producción de alimentos toma un enfoque orientado por la explotación de recursos como bien mercancía, que se ve motorizada por los flujos y redes alimentarias que controlan, directa y/o indirectamente, su elaboración mediante diversas estrategias. A través de las normas imperiales impuestas al conjunto de los actores productivos y comerciales (Buntzel y Mará 2016 citado en Van der Ploeg 2019), este proceso se ve fortalecido a partir de mecanismos de control de la producción, distribución y consumo que incluye a quienes los cumplen, y marginaliza a quienes no lo hacen (Van der Ploeg 2019). De esta forma, el sistema agroalimentario global actual se conforma en base a la deslocalización de los eslabones, la concentración socioeconómica, la estandarización y globalización de los procesos, y las distancias entre producción-consumo (FAO 2019). Este sólido entramado impulsado por el poder corporativo, se inició con la instalación del agronegocio a nivel mundial, sentando sus bases en el control de la propiedad, bienes y/o instalaciones para producir los alimentos (Van der Ploeg 2019).

 

En Latinoamérica y particularmente en Argentina, el agronegocio como orientación epistemológica, política, económica y sociocultural se despliega como sustento del modelo de desarrollo agroalimentario de forma hegemónica y monopólica, a partir de la instalación del ciclo neoliberal. A escala nacional, las políticas estatales que le dieron lugar se suscitaron con el ascenso del ciclo neoliberal en el país a partir de la década de 1970, luego de un intenso periodo de inversión en la industria con el modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI) impulsado por el primer peronismo[iv] (1946-1952). Interesa recuperar este análisis, a modo de comprender la emergencia de nuevos actores y arreglos institucionales que consolidaron la desarticulación de la pequeña y mediana producción de alimentos a nivel nacional, en pos de instalar un régimen agroalimentario atado al control corporativo global.

 

De acuerdo a Giarracca y Teubal (2008), la conformación de la estructura agraria heterogénea en Argentina se consolidó hasta mediados del siglo pasado mediante la diversificación productiva. El modelo agroexportador (1880-1930) sentó sus bases en la reprimarización económica, “sustentado principalmente en la exportación de los productos agropecuarios de la pampa húmeda” (Basualdo 2007, 1). Con la profundización de la ISI (1930-1970) desplegada con el primer y segundo peronismo (1952-1955), el desarrollo agroindustrial se ubicó en el centro de la escena como principal motor del crecimiento económico, lo que fortaleció el mercado interno, el aumento de los salarios reales y las mejoras en la distribución del ingreso. El rol activo del Estado de Bienestar en esta etapa promovió la regulación socio-económica en términos generales, y en particular en la estructura agraria argentina mediante la implementación de políticas inclusivas, la sanción de leyes laborales y el otorgamiento de tierras a sectores de la producción familiar y campesina. Dicha realidad se re-configuró a partir de la última dictadura cívico-militar (1976-1983) que modificó el patrón de acumulación dominante[v] (Basualdo 2007), profundizado luego por la neoliberalización socioeconómica desatada en la primera etapa del ciclo democrático (1984-1995). La transformación agraria sienta sus bases en estos períodos, durante los cuales los bloques dominantes se posicionaron en la cúspide de la pirámide, mediante el endeudamiento externo, la fuga de capitales y la subordinación estatal (Basualdo 2007). Parte de estos sectores vinculados al agro fortalecieron su accionar, capital y poder territorial a través de los procesos de modernización productiva, también vinculados a la revolución tecnológica de los híbridos o Revolución Verde. Sus márgenes de acción se extendieron mediante la contratación laboral precaria, el boom sojero con un aumento de la presión sobre las tierras productivas, la financiación del sector y la Revolución Biotecnológica con la expansión de los transgénicos (Giarracca y Teubal 2008). Este proceso fue gestionado, ya no por organismos públicos como el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) como en etapas previas, sino a través de organismos privados y/o internacionales, promoviendo así una “agricultura sin agricultores” (Giarracca y Teubal 2008, 154).

 

El Estado con su central atención en el funcionamiento del mercado externo, profundizó un modelo corporativo de fortalecimiento de los grandes capitales globales, desbaratando el andamiaje institucional anterior a base de represión, tortura y persecución en la primera etapa (1976-1983), e hiperinflación, golpes económicos y profunda desigualdad y pobreza, en la segunda (1984-1995). Con el respaldo de los lineamientos político-económicos del Consenso de Washington[vi], los circuitos productivos agropecuarios locales se adecuaron a los ciclos productivos del capital transnacional, lo que transformó el poder de intervención del Estado Nacional como actor central que vela por los intereses de las mayorías populares y los/as pequeños/as y medianos/as productores/as familiares. La nueva realidad agraria basada en la producción de commodities propulsada por la inserción nacional en el mercado mundial, configuró nuevas prácticas políticas, económicas, tecnológicas, territoriales y sociales que desplazaron del centro de la escena a la Agricultura Familiar como forma de producción (Giarracca y Palmisano 2013), al campesinado como sujeto productor, y al alimento como bien salario y derecho humano esencial.

 

Se dio así, una re-configuración agraria a partir del pasaje del modelo agroindustrial al modelo propuesto por el agronegocio[vii]. Gras y Hernández (2013) parten de comprender a este último, como una lógica de producción de base extractivista y concentrada que motoriza la participación del capital financiero y promueve el acaparamiento de tierras por parte de agentes multinacionales, destacando su inviabilidad tanto social como medioambiental. Algunos elementos propios del modelo agroindustrial son la prioridad del consumo global antes que el consumo local; el papel del gran capital en los procesos productivos agrarios; la estandarización e intensificación de las tecnologías utilizadas con el uso de insumos industriales; y el acaparamiento de tierras para la producción a gran escala (Gras y Hernández 2013).

 

De este modo, el agronegocio logró penetrar la estructura agraria imponiendo la lógica del capital y la concentración empresarial, lo cual promovió la conformación de una gran red entre las industrias procesadoras, de insumos y comercializadoras (Gras y Hernández 2013), agudizando la construcción de tramas de valor desiguales y verticales al interior de los circuitos socioeconómicos (Caracciolo 2013). Como monoproductor, el agronegocio se especializa en escasas e intensas actividades agropecuarias, delineando plataformas productivas que hegemonizan el uso del suelo y poseen escasa articulación con las dinámicas territoriales locales. Con la idea de la innovación permanente, el agronegocio conforma un campo social articulado en torno a negocios transitorios que propagan las fronteras agrícolas, agudizando a la vez las asimetrías en el plano tecnológico. Es en base a las nuevas relaciones de poder, que las escalas estatales pierden progresiva injerencia y capacidad de acción frente a las corporaciones trasnacionales, lo cual re-configura los procesos territoriales y las geografías del espacio estatal en cuanto a regulaciones, jerarquías y re-escalamientos en clave política (Brenner et al. 2003). Como expresión de la racionalidad neoliberal, dicha orientación privilegia la libertad de mercado en detrimento de las estrategias de regulación de las relaciones sociales, características de los periodos históricos anteriores (Barbetta y Domínguez 2022).

El campesinado: sujetos y prácticas alternativas

En Argentina el campesinado se constituye como un sujeto histórico heterogéneo e involucra un amplio debate respecto a la diversidad de identidades, prácticas y estrategias participantes en su definición y persistencia. Esta característica, junto a su activismo en procesos históricos de organización, denuncia y reivindicación, es la que le otorga relevancia a su abordaje y análisis en el contexto actual de expansión del capital. De esta manera, la cotidianeidad de las y los productores de la agricultura familiar, campesina e indígena pone en debate las formas de producción, distribución, consumo, acceso a la tierra y las herramientas tecno científicas, disputando sentidos mediante las múltiples experiencias políticas y organizativas de resistencia.

 

Desde los desarrollos teóricos de Shanin (2008) y Van der Ploeg (2016), quienes representan las tradiciones marxistas y populistas rusas respectivamente, se retoma la cuestión campesina analizada inicialmente en el contexto de la Revolución Rusa de 1917[viii] para pensar su actualidad en el siglo XXI. En este marco, Shanin (2008) aborda la caracterización del campesinado comprendiéndolo como clase social, modo de producción y modo de vida. Desde estas dimensiones, aborda los factores internos de las familias que trabajan en la agricultura a partir de diversas estrategias creativas de reproducción, en un escenario agrario donde se encuentran vigentes la economía estatal, mercantil y familiar. En esta tensión entre la estructura y la agencia, el autor establece que la subsistencia de la economía familiar en la actualidad sucede debido a la eficacia de sus estructuras, los sentidos sobre los que se asienta, el abaratamiento de costos que supone y la multiplicidad de respuestas creativas de las que allí emergen. Parafraseando al sociólogo británico, la familia como unidad productiva principal se conforma, así como un instrumento de defensa y resguardo frente a las calamidades de las lógicas hegemónicas de reproducción del capital: “la familia puede emplear su mano de obra de diferentes maneras y, poniendo en común los resultados de su trabajo, mantenerse unida y protegerse de daños mayores” (Shanin 2008, 29).

 

Desde el foco de análisis que pone el acento en las unidades productivas familiares, interesa retomar los aportes de Van der Ploeg (2016) para sumergirnos en las características particulares que hacen a la condición campesina. Con el objetivo de identificar sus persistencias en tiempos y espacios diversos, parte de los balances rectores expuestos por Chayanov (autonomía-dependencia) para considerar una gama más amplia de balances. De esta manera, entiende a los balances como factores internos o particularidades de las unidades familiares, plausibles de constituirse en mecanismos de resistencia frente al modelo de acumulación actual. El autor describe así al balance ser humano-naturaleza, para referirse a los vínculos de reciprocidad generados entre la producción familiar, la tierra y el medio ambiente natural, en búsquedas de una co-producción entre ambas que permita tanto la reproducción familiar como de la naturaleza. Por su parte, el balance producción-reproducción alude a la multiplicación de recursos a corto, mediano y largo plazo para garantizar la reproducción de la unidad familiar y la naturaleza por medio de la agricultura. El balance recursos internos-externos, da cuenta de los elementos que produce la quinta para la reproducción de la unidad doméstica, como la naturaleza: origen y forma de adquisición de los recursos externos para la satisfacción de las necesidades del proyecto productivo familiar. Además, considera el balance autonomía-dependencia, vinculado al grado de autonomía familiar a partir de los ingresos y recursos propios, en un escenario estructural que genera dependencia, privaciones y extracción de excedentes múltiples. Por último, el balance escala-intensidad establece la relación entre los medios de trabajo (tierra, semillas, etc.) por fuerza laboral involucrada, e intensidad como producción por objeto laboral.

 

Según necesidades e intereses situados, las familias productoras despliegan prácticas para garantizar la reproducción de la vida, donde el binomio dependencia-autonomía y trabajo-consumo se constituyen en ejes esenciales de la agricultura familiar. Considerando las múltiples combinaciones de elementos y factores internos en estas realidades desde el enfoque chayanoviano. Van der Ploeg reafirma que “la hibridez de los estilos de las granjas familiares es lo que incrementa la resistencia de los sistemas de agricultura familiar en el desafiante ámbito del capitalismo organizado de posguerra” (Langthaler 2012, 402 citado en Van der Ploeg 2016, 93). En términos del autor, este tipo de Agricultura se conforma como un arte basado en las capacidades, estrategias y prácticas de resiliencia y resistencia de las familias productoras que generan nuevas formas agrícolas a partir de sus propias particularidades internas.

 

En este marco, se entiende a la agricultura familiar como la forma de organizar y ejercer la fuerza de trabajo familiar para la producción de diversos alimentos, fibras, textiles y otros productos de las economías regionales (Rosa et al. 2020). Según Caballero et al. (2011), este campo aúna a diversos sujetos y actividades que coinciden en ciertas características: I) la reproducción de los sujetos depende de su capacidad de trabajo; II) los/as mismos/as desarrollan prácticas diversificadas desde su matriz cognitiva de hábitos, valores y tradiciones particulares; III) sus acciones son respuestas a diferentes aspectos determinantes o posibilitantes de la realidad; IV) las reglas, conocimientos, recursos y relaciones son parte de las actividades que realizan para la satisfacción de sus necesidades básicas.

 

Las producciones familiares que llegan a comercializarse en los mercados locales a través de alianzas estatales y otros agentes, son parte de canales alternativos que acercan los eslabones de la producción y el consumo, conformando circuitos cortos de comercialización (Chauveau y Taipe 2012; Caracciolo 2014). Algunas perspectivas comprenden a estas formas como “solidarias” debido a que reducen intermediarios; aportan a la construcción final del precio justo (Rosa et al. 2020) y abonan a la producción de nuevas formas y sistemas de funcionamiento, en base a la prioridad otorgada a la inclusión social más que a la competencia mercantil (Plasencia y Orzi 2007 citado en Viteri y Campetella 2018) como único motor u objetivo.

 

Haciendo foco en el territorio de interés, según el último CHFB (2005), la AF en la RMBA configura un mapa de más de 2.200 establecimientos emplazados en más de 12.000 hectáreas (has) productivas que conforman su Cinturón Verde (Barsky 2015). Más del 80% de la producción de verduras frescas de la Región (Palacios 2015) son cultivadas en su mayoría por productores migrantes de origen boliviano (García 2012), quienes abastecen cerca del 20% de la demanda alimenticia de la Provincia de Buenos Aires (Argentina), ocupando un rol fundamental en toda la cadena frutihortícola. Benencia y Quaranta (2005) se refieren a la “bolivianización del periurbano” para dar cuenta del proceso a través del cual, la migración boliviana se asentó en la región desde principios de la década de los setenta del siglo anterior, dotando de una fuerte impronta cultural y espacial al cinturón productivo de la zona (Barsky 2013).

 

La importancia de comprender de forma situada e integral, la diversidad de sujetos, lógicas y prácticas que conforman el heterogéneo campo de la AF como parte de un modelo alternativo con bases campesinas en el contexto actual, radica en poder abordarlo poniendo el lente sobre la presencia y no sobre las ausencias. Es decir, entender las diversas experiencias, ya no desde lo inexistente respecto a los parámetros predominantes construidos en el marco de la economía capitalista, sino a partir de los mecanismos propios de funcionamiento de las economías familiares, que también se desarrollan en las grandes ciudades y a partir de una trayectoria y contexto histórico particular. Coincidiendo con la búsqueda de desandar la sociología de las ausencias (De Sousa-Santos 2006)[ix], se hace hincapié en la necesidad de analizar los andamiajes desplegados por dichas estructuras familiares para trascender la subsistencia y propulsar el desarrollo, en una coyuntura donde el centro de interés de la actividad socioeconómica se vuelca a las necesidades de las corporaciones agroalimentarias. Esta clave interpretativa nos invita a derribar las ideas absolutas vinculadas a la esencia del campesinado en la actualidad, para centrarnos en analizar la combinación de elementos que hacen a la economía familiar como modelo de organización del trabajo, la economía, la producción y el consumo de alimentos.

La comercialización mayorista en la Región Metropolitana de Buenos Aires, Argentina: el caso del Mercado Frutihortícola Saropalca de Morón

En Argentina, el Sistema de Comercialización de Hortalizas se estructuró desde la década de los ochenta en torno a la centralización del abastecimiento frutihortícola mediante el Mercado Central de Buenos Aires (MCBA)[x] (García 2012; Green 1996). En base a los estudios de García (2012) basado en Green (1996), se establece que con el correr del tiempo y las (des)regulaciones en torno al sistema de comercialización en diversos contextos socioeconómicos y la incorporación de nuevos agentes productivos y comerciales, dicho Sistema se desagrega en Circuitos directos e indirectos de abastecimiento. Los primeros se conformaron como canales de venta directa del productor al consumidor y/o a minoristas (a través de envíos a domicilio, venta en ferias y/o en mercados minoristas móviles). “En cuanto a los canales indirectos, resalta por su importancia (histórica y actual) el Subsistema Tradicional de Comercialización representado por el Mercado Concentrador y caracterizado por la presencia física del producto” (García 2012, 294). Con la presencia de algún número de intermediarios y la capacidad de manejar amplios volúmenes de alimentos, estos espacios pueden conformarse como circuitos cortos con el tradicional abastecimiento en los mercados concentradores; y circuitos largos, protagonizados por las grandes distribuidoras e hipermercados que conforman las cadenas largas de comercialización (García 2012; Green 1996).

 

Haciendo foco en los circuitos cortos que constituyen el subsistema tradicional de comercialización frutihortícola, “los mercados concentradores de verduras y hortalizas que son organizados mayoritariamente por los propios productores agrupados en cooperativas u otras formas asociativas” (Dumrauf 2016) son entendidos como una de las modalidades alternativas de comercialización de alimentos de la agricultura familiar (Caracciolo et al. 2012; Dumrauf 2016; Feito 2023; Santin 2025). La importancia de este tipo de espacios de abastecimiento de carácter asociativo es múltiple, ya que acerca la producción directa al consumo, motoriza el desarrollo local (Grenoville 2022), contribuye a la seguridad alimentaria y favorece la organización comunitaria. Según algunos estudios, este tipo de experiencias constituyen canales cortos de comercialización (Feito y Barsky 2020; Feito 2023), ya que achican las distancias geográficas entre la producción de alimentos en la interfase periurbana y el comercio local urbano (Feito y Barsky 2020), y llegan “con escala y alta frecuencia de venta al comercio minorista o aún al consumidor final, eliminando intermediarios” (Caracciolo 2019, 139). De esta forma, las y los productores familiares organizados en formas asociativas y/o cooperativas logran comercializar sus productos y defender sus precios frente a los grupos concentrados (Caracciolo 2019).

 

Estos Mercados son comprendidos como una forma alternativa de comercialización, ya que se constituyen como espacios:

 

que escapan de la lógica del capital, consistente en maximizar una tasa de ganancia sobre el capital invertido –mercados convencionales– y buscan (prioritariamente) la satisfacción de las necesidades de los actores que participan en intercambios principalmente comerciales, aun cuando las experiencias existentes evidencian que también se realizan intercambios sociales, culturales y políticos (Alcoba y Dumrauf 2011 citado en Caracciolo 2019, 134).

 

Impulsados por productores/as hortícolas migrantes asentados/as en las regiones periurbanas pertenecientes a la colectividad boliviana, suelen organizarse de manera asociativa para vehiculizar su inserción sociocultural, laboral y comunitaria en las sociedades de destino, garantizar la comercialización de sus productos y defender sus precios frente a la presencia de los grupos concentrados (Caracciolo 2019).

 

Como parte de este tipo de experiencias, el Mercado Frutihortícola Saropalca está ubicado en el Partido de Morón, una localidad de la Zona Oeste de la Provincia de Buenos Aires. Está conformado por más de 150 miembros, en su mayoría agricultores/as familiares de origen boliviano dedicados/as a la producción frutihortícola en la RMBA. Su actividad productiva y comercial se nuclea en el Mercado asociativo, a la vez que organizan su accionar social, cultural y deportivo mediante la Asociación Civil Residentes de Saropalca, emplazada en el Partido de Pilar. En este tipo de mercados, el proceso de construcción identitario posee un rol fundamental respecto a la constitución del espacio laboral, en el cual, los sujetos se posicionan socialmente y se identifican colectivamente a través de la producción y comercialización de alimentos como tarea común, pero también a partir de la esfera personal y familiar (Busso 2009). Esta particularidad es la que le inscribe características específicas a la identidad colectiva de los sujetos y les asigna una dinámica única a estos espacios laborales, manifestada en sus organizaciones sociales, culturales y políticas (Busso 2009).

Gran parte de los mercados impulsados por la colectividad en la región, se conforman a partir de un entramado de redes familiares, de vecindad y parentesco basadas en los lazos sociales de las familias originarias de Bolivia. De forma individual primero y de manera colectiva después, construyeron su inserción sociolaboral y económica en la cadena hortícola de la zona. Desde la década de 1980, los y las migrantes se instalaron gradualmente en el tercer cordón de la RMBA para trabajar como productores/as en las quintas de italianos y portugueses, aprendiendo técnicas de cultivo de frutas, verduras y hortalizas a mayor escala en grandes parcelas (Santin 2025). A fines de la década de los noventa crearon su sede social, deportiva y cultural situada en el Partido de Pilar, para luego adquirir el Mercado Frutihortícola Mayorista con apoyo del Estado Municipal del Partido de Morón. Contrario al resto de experiencias similares donde la mayoría de las y los puesteros basan su actividad comercial en la reventa de frutas y verduras (Feito 2023), la mayoría de sus miembros (60%) son productores/as de la agricultura familiar, especializados/as en el cultivo de verduras, hojas verdes y frutillas de temporada. En el espacio comercial son pocos los/as que sólo comercializan hortalizas de reventa (Feito 2023), en su mayoría se abastecen de los productos que no cultivan mediante compras en el Mercado Central de Buenos Aires, mercados aledaños impulsados por otras colectividades de la zona y/o a través de las redes basadas en vínculos de confianza desplegadas en el territorio local, regional y/o nacional, a quienes encargan y compran de forma directa.


El Mercado Saropalca de Morón se originó así a partir de la iniciativa de las y los productores/as de asociarse primero para “mantenerse unidos”, y luego para comercializar sus productos de forma independiente (entrevista a miembro del Mercado, agosto 2023). Hasta ese momento, cuando lograron salir de las quintas de producción, vendían sus alimentos producidos en la calle del Mercado de La Matanza en condiciones precarias, informales e inestables (Battista et al. 2015). “A lo largo de los años fueron abandonando su condición de peones para transformarse en medieros y luego productores” (Battista et al. 2015; 42) hasta que lograron aunarse en la forma comercial asociativa para vender sus productos de manera autónoma. Este proceso de movilidad social ascendente de las y los productores de origen boliviano mediante la actividad hortícola en la región es denominado como escalera boliviana (Benencia 1997; Benencia y Quaranta 2005). A medida que se avanza en ella, “las estrategias se modifican, observándose un incremento de la flexibilidad, el aprendizaje de los secretos de la actividad y el riesgo, coherentemente con el mayor nivel de acumulación” (García 2012, 146). En este marco, el asociativismo con fines económicos, pero también sociales y culturales en el caso de las y los migrantes bolivianos/as, es pensado como una estrategia de territorialización esencial que promueve el despliegue territorial del colectivo, el fortalecimiento de sus redes y la interacción con la comunidad local (Le gall y Matossian 2008).

 

Combinación de prácticas y mixtura de estrategias en los balances de las unidades familiares productoras del Mercado en cuestión

A partir de la experiencia empírica desarrollada, a continuación, abordaremos el modo en que se manifiestan los balances internos de las unidades productivas familiares que conforman el Mercado en cuestión desde el enfoque chayanoviano (Van der Ploeg 2016), a modo de dar cuenta de sus potencialidades internas y condicionalidades externas. Este ejercicio analítico permitirá observar las formas de autonomía-dependencia que se reproducen desde la instancia organizativa tanto en términos productivos como comerciales.

 

El balance ser humano-naturaleza referente a la co-producción entre lo social y lo natural se observa de forma combinada en el Mercado Saropalca, donde ambas dimensiones se encuentran en interacción y recreación constante mediante las prácticas familiares. Las familias productoras de la colectividad boliviana llevan adelante en sus quintas, un modelo organizacional basado en la compra de insumos agroindustriales como semillas, plantines y agroquímicos; tirantes de madera y plástico para quienes poseen pequeños invernáculos. Dichos insumos son comprados a proveedores ubicados en los Cinturones Verdes de la RMBA, donde ofrecen paquetes tecnológicos que incluyen semillas importadas de mayor rendimiento y el traslado con el flete de envío (Santin 2025). En algunos casos, las y los agricultores familiares compran el plantín para sembrarlo en las quintas y continuar con la producción, y en otros, tercerizan el servicio a las plantineras[xi], a las que a veces les alcanzan sus semillas para garantizar el producto esperado. Con esta inversión inicial, los/as productores/as toman medidas preventivas ante plagas y hongos para no perder la cosecha. De esta manera, los/as agricultores/as acceden a información y a ciertas facilidades de compra y traslado que ofrecen los proveedores desde sus propias lógicas, lo que fortalece el circuito convencional agroindustrial dentro del entramado impulsado (Santin 2025).

 

En el caso del invernáculo para el cultivo de los plantines, una parte de los/as productores/as compra individualmente y articula con los mismos proveedores de materias primas, influyendo en la elección del proveedor, los precios ofrecidos, su experiencia en el rubro y la posibilidad de financiamiento (entrevista a técnico extensionista, septiembre 2023). Vale aclarar que según datos del último CHFB (2005), en la zona Norte no hay más de 28has bajo cubierta sobre las 12.000 has de la región (Le Gall y García 2010). Respecto a esto, la mayoría de productores y productoras potosinas “trabajan en pequeña escala y a campo, bajo modalidades precarias de acceso a la tierra” (Barsky 2015, 36). Pese a lo anterior, el periurbano norte preserva aún pequeñas islas de producción, aunque las mismas se ven en retroceso progresivo producto del avance de la urbanización (Barsky 2015). Las condiciones de precariedad de la tenencia de las tierras para las familias productoras en la zona, se vuelve un factor de vulnerabilidad que agudiza la inestabilidad e informalidad sociolaboral, cuestión percibida por los/as productores/as como un problema (Feito 2021).

 

En este marco, las y los productores que compran insumos para invernáculos se vuelven clientes fijos en base a negociaciones e intercambios de información respecto al proceso de producción (Santin 2025). En este caso, los tiempos y procesos naturales de crecimiento del cultivo son acelerados para garantizar el ingreso económico familiar, influyendo también en la decisión, el producto esperado y los patrones comerciales que rigen en la era de consumo actual (García 2012).

 

En relación a la instancia comercial y sus prácticas medioambientales, en los años 2020-2021 se realizó una articulación entre el Mercado, el Estado Municipal de Morón y los técnicos extensionistas del Programa Cambio Rural (INTA-SAGYP) con la ONG Banco de alimentos, a fines de generar un circuito para la distribución y reducción de desperdicios de 80 kg/día de alimentos, convirtiéndolos en alimentos de consumo destinados a comedores de la zona en el marco del Programa “Recuperación de Alimentos”. Asimismo, se implementó el “Programa de Reducción de Pérdidas y Desperdicio de Alimentos” impulsado por la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca (SAGYP), el Ministerio de Desarrollo Agrario de la Provincia de Buenos Aires y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO)” (Santin 2025). Ambas instancias abonaron al desarrollo del Plan Argentina contra el hambre, impulsado por el Ministerio de Desarrollo Social de La Nación (SAGYP 2021). En la actualidad se utilizan parte de los desperdicios del Mercado para generar compost en el Predio del INTA-AMBA a fines de lograr un mayor valor agregado en beneficio del Mercado o de otros componentes del sistema productivo (Feito 2023). Se identifica así una interesante articulación propulsada por diferentes agentes para fortalecer los atributos de tipo ambiental de la instancia asociativa comercial, cuestión que abona al agregado de valor de la producción final (Santin 2025 en prensa). Considerando el proceso de forma integral, la gestión parcial de una pequeña parte de los desperdicios del Mercado, aunque no altera el balance de la unidad productiva en forma distintiva, ni impacta en circuitos de economías circulares a gran escala, refleja la voluntad de los actores involucrados de forma conjunta para trabajar al respecto.


Como modelo organizacional específico con fines de coproducción entre ser humano-naturaleza, mejora del salario y emancipación del ingreso familiar (Van der Ploeg 2016), en términos productivos se visualiza hasta el momento, la prioridad otorgada a garantizar las producciones familiares en tiempo y forma, ya que se busca asegurar tanto la reproducción económica de la unidad familiar como la demanda alimentaria, mediante diversas técnicas agroindustriales. Al mismo tiempo, la modernización del proceso productivo con la incorporación de herramientas y maquinarias necesarias para mejorar la producción, es vista como deficitaria y necesaria por parte de los agentes productivos (Feito 2023), cuestión no menor al analizar este balance. Respecto a la instancia comercial, se observa, aunque de forma condicionada, mayor co-producción entre el Mercado y la naturaleza, desplegando estrategias junto con actores estatales y de la sociedad civil organizada para la reutilización de los alimentos y la reducción de desperdicios generados, controlando de forma parcial y esporádica el impacto ambiental.

 

Sobre el balance producción-reproducción de los recursos y considerando la visión chayanoviana sobre la comprensión de la reproducción como “renovación del capital”[xii] (Van der Ploeg 2016), la mayoría de los/as productores/as familiares del Mercado del periurbano norte del Cinturón Verde Bonaerense, viven y trabajan en tierras alquiladas. Estas se encuentran en disputa desde la implementación de políticas neoliberales en los años noventa, lo cual supuso el avance de diversos proyectos privados que ejercen presión sobre el uso del suelo (Le Gall y García 2010). Siendo muy pocos/as los/as productores/as capitalizados/as que pudieron acceder a tierras propias para la producción en estos años[xiii], el acceso limitado y condicionado a la tierra se conforma como un factor determinante a la hora de pensar sus prácticas productivas. Leídos en contexto, los “nuevos campos” producidos en viejos campos a partir de la utilización de fertilizantes y semillas seleccionadas (Van der Ploeg 2016), se conforman como acciones que responden a condiciones y lógicas estructurales. Asimismo, y recurriendo a cierta historización, la inserción sociolaboral de los/as trabajadores/as bolivianos/as a partir de la década de los ochenta en la horticultura, primero como peones de quinteros italianos y portugueses, luego como medieros[xiv], para finalmente arrendar (y algunos/as comprar[xv]) la tierra para producir y comercializar sus alimentos de manera directa (Benencia 1997), demuestra su progresivo ascenso social, la potencia de la acción organizada para la venta y su capacidad de acción para reconfigurar el sistema tradicional de abastecimiento alimentario de la RMBA (García et al. 2008).

 

Por su parte, el balance de recursos internos-externos que refiere al equilibrio entre las transacciones vinculadas a los productos realizados en la granja, y los insumos y gastos requeridos para ello, da cuenta de la posibilidad de elección de las familias entre la producción interna de esos recursos y la compra en el Mercado. En lo productivo, se retoma que los y las agricultoras familiares dependen de insumos, fertilizantes y semillas en la mayoría de los casos para garantizar la producción, a base a negociaciones, acuerdos y planes de pago con los proveedores. Mientras tanto, la mano de obra es netamente familiar y/o cubierta por las redes sociales de origen, contratando mano de obra saropalqueña. Considerando la instancia comercial, se da una reducción de gastos diarios vinculados al alquiler de camionetas para asegurar el traslado de los productos, ya que gran parte de los/as productores/as poseen vehículo propio para garantizar el circuito logístico. Asimismo, el alquiler diario de los puestos para la venta, resulta más económico para productores/as miembros de la Asociación Civil, generando un cobro diferencial para quienes no son parte de la Colectividad o son revendedores de alimentos. De esta forma, hay una mayor dependencia de recursos externos en la instancia productiva y una mayor autonomía de los/as productores/as familiares en la etapa comercial, generando su propio circuito agroalimentario con un impacto en la región.

 

En cuanto al balance autonomía-dependencia en la experiencia observada, se retoma lo planteado con anterioridad, haciendo principal hincapié en la organización y apropiación de excedentes tanto en lo productivo como en lo comercial. Aquí entran en juego las relaciones de clase y la extracción de plusvalía (Van der Ploeg 2016), mediante diversas estrategias de desposesión de bienes de las y los productores por parte de otros agentes por fuera de la cadena. Esto puede suceder o bien con los alquileres de la tierra productiva, la disponibilidad de fuerza de trabajo en precarias condiciones laborales, la carga impositiva sobre la actividad, y/o con la pérdida de valor en la etapa comercial[xvi]. En este sentido, en su actividad productiva, los agentes impulsores del Mercado suelen perder valor, inversión e ingresos en el alquiler de la tierra para la producción, costeando altas tasas de alquileres para garantizar la reproducción del proyecto familiar.

 

Es en la instancia comercial que los/as productores/as familiares asociados/as logran re-apropiarse del valor generado mediante su trabajo, tanto a través de la fijación de precios en base a la oferta-demanda de forma directa en el Mercado, como mediante la contratación de técnicos del SENASA[xvii]; el trabajo articulado y la conformación de acuerdos comunes con los agentes estatales para aproximarse a cumplir los estándares de calidad agroalimentaria y buenas prácticas agrícolas, dentro y fuera del establecimiento comercial. De este modo, la capacidad de agencia y las estrategias desplegadas en la dimensión colectiva asociativa, les otorga la posibilidad de construir un margen de maniobra para compensar las pérdidas generadas en la instancia productiva. En una coyuntura caracterizada por el retorno de las políticas neocoloniales a nivel nacional, y de rienda suelta a las lógicas del libre mercado, las condiciones construidas por los/as productores/as familiares asociados/as “es considerada como una lucha por la autonomía e ingresos mejorados dentro de este contexto que impone dependencia y privaciones” (Van der Ploeg 2016, 89). Esto permite mayor desarrollo y emancipación de la colectividad boliviana saropalqueña organizada según intereses, necesidades y modos propios de la comunidad en la etapa comercial.

 

Por último, haremos referencia al balance escala-intensidad para dar cuenta de los objetos de trabajo y la producción por objeto de trabajo. Retomando la idea de co-producción, se comprende que las necesidades, intereses y perspectivas de las unidades productivas familiares impulsoras del Mercado, buscan incrementar los ingresos para garantizar su reproducción mediante la ampliación de la escala. Retomando la trayectoria migratoria de los/as productores/as, se complejizan sus técnicas en los cultivos a partir de su inserción laboral en las quintas de inmigrantes europeos, ya que en su pueblo de origen (Saropalca, Depto. de Potosí, Bolivia) la producción de alimentos estaba destinada al autoabastecimiento familiar, trabajando la agricultura a muy pequeña escala (entrevista a miembro del mercado, agosto 2023).

 

A partir de los balances chayanovianos, se puede decir que en la experiencia de producción y comercialización de alimentos llevada adelante por las y los productores familiares migrantes aunados/as en el Mercado asociativo Saropalca, hay una convivencia de formas, prácticas y estrategias desarrolladas por sus agentes. Se observa tanto la influencia de condicionantes externos, prioritariamente en la etapa productiva generadores de dependencia, como la implementación de acciones, estrategias y nuevos circuitos comerciales en los concebidos “mercados históricos” (Viteri et al. 2019) como expresión de su independencia. Se demuestra así la capacidad creativa de los/as productores familiares, pudiendo ampliar los márgenes de autonomía, promover su inserción local, moldear el espacio rural y urbano, y crear nuevas configuraciones territoriales y económico-comerciales. En un contexto histórico y geográfico como el actual, las formas creadoras de los márgenes (Das y Poole 2008) son expresión de la experiencia de resistencia cotidiana, familiar y organizativa presentes en este caso particular. La apropiación que las y los actores de la realidad social hacen de las políticas, normativas y lineamientos estatales en una coyuntura económica adversa como la actual, generan procesos de institucionalización desde abajo que promueven “formas de acción económica y política alternativas” (Campana 2022, 161).

 

Conclusiones

En este trabajo se presentó inicialmente, el panorama del agronegocio como orientación política, económica, social, científico-tecnológica y cultural en el marco del modelo de desarrollo agroalimentario actual. Por el otro, se dio cuenta de un modelo de desarrollo agroalimentario alternativo y diverso impulsado desde la perspectiva de la agricultura familiar, campesina e indígena. En este sentido, se pudieron identificar sujetos involucrados, relaciones de poder, modelos de desarrollo territorial propuestos y conflictos que de éstos se desprenden, en una estructura socioeconómica atravesada por una matriz productiva en base a la reprimarización y la concentración económica.

 

En este contexto, de disputas por los modos de comprender y construir las alternativas de desarrollo nacionales y regionales, las experiencias de producción y comercialización de alimentos propulsadas por los diferentes sujetos que son parte de la agricultura familiar, se conforman como alternativas viables para el abastecimiento de alimentos de calidad para el consumo popular. En este sentido, se presentó el caso del Mercado Frutihortícola Saropalca como principal impulsor de una iniciativa asociativa mayorista en la Zona Oeste de la RMBA. Comprendiendo los aportes que realizan en términos integrales dentro del circuito corto de comercialización alimentaria, las y los agentes de esta experiencia generan una propuesta específica en base a la construcción de redes asociativas, vínculos familiares y de parentesco, para vehiculizar y asegurar la llegada de sus productos a los/as consumidores/as minoristas y finales locales.

 

Desde su dimensión productiva, se puede observar cierta dependencia de recursos externos por parte de los y las productoras familiares para garantizar la reproducción y sostenibilidad de la experiencia productiva. Esto se debe fundamentalmente a la necesidad de insumos e información de proveedores que refuerzan las lógicas verticales convencionales, impactando en la búsqueda de sostenibilidad ambiental y la soberanía alimentaria; las dificultades estructurales de acceso a las tierras para la horticultura, sumado al aumento del precio de los insumos; y las situaciones de precariedad laboral y habitacional que atraviesan parte de estos agentes. De esta forma, las lógicas técnico-productivas convencionales impuestas por el agronegocio como orientación predominante, junto a las formas y alimentos esperados por la mayoría de la población en la actual era de consumo, moldean las prácticas internas de las familias productoras. La adopción de estrategias en este sentido, se realizan con el fin último de garantizar la reproducción familiar y organizativa de la experiencia y cumplir con el abastecimiento de productos demandados.

 

Desde la perspectiva de las emergencias (De Sousa-Santos 2006), se comprende a la alternativa productiva y comercial como un circuito de distribución alimentaria que potenció la autonomía de los/as pequeños/as productores/as familiares al interior de la cadena de abastecimiento regional. En este sentido, la intervención y acompañamiento del Estado en sus diversas escalas, ocupó y ocupa un rol clave a lo largo de todo el proceso. A partir de su inserción en las zonas de producción y su desplazamiento a las zonas urbanas, se conectó la actividad productiva con la comercial (García et al. 2008; Barsky 2015), apoyándose en el sistema tradicional de abastecimiento generado desde principios del siglo XX. Sus aportes al interior y exterior de dichas estructuras, generó innovaciones en cuanto a prácticas, formas, administraciones y reconfiguraciones locales, ampliando la red de abastecimiento hasta la Tercera Corona de la RMBA (García et al. 2008). Estas acciones que fomentan relaciones sociales y flujos de intercambio particulares, se conforman a su vez como estrategias políticas, ya que tienden a generar resistencias, promover alternativas y disputar poder de forma material y simbólica en los territorios.

 

En el marco de una economía mixta, la simultaneidad de prácticas productivas tradicionales desplegadas, en convivencia con prácticas organizacionales y comunitarias fomentadas desde valores comunes como la justicia, equidad y solidaridad, demuestran la heterogeneidad interna de este tipo de experiencias asociativas. En una coyuntura socioeconómica general competitiva, mercantil y desigual, estas formas de producción, distribución y comercialización de alimentos de primera necesidad llevada adelante por productores migrantes, se constituye como una forma de resistencia ante un modelo expulsivo y excluyente. Desde sus aportes y su visibilización positiva, se reivindica mediante su accionar -familiar, organizativo y comunitario a través de un tejido de redes multiactorales sostenidas en el tiempo-, un modo de producir, abastecer y vender “con un pie en la chacra y otro en el mercado” (Tassi y Canedo 2019, 105), promoviendo su inserción sociocultural y construyendo comunidad.

 

De esta forma, se entiende que la actividad productiva y comercial de los/as productores/as familiares de la colectividad boliviana de la RMBA, se conforma como una práctica ch’ixi[xviii] (Rivera-Cusicanqui 2018): una yuxtaposición de lógicas contradictorias pero complementarias, que en conjunto se constituyen en estrategias creativas de alternativas posibles. Se refiere a la forma emancipadora del mestizaje que es capaz de poner en diálogo la herencia europea y la indígena, de habitar manchados diferentes mundos al mismo tiempo, impuros y contaminados (Canal Encuentro 2018). La disputa de poder en este sentido, se da a partir de la incorporación de estos agentes como sujetos que, desde sus propias experiencias, se insertan en un sistema agroalimentario monopólico que impone sus reglas y normas de funcionamiento. De esta forma, se puede decir que sus estrategias no responden exclusivamente ni a la racionalidad del modelo agroindustrial, ni a la lógica campesina[xix]. Se constituyen así, desde su trayectoria de vida transnacional particular, a partir de sus propias estrategias productivas y comerciales, incluyendo elementos de ambos modelos que crean una nueva lógica o “tercero incluido” (Gago 2022).

 

Entre afirmaciones, contradicciones y conflictos, se dan en esta experiencia formas novedosas de hacer, habitar, producir y comerciar. La economía familiar de los/as productores bolivianos/as es de este modo una innovación social, produciendo no sólo alimentos de la quinta a la mesa de las familias locales sin intermediarios, sino una forma ch’ixi de organización de los circuitos socioeconómicos. Desde esta lógica, la inserción de las y los productores-operadores familiares en las cadenas mediante sus propias prácticas y formas generadas, posiciona a la agricultura familiar de pequeña escala en el circuito de abastecimiento regional, abonando a la construcción de alternativas de desarrollo creativas y posibles en el contexto actual, en base a la mixtura de estrategias desplegadas por sus unidades familiares y organizativas.

 

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Notas

 



[i] La RMBA ocupa un territorio de 3.833 km2 y concentra el 35% de la población nacional, lo que la convierte en la región más poblada del país y la 14° a nivel mundial. Comprende 41 unidades político-administrativas de una gran heterogeneidad socioeconómica. Considera la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), 24 partidos de la Provincia de Buenos Aires que conforman la 1° y 2° corona del Gran Buenos Aires, y 16 partidos a sus alrededores que constituyen la 3° corona (INDEC 2003).

[ii] Los Cinturones Verdes de la RMBA son “cinturones productivos” (Barsky 2015) conformados por el Periurbano Norte, Sur y Oeste según la caracterización de Pizarro (2008).

[iii] Dicho análisis se desarrolla en el marco de la investigación doctoral titulada “El Mercado Frutihortícola Saropalca: una experiencia de intercambio étnico-cultural, producción y comercialización de alimentos de familias bolivianas en el entramado socio-territorial de la Región Metropolitana de Buenos Aires (RMBA)”.

[iv] El peronismo es una corriente política que conformó un movimiento nacional-popular de masas, liderado por Juan D. Perón y Eva Duarte de Perón, surgido desde la década de 1940 en Argentina.

[v] De acuerdo a Eduardo Basualdo (2007) “este concepto alude a la articulación de un determinado funcionamiento de las variables económicas, vinculado a una definida estructura económica, una peculiar forma de Estado y las luchas entre los bloques sociales existentes” (Basualdo 2007, 6).

[vi] Paquete de reformas político-económicas impulsadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y el Tesoro de los Estados Unidos a principios de la década de los ’90 implementados en varios países del bloque latinoamericano.

[vii] El concepto que fue propuesto por Davis y Goldberg (1957), se sustenta en el precepto de que el productor debía superar la dicotomía agricultura/industria buscando la integración vertical y horizontal como “cadena de valor” mediante la coordinación de los eslabones de la misma y tomando como punto de partida al consumidor (Gras y Hernández 2013).

[viii] Periodo de desarrollo del capitalismo en la agricultura.

[ix] De Sousa Santos (2006) hace referencia a la sociología de las ausencias para aludir al modo de comprensión construido desde la racionalidad occidental para analizar la realidad social, la cual produce ausencias, invisibiliza experiencias y reproduce lo no-existente, utilizando como parámetro lo que existe. Para desandarlas, propone una ecología de saberes con el fin de hacer presente la multiplicidad de experiencias existentes. El aporte teórico de este autor es útil para pensar la temática de análisis, sin obviar los hechos acontecidos y repudiados por la comunidad internacional.

[x] El Mercado Central de Buenos Aires es el centro comercializador de frutas y hortalizas que funciona como entidad pública tripartita, abasteciendo a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) y al Gran Buenos Aires. ​Su construcción comenzó en la década de los setenta del siglo pasado (Pérez-Martin 2015), inaugurándose en 1984 (Grenoville y Bruno 2018). Se ubica en el Partido de La Matanza, en la Provincia de Buenos Aires, a 2 km del límite con la Capital.

[xi] Las plantineras son los agentes privados que venden bandejas con doscientos plantines de diversos cultivos que las y los productores suelen comprar en búsquedas de garantizar la germinación del mismo (entrevista a técnico ingeniero agrónomo, septiembre 2023).

[xii] Vinculado a los elementos y recursos que se producen para garantizar la agricultura como medio de vida, el autor señala que las familias de las granjas campesinas reproducen sus recursos mediante un proceso de renovación de capital, involucrando el menor gasto de energía posible a fines de satisfacer sus demandas (Chayanov 1966; de Van der Ploeg 2016), promover la sostenibilidad de la producción y así su propia subsistencia.

[xiii] Información suministrada por Técnico extensionista del Programa Cambio Rural del Mercado Saropalca (entrevista, noviembre 2023).

[xiv] Los contratos de mediería en la actividad hortícola consisten en arreglos verbales o escritos para la organización de la producción (Benencia 2004), donde el propietario de la tierra cede el espacio para la explotación hortícola por un plazo determinado, a cambio de un monto acordado producto de las ventas generadas.

[xv] Como parte de las estrategias económicas que posibilitan el acceso a la tierra, el ahorro, la “autoexplotación” y el préstamo de dinero, se vuelven elementos prioritarios (Benencia 2006 citado en García 2012).

[xvi] Generado por la estacionalidad del producto, su carácter perecedero, las limitadas cámaras de frío, etc.

[xvii] Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria.

[xviii] Desde la sociología de la imagen, la autora plantea que la palabra ch’ixi “designa en aymara a un tipo de tonalidad gris. Se trata de un color que por efecto de la distancia se ve gris, pero al acercarnos nos percatamos de que está hecho de puntos de color puro y agónico: manchas blancas y negras entreveradas. Un gris jaspeado que, como tejido o marca corporal, distingue a ciertas figuras -el k’usillu- o a ciertas entidades -la serpiente- en las cuales se manifiesta la potencia de atravesar fronteras y encarnar polos opuestos de manera reverberante” (Rivera-Cusicanqui 2018, 79).

[xix] En sus propios términos, en la vida cotidiana las y los productores familiares se reconocen como “quinteras/os” y no como campesinas/os.